sábado, 22 de abril de 2023

Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga y la dificultad de la "S".


Los grandes empeños requieren una explicación y hasta una justificación. Las mismas suelen estar relacionadas con cuestiones serias o trascendentes, pero a menudo ese restrictivo criterio supone una imposición que apenas guarda relación con la subjetividad de quien se ve requerido para dar explicaciones. El secreto del aprendizaje basado en el diálogo es escucharlas con atención, no compartir una escala de valores prefijada y dejarse sorprender ante la importancia dada por el interlocutor a una cuestión que hasta entonces nos parecía menor.
Jorge es un reconocido sabio norteamericano, pero esa condición y su ancianidad no le impiden preguntar e interesarse por las tareas que desconoce, aunque parezcan extremadamente sencillas. Cansado de mandar cohetes al espacio, el supuesto mendigo que ha aterrizado en Calabuch pasea por la playa y dialoga con el fotógrafo del pueblo, que también ejerce como pintor de rótulos porque es el único que manifiesta inquietudes creativas en esa idealizada comunidad. 
El personaje interpretado por Manuel Alexandre explica a Jorge los fundamentos y las dificultades de un buen rótulo, especialmente si requiere el dibujo de una alambicada S, que puede descarrilar por alguna de sus curvas. Y lo hace justo cuando, con el debido tiempo y sin las premuras propias de los alocados, el sonriente lugareño afronta la ímproba tarea de dibujar una A, cuyos trazos deben juntarse en la parte superior para evitar el error de trazar una H. El peligro es mayúsculo porque, en el caso de no salir el rotulista airoso del empeño, la ESPERANZA vete a saber en qué quedaría.
Jorge asiente y, con él, los espectadores que admiramos el cuidado puesto en algunas tareas de apariencia sencilla, pero que bien realizadas nos hacen felices en una cotidianidad donde escasean las cuestiones trascendentes. Salir a la calle y encontrar a un jardinero, un cartero, un vendedor, un barrendero... ,que trazan con sumo cuidado sus S reconforta y anima tanto como la explicación dada por el fotógrafo. Sus palabras propician la sonrisa ante lo hermosamente inútil, aunque solo lo sea en su apariencia.
Pocas horas después, un apresurado y rutinario párroco bendice con un hisopo la barca ESPERANZA. El rótulo, todavía precisado de la paciencia en el secado, se emborrona en una de las más recordadas escenas del film, que una mediocre censura dejó pasar porque, evidentemente, solo se ocupaba de las cuestiones serias o trascendentes.
Estas y otras historias las desarrollo en el primer capítulo de La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008), que todavía está a la venta:

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