viernes, 21 de abril de 2023

Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga. El farero sideral


La imagen de Pepe Isbert es incompatible con la tecnología, aunque sea la tosca de unos primitivos auriculares y un no menos primitivo teléfono, que le permite contactar con la centralita de Calabuch para llamar a las otras tres líneas del pueblo. Una de ellas es la del párroco, otro aficionado a las partidas de ajedrez y rival cuando ambos las juegan por teléfono sin abandonar sus obligaciones.  Esta circunstancia permite al farero hacer trampas gracias a la consulta de un manual. El consiguiente enfado de la autoridad eclesiástica cuando percibe el engaño se reduce a llamarle «¡Merluzo!». Al fin y al cabo, ambos solo pretenden sestear con el ajedrez porque disponen de mucho tiempo libre.
La rivalidad del farero con el párroco se extiende al alcance de sus respectivas luces. Las de la parroquia llegan lejos cuando está engalanada gracias al Langosta, contrabandista, trompetista y manitas oficial de Calabuch. No obstante, las del faro todavía llegan más lejos para orientar a las barcas que salen a faenar. De hecho, un día memorable el comandante de la flota norteamericana en el Mediterráneo las vio y felicitó por telegrama al farero, que sabe del orgullo de su función y aspira a transmitir la correspondiente sabiduría al chaval que a veces le acompaña en la soledad del faro. 
El muchacho desea conocer. Preguntado por las distancias y las estrellas, como especialista indiscutible en la materia, Pepe Isbert pone cara de sondear lo insondable y pondera con el gesto indicando que son «distancias siderales». Las palabras empleadas resultan mágicas para el chaval. También para mi imaginario personal, apenas compartido con quien me acompaña a la hora de ver y recordar estas películas. De hecho, cuando algo escapa de nuestra comprensión llegamos a la conclusión de que debe distar de nosotros a «distancias siderales». Vista la magnitud, solo cabe sentirse abrumado.
Estas y otras historias relacionadas con los pueblos de la ficción que visito a menudo se encuentran desarrolladas en La sonrisa del inútil:

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