sábado, 25 de mayo de 2024

El ninot de Juan Negrín


EL NINOT DE JUAN NEGRÍN

El pasado jueves fui invitado a presentar el llibret editado por la Foguera del Port d’Alacant, que este año se ocupa de dos momentos de silencio en nuestras fiestas: los de la Guerra Civil y los motivados por la pandemia del COVID-19. De estos últimos nada puedo indicar, pero de los primeros tuve la ocasión de hablar gracias a los excelentes artículos recopilados por Fran Martín y escritos por un grupo de amigos con quienes mantengo relación desde siempre. Al fin y al cabo, hemos colaborado en numerosas iniciativas tendentes a mantener viva la memoria local en los más diversos temas.

Al finalizar la charla, me referí a una anécdota familiar relacionada con esos aciagos años y las Hogueras. En junio de 1939, recién terminada la guerra en el puerto de Alicante, la celebración fue la propia de una ciudad destrozada por los setenta y un bombardeos sufridos, con el hambre de la miseria acumulada durante tres años y que tenía una población penal repartida en varios centros penitenciarios.

Ese año, según me han confirmado los amigos que de este tema saben, solo se plantó una hoguera de la que probablemente hubo alguna foto, aunque nunca la he conseguido localizar. El monumento se encontraba a las puertas del Mercado Central, a unos pocos metros de donde el 25 de mayo de 1938 fallecieron más de trescientas personas a causa de un bombardeo de la aviación italiana. Esta barbarie fascista nunca tuvo su Picasso.

Mi abuela me contó que en esa modesta hoguera el ninot de Juan Negrín ocupaba un lugar preferente y que el 24 de junio de 1939 aguantó mucho hasta que las llamas lo consumieron. Yo era un adolescente por entonces y apenas entendí el relato porque ni siquiera sabía quién era el aludido más allá de las «píldoras del Dr. Negrín», las lentejas como plato único de la que me habló mi abuela.

Años después, mi madre ya con la edad de mi abuela y llegada la democracia, empezó a relatar su experiencia como niña superviviente de aquel terrible bombardeo. Apenas tenía once años cuando salió escapando entre cadáveres y personas terriblemente mutiladas:

 


La historia del bombardeo ha sido divulgada hasta en documentales televisivos, cuenta con bibliografía y muchos otros testimonios pueden corroborar las palabras de mi madre. Sin embargo, todavía recuerda, a sus 98 años, otra que pocos conocen porque está basada en la percepción subjetiva de una familia derrotada. Esa noche de junio de 1939, de la mano de sus padres, la niña de trece años vio quemar la única hoguera y asegura, con la certeza de la experiencia, que el ninot de Juan Negrín tardó mucho, muchísimo, en ser consumido por las llamas.

El ninot ardería como cualquier otro. Los vencedores lo verían caer pronto y con la satisfacción de quien quema al enemigo porque ni siquiera se plantea la reconciliación y menos «la concordia». Los vencidos, privados de casi todo y solo poseedores de su imaginación, le vieron resistir las llamas con un empeño tan resignado como digno. Esa noche de derrota, donde tan pocos motivos había para la alegría, la familia comentaría que Juan Negrín había aguantado con la esperanza de que otras resistencias les libraran de la condición de vencidos.

El ninot de Juan Negrín no fue el comienzo de un cambio, pero, cuando tan absoluta y dramática era la derrota, se convirtió en una referencia que alimentaba los recuerdos mantenidos en silencio de una familia donde el padre sufrió graves quemaduras por un bombardeo, una hija había muerto por culpa de la escasez de medios, un cuñado estaba en la cárcel, otros familiares desaparecidos o exiliados, el futuro yerno perdiendo para siempre la posibilidad de ser un maestro republicano y, claro está, con todos pasando un hambre de la que me libré por haber nacido en 1958, cuando «ya no había tanta hambre», a diferencia de lo sucedido con mis hermanos.

Las historias, con su inevitable carga de ficción para redondearlas, alimentan la memoria que nos une a las generaciones desaparecidas. Ahora, tal y como dije al final de la charla, cabe esperar que en una sociedad democrática sin vencidos ni vencedores los ninots ardan a su debido tiempo y que, quienes asistimos a la quema, solo tengamos la necesidad de imaginar que el próximo año también podamos estar presentes en el ritual del fuego. Esa normalidad resulta más aburrida y apenas despierta la imaginación, pero nos permite vivir en paz.

La parte monográfica del llibret, dedicada al período de la Guerra Civil, ya se puede consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante con acceso libre para cualquier investigador interesado en el tema:

http://hdl.handle.net/10045/143189

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