domingo, 5 de octubre de 2025

El entierro de Rafael Sánchez Mazas


 Rafael Sánchez Mazas

Miguel Sánchez-Mazas (1925-1995) fue uno de los universitarios que, a pesar de su origen familiar, en el Madrid de 1956 alzaron la voz contra la dictadura. Los «jaraneros y alborotadores» apenas sumaron unos cientos en el marco de una universidad que empezaba a dar muestras de una disidencia por puro hartazgo de la mediocridad. La crisis motivada por aquellas protestas resultó más sonada por lo novedosa que por su propia trascendencia para la estabilidad del régimen, pero supuso meses de cárcel y diferentes problemas para unos jóvenes anhelantes de unos horizontes más amplios.

El hijo de Rafael Sánchez Mazas, el ideólogo de FET y de las JONS, partió voluntariamente para el exilio en 1957, poco después de que su hermano Rafael publicara El Jarama (1955) para hablarnos de una juventud distinta de la falangista y mientras el más joven de la familia, Chicho Sánchez Ferlosio (1940-2003), iniciaba como cantautor un camino paralelo de disidencia vital y creativa. Los tres son las «ovejas descarriadas» del falangista. Miguel, fiel a su pensamiento socialista, denunció la dictadura desde un exilio donde ejercía como matemático y filósofo. El regreso le estaba vedado.

Rafael Sánchez Mazas vio partir al hijo, supo de las disidencias de sus hermanos y algunas dudas anidarían en su interior. No obstante, el mejor prosista de la Falange en público permaneció hasta el final de sus días alineado con el régimen, si bien en un segundo plano desde 1942, cuando el abúlico escritor empezó a ver diluida una influencia política que le había llevado al Consejo de Ministros durante la Victoria. Según Gregorio Morán, su faceta ministerial no fue un desastre; «ni bueno, ni malo, sencillamente no fue». El falangista ni siquiera asistía a las convocatorias y el general Franco terminó hartándose de semejante peculiaridad de quien, al poco tiempo, pudo vivir como heredero y rentista. La práctica política le parecería entonces un menester de arrieros.

Francisco Umbral escribió que Rafael Sánchez Mazas tenía «un gran violín literario y pocas ganas de tocar». La escasa bibliografía del autor ratifica la afirmación. Así, sin dejar de ser una eterna promesa de las letras falangistas como otros de sus compañeros, el mal fusilado en 1939 se dejó llevar hasta el final de sus días, que llegó en octubre de 1966. El entierro del creador del ¡Arriba, España! de tantos actos se retrasó hasta el día 19. Gracias a la intervención de Fernando María Castiella, ministro de Asuntos Exteriores y amigo del finado, Miguel pudo regresar para asistir al entierro de su padre. El plazo de la autorización verbal era de cuarenta y ocho horas, durante las cuales el exiliado siempre estuvo escoltado por la policía, aunque los agentes fueran vestidos de paisano para restar tensión al momento.




Mi colega Maximiliano Fuentes Codera ha publicado una excelente y exhaustiva biografía de Rafael Sánchez Mazas, «el falangista que nació tres veces» (Taurus, 2025), En sus páginas de brillante prosa se da cuenta de este entierro con la presencia de un hijo exiliado y escoltado que regresó para despedir al padre. El momento impacta al lector más atento a los detalles que a la doctrina y, al mismo tiempo, lleva a pensar en la dificultad para admitir un pasado que a la vista del presente supone una dramática equivocación.

La personalidad de Rafael Sánchez Mazas parece enigmática en contraposición con la rotundidad de sus manifestaciones públicas como falangista. La hipótesis carece de pruebas para su verificación, pero supongo al padre desgarrado por el exilio del hijo e incapaz de reconsiderar en público su pasado. La estela de Dionisio Ridruejo suponía el ostracismo y contó con escasos seguidores. La madera de héroe abunda en la ficción tanto como escasea en la realidad.

El probable desgarro del ideólogo no dio paso al precipicio que implica comprobar lo equivocado de unos postulados defendidos con el ardor de la juventud y un estilo «viril». Llegada la vejez donde semejante virilidad es propia de majaderos, asomarse a ese vacío representa un peligro y un desamparo que pocos líderes, ni siquiera los viriles al modo fascista, son capaces de afrontar, aunque por el camino abandonen la compañía de unos hijos.

El pensamiento político de Rafael Sánchez Mazas es un ejercicio de retórica cuyo significado ha quedado diluido por el paso del tiempo. Solo permanece la brillantez de su prosa, pero también la tragedia nunca explícita de quien exaltó durante décadas un régimen capaz de mandar a su hijo Miguel al exilio. El matemático y sus hermanos Chicho y Rafael nunca perdieron el respeto por el padre. Incluso contribuyeron a mejorar su memoria con anécdotas como la voluntad de salvar a Miguel Hernández. Su relato apenas resiste la comprobación documental, pero evidencia que los testimonios familiares suelen ser resbaladizos para los historiadores. Su inserción siempre debe aparecer entrecomillada.


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