miércoles, 19 de abril de 2023

Calabuch (1956), de Luis G. Berlanga. El pueblo


La ficción quintaesencia lo que la realidad proporciona sin orden ni concierto incluyendo múltiples inconvenientes. Consciente de esta obviedad que me ha evitado numerosas molestias, los mejores viajes que he hecho han sido los de la imaginación, sobre todo cuando han contado con la ayuda de una película como Calabuch (1956), de Luis García Berlanga, que he visto en reiteradas ocasiones para saludar a sus peculiares habitantes: el científico Jorge que andaba harto de tirar tantos cohetes al espacio, el cabo Matías siempre entusiasta de Juanita Reina, el contrabandista Langosta con su melancólica trompeta, el farero que pondera las distancias siderales, el párroco dispuesto a hacer trampas en las partidas de ajedrez, el parsimonioso pintor de eses, la bella maestra a la búsqueda de un geranio, la telefonista que mastica chicle... Todos son tan entrañables como propios de un maravilloso cuento donde la realidad solo es un punto de partida. Cada cierto tiempo acudo a este espacio ficticio y me dejo deslizar por las calles de Calabuch, sin prisas y saludando a diestro y siniestro.
Luis García Berlanga casi renegó de esta coproducción hispanoitaliana, la crítica ha mostrado tibieza a la hora de valorarla en la filmografía de su director y algunos colegas la consideran demasiado tierna. Supongo que tienen razón, sobre todo si la comparan con una obra maestro como El verdugo (1963), pero mi elección es estrictamente personal y hasta caprichosa porque sus imágenes tantas veces vistas forman parte de mi memoria más subjetiva.
En 2008, al publicar La sonrisa del inútil (Publicaciones de la Universidad de Alicante), conseguí convertir esa memoria en la materia de un ensayo donde la visita a Calabuch es una parada obligatoria con su capítulo correspondiente. Supongo que los colegas especializados en la obra de Luis García Berlanga lo habrán ignorado porque el título del libro, tan poco ajustado a los usos académicos, no aporta la debida información. Apenas importa. Su redacción fue un ejercicio de libertad y la misma siempre reconforta. Si alguien quiere viajar a Calabuch, que algunos confunden con la Peñíscola de una foto anterior a la invasión turística, tienen todavía algunos ejemplares a su disposición. La sonrisa está garantizada si el lector admite el discurso de la divagación:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/



No hay comentarios:

Publicar un comentario