José María Pou cuando
recibió el premio José Estruch a la mejor interpretación de la anterior
temporada me comento que, a sus ochenta años y después de más de medio siglo en
los escenarios, era consciente de que había llegado el momento de cerrar
puertas y ventanas. La frase quedó en mi memoria porque, con una sencilla
imagen, sintetizaba la inevitable despedida en cualquier actividad.
Yo también he empezado a
cerrar puertas y ventanas como catedrático en activo. Siempre he rechazado la
actitud de los colegas aferrados hasta el último día a sus cargos o
participando en cualquier actividad como si no hubiera un mañana. Semejante protagonismo suele ser un indicio de la negativa a dar el relevo, una
circunstancia que no se estudia, pero nos define.
Esta semana he
participado en uno de los últimos congresos a los que asistiré como
investigador en activo. Los primeros tuvieron lugar en los años ochenta y, a
estas alturas, son muchos los acumulados en una trayectoria donde esta
actividad resulta imprescindible.
Los profesores Fernando
Larraz y Diego Santos, de la Universidad de Alcalá, me invitaron a dar una
ponencia plenaria en el IV Congreso Internacional Literatura y franquismo:
Ortodoxias y heterodoxias. Acepté encantado porque la ocasión me permitía hacer
un balance del trabajo desarrollado en torno a los consejos de guerra de
periodistas y escritores durante el período 1939-1945 y, al mismo tiempo, contactar con la reciente promoción de investigadores de la
literatura durante el período franquista.
Ambos propósitos se
cumplieron. De regreso a casa, tengo una lista de nuevos contactos, proyectos
en los que colaboraré y, claro está, gestiones donde mi
firma tal vez facilite la consecución de los objetivos (tribunales, informes,
tesis, convenios…). La tarea me ocupará meses, pero la haré con
agrado porque es una manera de ayudar a los jóvenes investigadores, dar el
citado relevo y cerrar las puertas o las ventanas poniendo el protagonismo al
servicio de los compañeros.
No obstante, y después de
tantos congresos, el pasado jueves tuve una experiencia inédita. Al finalizar la ponencia, donde expliqué la tarea desarrollada en torno a los consejos de
guerra como respuesta a quienes han intentado censurarla por distintas vías,
incluida la descalificación profesional, los asistentes no solo
aplaudieron, sino que se pusieron en pie para hacerlo como sucede en los
teatros cuando una representación gusta mucho al público.
Los casi cien
investigadores me dieron así una muestra de solidaridad que se suma a otras ya recibidas, pero con la novedad del directo, que
convierte cualquier acto en un motivo de emoción. La sentí como nunca cuando vi
la respuesta de los compañeros, que así agradecieron una lucha por la libertad
de expresión y de cátedra compartida con la totalidad de quienes nos dedicamos
a esta tarea.
El resultado de la
ponencia fueron dos invitaciones de otras tantas editoriales para colaborar en
sus catálogos, ofertas de participación en distintos proyectos, contactos para
asesorar investigaciones…, pero sobre todo mucha solidaridad porque nadie, absolutamente
nadie, comprende un acoso de seis años por realizar el trabajo que me corresponde como catedrático.
Ya de regreso en casa, y
con nuevos sumarios por analizar remitidos por el Archivo General e Histórico
de Defensa, me siento con energías renovadas y la confianza de que, puestos a
cerrar las puertas y las ventanas de la actividad profesional, cuento con la
solidaridad de quienes con sus investigaciones me enseñan a valorar aspectos
inéditos de la cultura franquista. Nuestra labor pronto empezará a quedar
obsoleta frente a la protagonizada por la nueva hornada de historiadores. Así,
con la normalidad que debemos asumir, se habrá completado una cadena donde solo
somos un eslabón. No hace falta ser un Antonio Machado para comprenderlo y
actuar en consecuencia.
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