lunes, 27 de noviembre de 2017

Ignacio Martínez de Pisón escribe acerca de Suelas gastadas



Ignacio Martínez de Pisón, en su columna de La Vanguardia (24-XI-2017) ha escrito sobre Suelas gastadas:
Periodistas
Existe algún tratado sobre la historia del periodismo en España, pero no creo que exista ninguna historia de los periodistas españoles. El día en que alguien se decida a escribirla tendrá por fuerza que acudir a los libros de Juan Antonio Ríos Carratalá, acaso el investigador actual que más ha contribuido al rescate de las viejas historias de los viejos periodistas. En Hojas volanderas, libro suyo de hace seis años, desempolvaba la peripecia de varias figuras de la Segunda República. Uno de ellos era el antifascista vallisoletano José Luis Salado, que durante la Guerra Civil convirtió el articulismo en una virulenta arma de combate (no por casualidad su sección se titulaba “Tiros al blanco”). Otro era el catalán Mateo Santos, que el 19 de julio de 1936 se puso detrás de la cámara para dejar testimonio de lo que, para los anarquistas como él, era el comienzo de la revolución. Otro, el falangista bilbaíno Jacinto Miquelarena, un humorista ligero y elegante que acabaría lanzándose en París a las vías del metro...
Cuando uno se pone a escarbar en el pasado, suele ocurrir que una historia te lleva a otra historia y ésta a otra y a otra. Tomo prestado el símil de Andrés Trapiello, que escribió que a veces un libro es como un cesto de cerezas, del que no puedes sacar una sin que arrastre otras, que a su vez, etcétera. En Hojas volanderas contaba Ríos Carratalá algunas historias que arrastraban otras historias que sólo en su nuevo y muy reciente libro, Suelas gastadas, han alcanzado un desarrollo pleno. Por ejemplo, la del valenciano Luis de Sirval, que sería encarcelado en la Asturias revolucionaria de 1934 y moriría en prisión asesinado por un legionario de nombre tan rotundo e improbable como Iván Ivanoff.
A veces la relación entre dos historias es de analogía. Suelas gastadas indaga en los paralelismos existentes entre el periodismo de la Segunda República y el de la Transición, separadas por cuatro décadas pero unidas por una atmósfera común de ebullición social y transformación política: en definitiva, la República no fue sino una Transición que acabó mal (y viceversa). Así pues, no puede extrañar que el columnismo de los años treinta prefigure el de los setenta, y las viejas “notas parlamentarias” de Sirval habrían señalado el camino a quienes durante la Transición practicaron la crónica parlamentaria, entre los que destaca el nombre del barcelonés Luis Carandell. ¿Cómo no recordarlo en la televisión de los primeros años ochenta, con su frente despejada, su media sonrisa y esa voz rasposa que parecía relativizarlo todo? Era Carandell un periodista de sólida cultura y humor fino que desarmaba a los pomposos y los solemnes. Poseía además el raro don de caer bien, y la gente recordaba lo mucho que se había reído con su Celtiberia Show, ese escaparate en el que quedaban a la vista las vergüenzas de la España del desarrollismo, como la multa impuesta a un joven asturiano por “carraspeo al paso de la autoridad” o el cartel de “Se hablan idiomas por señas” que colgaba de la puerta de un restaurante para turistas.
Otro de los protagonistas de Suelas gastadas es el gran Xavier Vinader, del que se recuerda sobre todo el calvario judicial sufrido a primeros de los años ochenta. La historia es conocida: en 1980 Vinader fue acusado nada menos que de inducción al asesinato después de que ETA matara a dos ultraderechistas que aparecían mencionados en uno de sus reportajes. Vinieron luego la condena a siete años de prisión, la huida a París en busca de refugio, las masivas campañas de apoyo, el acuerdo final por el que el gobierno accedía a indultarle tras una estancia de dos meses en Carabanchel...
Si a Luis Carandell no llegué a conocerlo nunca, con Xavier Vinader sí tuve cierta amistad. Lo visité por primera vez en el año 2006. Por entonces andaba yo metido en la redacción de una novela sobre un confidente policial en la Barcelona de la Transición, y el productor Pedro Costa, para quien acababa de escribir un guión, me pasó el teléfono de Vinader y me recomendó que le llamara. Pedro Costa (muerto el año pasado, un año después que el propio Vinader) había sido periodista antes que cineasta, y la amistad entre ambos se remontaba a la primera etapa de Interviú. El reportaje con el que Vinader había debutado en la revista se titulaba “Cómo se fabrica un confidente”, así que ¿quién mejor que él para asesorarme para mi historia? Con una generosidad y una paciencia ilimitadas, Vinader no sólo resolvió mis dudas y compartió conmigo sus experiencias sino que me puso en contacto con personas de su confianza que también podían ayudarme, entre ellas algunas a las que por mí mismo no habría tenido acceso, como un antiguo inspector de la Brigada Político-Social que me dio no pocos detalles sobre la represión de finales del franquismo. Me ha alegrado reencontrarme con Xavier Vinader en las páginas de Suelas gastadas y descubrir que también a su autor, como a mí mismo, lo atendió y ayudó “sin perder nunca la sonrisa”.

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