El historiador debe procurar mantenerse distante con respecto a los sujetos históricos que analiza, pero en ocasiones ese empeño se convierte en un imposible. El caso del médico y humorista Joaquín Sama Naharro es un buen ejemplo. Desde que le encontrara como represaliado del franquismo y le dedicara algunos párrafos en Nos vemos en Chicote (2015), mi simpatía hacia su personalidad ha ido creciendo a la par que la indignación por la persecución que sufrió durante la posguerra. Acabo de encontrar un nuevo documento que prueba esa inquina sin límite que padeció una persona fundamentalmente buena y querida, tanto en Madrid como en Córdoba. Al menos, en mi próximo libro podré contar todo lo sucedido para que el también dibujante tenga el merecido espacio en la memoria colectiva.
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