Hay
cómicos que me producen hastío desde el primer momento, incluso un rechazo
físico. Uno de ellos es Paco Martínez Soria, destacado representante de la
variante baturra de un humor tradicional que pasó de los escenarios a las
pantallas con gran éxito popular. Durante las décadas de los sesenta y setenta,
se estrenaron varias comedias dirigidas por Pedro Lazaga y protagonizadas por
un paleto cabezota, imbuido del supuesto sentido común del hombre cabal,
sermoneador a la hora de solucionar cualquier conflicto provocado por la
modernidad de los tiempos y gracioso a base de unos toques de picardía con
menos aristas que su boina. Se la solía quitar para estrujarla en los momentos
cumbre y cuando, convertido en una especie de juez de paz, empleaba un discurso
entrecortado y melodramático que gustaba a su público. El «abuelo made Spain»
era un cómico con los trucos de toda la vida: sabía poner los ojos en blanco,
lanzar miradas picaronas, robar planos con cualquier excusa, cambiar de
registros sin salirse de lo convencional y, sobre todo, contaba con unos fieles
espectadores que reían sus gracias y asentían cuando iniciaba el sermón final.
El humor con moraleja, si se acepta, reconforta.
Este perfil de un abuelo que, a diferencia del representado por Pepe Isbert, rechazo lo justifico en La sonrisa del inútil. Imágenes de una pasado cercano (2008):
https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/
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