sábado, 18 de mayo de 2024

Papá no era el rolling stone que suponía


Mi escaso conocimiento del inglés es propio de un autodidacta que necesita entender trabajos académicos relacionados con sus investigaciones y, desde luego, no me permite traducir las letras de las canciones cuando las escucho. El problema ahora lo tengo asumido con cierta resignación y algo de escepticismo, puesto que los desengaños han sido numerosos cuando he consultado las letras o leído su traducción. Algunos mitos, incluso, han caído por la maldita curiosidad. La concesión del premio Nobel de Literatura a Bob Dylan me dejó atónito y la consiguiente aclaración permanece en el wind.

Las sorpresas también han sido notables por esa misma curiosidad de indagar los contenidos. Todavía recuerdo el entusiasmo adolescente con una canción, Summertime, que escuchaba a menudo, sobre todo por la noche, cuando hacía algo de calor y, a falta de alguna copa, contaba con la ayuda de la imaginación desatada. Descartada la gritona versión de Janis Joplin, que me puso de los nervios cuando la escuché, tenía en casa otra de Louis Amstrong y Ella Fitzgerald, una pareja que me parece todavía el colmo de lo excelso. Solo contaba con el disco de 33 rpm y las imágenes quedaban alojadas en el YouTube particular de mis sueños. Les suponía ya mayorcitos porque veía la foto de la portada, que era inequívoca en este sentido, pero escuchándolos parecían dos enamorados que en una caliente noche de verano explayaban sus deseos.



Un día quise concretarlos, «a nivel textual», y me encontré con la sorpresa de que la canción tan hot en realidad era una nana. El planchazo fue absoluto, aunque supongo que los afortunados niños con padres como Louis y Ella habrán tenido una educación sentimental capaz de hacerles disfrutar de las noches de verano, siempre en una excelente compañía por aquello de la sensualidad y regada por alguna copa.

La adolescencia de un estudiante de francés también me llevó a suponer que una canción de The Temptations que escuchaba a menudo, Papa was a Rolling Stone (1972), estaba dedicada a un padre convertido en un Rolling Stone, por aquella manía de poner mayúsculas en los títulos ingleses. La posibilidad de asociar la paternidad con Mike Jagger, y rendir homenaje a semejante híbrido, me sorprendía, pero la suponía transgresora y esta circunstancia, en tiempos de rebeldía, bastaba para mi aceptación.

Al cabo de muchos años, ya con la ayuda de YouTube, volví a escuchar la canción en un vídeo subtitulado y, para pasmo de mi credulidad, aquellos tipos que me gustaban más cuando los imaginaba sin unos trajes anaranjados en realidad no homenajeaban a su padre. Al contrario, lo ponían a parir, porque al titularla no pensaban en el grupo británico, sino en una acepción que en castellano sería un «bala perdida». La definición seleccionada, ya necesitada de consulta en el diccionario, denota mi pronta jubilación. El padre de la canción es un tipo sin perdón y este grupo que tanto me había entusiasmado, sobre todo con la introducción musical, despotricaba contra un tipejo cuyas maldades me recordaban algún ejemplo moralizador explicado en la catequesis. El planchazo volvió a ser notable.



Algún día explicaré cómo la canción de amor que más me gustaba, interpretada por Dionne Warwick, en realidad era una plegaria con constantes invocaciones a Dios, que nunca me ha parecido un sujeto en quien confiar a la hora de abordar estas materias. Y todavía fue peor cuando supe que la historia de amor, tantas veces escuchada a Adriano Celentano, incluía una bofetada a la amante y el posterior desprecio con aires tan altaneros como machistas.

La alternativa ante estas sorpresas nunca debe pasar por la cancelación, un concepto asociado a la censura, sino por la posibilidad de dar a la canción el sentido que te apetece. Al fin y al cabo, es gratis, no penaliza y supone uno de los pocos privilegios al alcance de los que no somos precisamente políglotas, pero tenemos la imaginación siempre a punto.

 

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