Ignacio Martínez de Pisón publicó "Cautiverios" (La Vanguardia, 6-I-2016), donde incluye mi edición de las memorias carcelarias de Diego San José entre las obras que nos recuerdan la experiencia de tantos cautiverios:
"Todos los objetos que había en los campos de concentración nazis llevaban estampado el sello K. L. Reich, abreviatura de “Konzentrationslager Reich”. De ahí sacó Joaquim Amat-Piniella el título para su novela autobiográfica, que el tiempo ha consagrado como un clásico indiscutible de la literatura en catalán. Por Mauthausen pasaron unos ocho mil españoles, de los que sobrevivieron dos mil y pico, Amat-Piniella entre ellos. Puede que éste empezara a escribir el libro sólo para conjurar el recuerdo de esos cuatro años de padecimientos, pero el resultado va mucho más allá de lo meramente terapéutico. Conozco pocas representaciones del infierno tan precisas y estremecedoras como K. L. Reich, que nos introduce en un mundo de pesadilla cuyos pobladores han sido brutalmente despojados de su condición de seres humanos y reducidos a la más cruda animalidad.
El tiempo también ha consagrado K. L. Reich como un clásico indiscutible de la literatura concentracionaria, a la altura del emblemático Si esto es un hombre. Al igual que Primo Levi, Amat-Piniella escribió el primer borrador del libro en 1946, y los dos tardaron bastantes años en verlo publicado: diez el primero, diecisiete el segundo. En el caso de Amat-Piniella, una parte de ese retraso se debió a las reticencias de la censura franquista, que fue también la causa de que la traducción castellana apareciera antes que el original catalán. Sus editores no podían ser más ilustres: Carlos Barral en castellano, Joan Sales en catalán. Desde aquel lejano 1963, el goteo de reediciones ha sido constante, lo que quiere decir que el libro se ha ido haciendo un hueco en las preferencias de varias generaciones de lectores.
Pero es que K. L. Reich también se está abriendo camino fuera. Una editorial austriaca lo acaba de publicar en alemán, un idioma al que parecía predestinado: esa traducción cierra un círculo que se había abierto antes incluso de que la obra fuera concebida. Cuando me llegó la noticia de la publicación, estaba casualmente leyendo un libro que comparte cierto aire de familia con el de Amat-Piniella. Me refiero a Rua de captius de Francesc Grau Viader, que con el título Cautivos y desarmados acaba de aparecer en castellano en el catálogo de Club Editor, la histórica editorial fundada precisamente por Joan Sales. El libro, también una novela con un fuerte componente autobiográfico, recrea la experiencia del autor durante su breve paso por el campo de concentración franquista de Miranda de Ebro. No se trataba de un campo de exterminio sino de un campo de prisioneros pero, salvo por la ausencia de hornos crematorios, las condiciones de vida en Miranda no diferían mucho de las de Mauthausen: hambruna, crueldad arbitraria, castigos y ejecuciones ejemplarizantes, insalubridad, desatención médica, piojos... Lo peor, sin embargo, no era la inmundicia física sino la espiritual, que convertía en enemigos a los compañeros de cautiverio y contribuía muy decididamente al envilecimiento general. Desde el primer día les habían dejado claro que no eran más que escoria: “Habéis luchado contra vuestra patria y habéis perdido. Vosotros sois los responsables de nuestros mártires. Que nadie confíe en nuestro perdón y mucho menos en nuestro olvido.” Para obtener algunos privilegios pero sobre todo para acercarse al bando de los vencedores, algunos presos colaboraban en la vigilancia del campo. A esos presos los llamaban esbirros. Eran ellos los que, a golpe de vergajo, ponían más esmero en la represión de los otros reclusos, sus compañeros.
El sistema concentracionario franquista duró nada menos que hasta 1947. Por esos campos pasaron decenas de miles de republicanos españoles, pero son muy pocos los textos literarios que dan testimonio de su existencia. Uno de ellos es éste de Grau Viader. Otro, también vibrante y sobrecogedor, es De cárcel en cárcel, de Diego San José, escrito en 1944 y recuperado hace sólo unos meses por la editorial Renacimiento. Si el delito de Grau Viader consistía en haber sido enviado al frente como uno más de los muchos soldaditos de la Quinta del Biberón, el de San José era haber escrito varios artículos favorables al gobierno republicano. Diego San José se libró del fusilamiento gracias a Millán Astray, el fundador de la Legión, que admiraba su literatura e intercedió para que le conmutaran la pena de muerte. Tras pasar por varias prisiones madrileñas, fue a parar al campo de San Simón, una antigua leprosería en una islita de la ría de Vigo. Allí las condiciones de vida eran las habituales: la bazofia que les daban para comer, la elevada mortandad, las sesiones de despioje. Al principio, además, se producían sacas. Si por la noche oían el motor de una lancha acercándose al muelle, era que venían a llevarse a alguno para ejecutarlo al amanecer. Los presos se miraban espantados: ¿a quién le tocaría esa noche? A veces, sin embargo, se trataba sólo del motor de un pesquero, que acababa pasando de largo mientras ellos soltaban un suspiro de alivio."
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