El periodista sevillano
José de la Flor Ruiz no ha pasado a los anales de la historia por su trabajo
durante el período republicano, cuando dirigió el Noticiero sevillano hasta
su desaparición en 1933 y se trasladó a la capital para incorporarse a Diario
de Madrid, pasando después como redactor a Ahora. Desde febrero de
1937 trabajó como confeccionador en Política, el órgano de Izquierda
Republicana, y allí permaneció sin demasiado protagonismo hasta la finalización
de la Guerra Civil.
José de la Flor Ruiz
andaba cerca de los cincuenta años, era padre de cinco hijos y, dada la
modestia de su labor periodística en periódicos republicanos, consideró que
ante los vencedores prevalecería su condición de «hombre de orden» que había
dirigido una publicación derechista en Sevilla.
Las primeras semanas de
la Victoria parecieron darle la razón. El periodista permaneció algunos días en
la pensión donde vivía a la espera de trasladar a su familia, refugiada en
Denia durante la guerra, a Sevilla y buscar un futuro profesional. Mientras
tanto, José de la Flor Ruiz tuvo la precaución de poner tierra por en medio y
buscar una casa en Villalba del Rey para vivir con su esposa y cinco hijos. El
periodista afrontaba la situación de paro forzoso gracias a la ayuda de un
hermano, que le hacía periódicas transferencias.
Al parecer, y por razones
difíciles de entender, el sevillano debía trasladarse a la localidad de Huete
para hacer efectivas esas transferencias. Allí, el 27 de mayo de 1939 fue
detenido por un falangista que conocía su condición de periodista y, sin mediar
un interrogatorio, le trasladaron a la cárcel de la citada localidad conquense.
El destino de las quinientas pesetas procedentes del hermano es un misterio a
la luz del sumario 128351 del AGHD.
El 9 de enero de 1940, el
sevillano fue trasladado a Uclés, también en la provincia de Cuenca. El centro
penitenciario sería uno de los improvisados por entonces para acoger la
avalancha de prisioneros republicanos y allí, con la excepción de un aislado interrogatorio,
el periodista pasó meses y meses sin tener conocimiento de su procesamiento.
El 9 de noviembre de
1941, treinta meses después de su detención, el juzgado militar de Huete
comunicó a la auditoría que el sumario del periodista había sido elevado a
plenarios. El traslado de lo instruido al tribunal debió ser caótico. Al cabo
de los años nadie sabía el número del sumario o la pena dictada. Ni siquiera si
se había celebrado el correspondiente consejo de guerra. José de la Flor Ruiz
era un prisionero que, desde el punto de vista documental, había quedado en el
limbo.
El 22 de enero de 1942,
sin la correspondiente documentación, le trasladaron al penal de Ocaña y, con
un paso intermedio por la cárcel de Porlier, el periodista acabó en la de Santa
Rita el 4 de marzo del citado año. Al menos, estaba en el limbo, pero en la
capital y preso poco después en la prisión provincial de Madrid. Los
responsables de las diferentes instituciones penitenciarias indagaron acerca del
procesamiento sin aclarar la situación del procesado. En definitiva, el
sevillano siguió en el limbo del silencio administrativo.
Camino del sexto año en
las cárceles de la Victoria sin haber sido procesado, José de la Flor Ruiz el
28 de noviembre de 1944 se dirige por carta al capitán general de la I Región
Militar. El motivo es comprensible: «desde la fecha en que fue detenido hasta
hoy han transcurrido sesenta y seis meses sin que el compareciente haya sido
juzgado ni sepa a disposición de qué autoridad se encuentra».
El capitán general dio
traslado de la carta al auditor, quien el 15 de febrero de 1945 ordenó instruir
«diligencias previas» (sic) «en averiguación de la situación de dicho
recluso, al no haber sido localizado el procedimiento en el que fue encartado».
El sumario 128351 del AGHD es el resultado de esta labor donde nunca medió una
justificación o una disculpa por un encarcelamiento de casi seis años sin
mediar un «procedimiento».
El teniente coronel Pedro
de Llorente Miralles fue el instructor como titular del Juzgado Militar
Permanente n.º 22. La Dirección General de Seguridad le remite un informe sobre
el sevillano fechado el 3 de marzo de 1945. La policía también iba a ciegas en
este caso: «Se tienen referencias no confirmadas de que a la terminación de la
pasada campaña fue detenido, juzgado y condenado a la última pena por hechos
ocurridos en Denia (Alicante), donde tenía evacuada a su esposa y tres hijos
menores».
Al margen de que sería
notable la desaparición de la documentación relacionada con una condena a
muerte, es cierto que la esposa e hijos estuvieron en la localidad alicantina
(CDMH, PS-Madrid, 2522.121). Sin embargo, no me constan esos «hechos ocurridos»
y la detención tuvo lugar en Huete, mientras que la familia residía en Villalba
del Rey.
El instructor debió hacer
caso omiso de lo apuntado por la DGS en relación con la supuesta condena a
muerte y prestaría más atención a los testimonios de quienes declararon a favor
de José de la Flor Ruiz. Todos le consideraron como «una persona de orden», de
ideología derechista y sin peligro para el Glorioso Movimiento Nacional.
El 16 de abril de 1945,
el periodista se dirige al instructor «en súplica de que le sea concedida la
libertad o en caso contrario sea juzgado por los tribunales competentes». El
teniente coronel Pedro de Llorente Miralles no contestó al sevillano, pero trasladó
la petición al auditor.
Sin mediar explicaciones,
ni mucho menos un reconocimiento del error cometido para facilitar una
compensación, el 22 de mayo de 1945 el auditor concede la libertad a quien
fuera detenido el 27 de mayo de 1939. El 1 de junio de 1945, al cabo de seis
años, José de la Flor Ruiz salió en libertad y pudo reencontrarse con su esposa
e hijos. Por entonces, ya había cumplido los cincuenta años y, después de la
experiencia carcelaria, dudo que disfrutara de una salud para afrontar el
futuro.
Kafka recurrió a la
imaginación para concebir situaciones kafkianas. Los historiadores de lo
sucedido en la jurisdicción militar de la Victoria, que no la posguerra,
sabemos que para encontrarlas no hace falta recurrir a castillos o conversiones
monstruosas. Los sumarios prueban que todo era posible gracias a la mediocridad
añadida a la violencia.
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