A estas alturas ya estoy acostumbrado a que, poco después de publicar un libro, fallezca alguna de las personas que han aparecido en el mismo. La situación se repite de forma inexorable porque la mayoría de esos protagonistas son referentes o personalidades con más edad que yo y, conviene admitirlo, los de mi generación ya estamos en esa fatídica primera línea.
Carlos Tena (1943-2023) fue un referente de mi juventud, cuando le conocí por sus programas musicales y su compromiso político. En una izquierda bastante avejentada en sus pautas culturales, el presentador de personalidad singular suponía un aire fresco y renovador. Le seguí, aprendí algo de música con su ayuda y, sobre todo, disfruté con sus maneras a la hora de presentar los programas. Luego desapareció, como tanta gente que regresa al anonimato por múltiples razones o se mueve en los ámbitos desconocidos de una sociedad cada vez más fragmentada.
El año pasado, con motivo de la publicación de Ofendidos y censores. La lucha por la libertad de expresión en España (!975-1984), volví a interesarme por él porque fue una de las víctimas de los ofendidos con voluntad de censores. Concretamente, permaneció como querellado durante años por haber presentado a Las Vulpes cuando interpretaron «Me gusta ser una zorra», que hoy mismo he escuchado en varias emisoras como recuerdo a quien acaba de fallecer.
El paso del tiempo convierte algunos dramas en espectáculos ridículos sin que los artífices pidan, al menos, disculpas. ABC habrá dado la noticia del fallecimiento, pero nunca ha pedido disculpas por haber montado aquel escándalo en colaboración con diferentes colectivos reaccionarios y alguna ayuda sorprendente de autoridades relacionadas con el PSOE. Los ofendidos con vocación de censores pretenden amargar la vida de quienes hacen uso de la libertad de expresión, pero cuando las querellas o las demandas quedan en nada, y hasta se convierten en absurdas por el paso del tiempo, nunca reconocen su error y, por supuesto, jamás piden disculpas.
Carlos Tena ha fallecido sin haberlas recibido después de estar años pendiente de una absurda querella. No creo que le amargara porque era un hombre vital, pero al menos tendría la satisfacción de que aquella juvenil canción tuviera cientos de miles de visualizaciones en You Tube, se hubiera convertido en un hito de la lucha por la libertad de expresión y sus detractores permanecieran callados porque recordar su iniciativa judicial era una invitación a hacer el ridículo. Así lo conté en Ofendidos y censores y así lo recuerdo desde la tristeza de saber el fallecimiento de quien me enseñó con su trabajo.
Por si hubiera alguna duda, ABC ha dado la noticia sin reconocer el error cometido en los años ochenta y sin asombrarse de haber reproducido el vídeo que entonces persiguieron. En fin...
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