domingo, 12 de octubre de 2025

Kafka en la jurisdicción militar de la Victoria


 Sumario 128.351 del AGHD

El periodista sevillano José de la Flor Ruiz no ha pasado a los anales de la historia por su trabajo durante el período republicano, cuando dirigió el Noticiero sevillano hasta su desaparición en 1933 y se trasladó a la capital para incorporarse a Diario de Madrid, pasando después como redactor a Ahora. Desde febrero de 1937 trabajó como confeccionador en Política, el órgano de Izquierda Republicana, y allí permaneció sin demasiado protagonismo hasta la finalización de la Guerra Civil.

José de la Flor Ruiz andaba cerca de los cincuenta años, era padre de cinco hijos y, dada la modestia de su labor periodística en periódicos republicanos, consideró que ante los vencedores prevalecería su condición de «hombre de orden» que había dirigido una publicación derechista en Sevilla.

Las primeras semanas de la Victoria parecieron darle la razón. El periodista permaneció algunos días en la pensión donde vivía a la espera de trasladar a su familia, refugiada en Denia durante la guerra, a Sevilla y buscar un futuro profesional. Mientras tanto, José de la Flor Ruiz tuvo la precaución de poner tierra por en medio y buscar una casa en Villalba del Rey para vivir con su esposa y cinco hijos. El periodista afrontaba la situación de paro forzoso gracias a la ayuda de un hermano, que le hacía periódicas transferencias.

Al parecer, y por razones difíciles de entender, el sevillano debía trasladarse a la localidad de Huete para hacer efectivas esas transferencias. Allí, el 27 de mayo de 1939 fue detenido por un falangista que conocía su condición de periodista y, sin mediar un interrogatorio, le trasladaron a la cárcel de la citada localidad conquense. El destino de las quinientas pesetas procedentes del hermano es un misterio a la luz del sumario 128351 del AGHD.

El 9 de enero de 1940, el sevillano fue trasladado a Uclés, también en la provincia de Cuenca. El centro penitenciario sería uno de los improvisados por entonces para acoger la avalancha de prisioneros republicanos y allí, con la excepción de un aislado interrogatorio, el periodista pasó meses y meses sin tener conocimiento de su procesamiento.

El 9 de noviembre de 1941, treinta meses después de su detención, el juzgado militar de Huete comunicó a la auditoría que el sumario del periodista había sido elevado a plenarios. El traslado de lo instruido al tribunal debió ser caótico. Al cabo de los años nadie sabía el número del sumario o la pena dictada. Ni siquiera si se había celebrado el correspondiente consejo de guerra. José de la Flor Ruiz era un prisionero que, desde el punto de vista documental, había quedado en el limbo.

El 22 de enero de 1942, sin la correspondiente documentación, le trasladaron al penal de Ocaña y, con un paso intermedio por la cárcel de Porlier, el periodista acabó en la de Santa Rita el 4 de marzo del citado año. Al menos, estaba en el limbo, pero en la capital y preso poco después en la prisión provincial de Madrid. Los responsables de las diferentes instituciones penitenciarias indagaron acerca del procesamiento sin aclarar la situación del procesado. En definitiva, el sevillano siguió en el limbo del silencio administrativo.

Camino del sexto año en las cárceles de la Victoria sin haber sido procesado, José de la Flor Ruiz el 28 de noviembre de 1944 se dirige por carta al capitán general de la I Región Militar. El motivo es comprensible: «desde la fecha en que fue detenido hasta hoy han transcurrido sesenta y seis meses sin que el compareciente haya sido juzgado ni sepa a disposición de qué autoridad se encuentra».

El capitán general dio traslado de la carta al auditor, quien el 15 de febrero de 1945 ordenó instruir «diligencias previas» (sic) «en averiguación de la situación de dicho recluso, al no haber sido localizado el procedimiento en el que fue encartado». El sumario 128351 del AGHD es el resultado de esta labor donde nunca medió una justificación o una disculpa por un encarcelamiento de casi seis años sin mediar un «procedimiento».

El teniente coronel Pedro de Llorente Miralles fue el instructor como titular del Juzgado Militar Permanente n.º 22. La Dirección General de Seguridad le remite un informe sobre el sevillano fechado el 3 de marzo de 1945. La policía también iba a ciegas en este caso: «Se tienen referencias no confirmadas de que a la terminación de la pasada campaña fue detenido, juzgado y condenado a la última pena por hechos ocurridos en Denia (Alicante), donde tenía evacuada a su esposa y tres hijos menores».

Al margen de que sería notable la desaparición de la documentación relacionada con una condena a muerte, es cierto que la esposa e hijos estuvieron en la localidad alicantina (CDMH, PS-Madrid, 2522.121). Sin embargo, no me constan esos «hechos ocurridos» y la detención tuvo lugar en Huete, mientras que la familia residía en Villalba del Rey.

El instructor debió hacer caso omiso de lo apuntado por la DGS en relación con la supuesta condena a muerte y prestaría más atención a los testimonios de quienes declararon a favor de José de la Flor Ruiz. Todos le consideraron como «una persona de orden», de ideología derechista y sin peligro para el Glorioso Movimiento Nacional.

El 16 de abril de 1945, el periodista se dirige al instructor «en súplica de que le sea concedida la libertad o en caso contrario sea juzgado por los tribunales competentes». El teniente coronel Pedro de Llorente Miralles no contestó al sevillano, pero trasladó la petición al auditor.

Sin mediar explicaciones, ni mucho menos un reconocimiento del error cometido para facilitar una compensación, el 22 de mayo de 1945 el auditor concede la libertad a quien fuera detenido el 27 de mayo de 1939. El 1 de junio de 1945, al cabo de seis años, José de la Flor Ruiz salió en libertad y pudo reencontrarse con su esposa e hijos. Por entonces, ya había cumplido los cincuenta años y, después de la experiencia carcelaria, dudo que disfrutara de una salud para afrontar el futuro.

Kafka recurrió a la imaginación para concebir situaciones kafkianas. Los historiadores de lo sucedido en la jurisdicción militar de la Victoria, que no la posguerra, sabemos que para encontrarlas no hace falta recurrir a castillos o conversiones monstruosas. Los sumarios prueban que todo era posible gracias a la mediocridad añadida a la violencia.


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