El
recuerdo de tipos como Jorge, Langosta y el farero me provoca una sonrisa
asociada a una ficción donde permanecen inalterables, como ejemplos de unos
cuentos infantiles donde todo está claro y terminado. A Leonardo, Pepito y Loli
los he conocido personalmente en otras localidades costeras. Lo insólito de sus
comportamientos me resulta demasiado familiar. Carece del encanto de lo
gratuito o excepcional y me enfrenta a un pasado que, con nuevas
circunstancias, sigue relativamente cercano en mi experiencia cotidiana. No
alimenta mi memoria porque hasta cierto punto lo sigo viendo, como unas
localidades costeras que no pueden ser la proyección actualizada de aquella
idílica, y subdesarrollada, imagen de la Peñíscola de Calabuch. Son, por
el contrario, la culminación de un fenómeno turístico que ya en los años
setenta contenía todos los elementos para su degeneración y desequilibrio.
viernes, 28 de abril de 2023
¡Vivan los novios! (1970), de Luis García Berlanga
Un fotograma puede resumir una película. El cariacontecido rostro de José Luis López Vázquez en el día de su boda con Loli, la propietaria de la tienda de souvenirs en ¡Vivan los novios!, revela que la felicidad no es asunto cercano y asegurado en las películas de Berlanga y Azcona. Al contrario, se suele escapar por un sinfín de contradicciones y circunstancias imprevistas que todo lo empeoran o miserabilizan. La película que revela la evolución de tantas localidades costeras tras la irrupción de un turismo masivo la analizo en La sonrisa del inútil (2008) y la contrasto con Calabuch (1956):
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