EL
NINOT DE JUAN NEGRÍN
El pasado jueves fui
invitado a presentar el llibret editado por la Foguera del Port
d’Alacant, que este año se ocupa de dos momentos de silencio en nuestras
fiestas: los de la Guerra Civil y los motivados por la pandemia del COVID-19.
De estos últimos nada puedo indicar, pero de los primeros tuve la ocasión de
hablar gracias a los excelentes artículos recopilados por Fran Martín y
escritos por un grupo de amigos con quienes mantengo relación desde siempre. Al
fin y al cabo, hemos colaborado en numerosas iniciativas tendentes a mantener
viva la memoria local en los más diversos temas.
Al finalizar la charla,
me referí a una anécdota familiar relacionada con esos aciagos años y las
Hogueras. En junio de 1939, recién terminada la guerra en el puerto de
Alicante, la celebración fue la propia de una ciudad destrozada por los setenta
y un bombardeos sufridos, con el hambre de la miseria acumulada durante tres
años y que tenía una población penal repartida en varios centros
penitenciarios.
Ese año, según me han
confirmado los amigos que de este tema saben, solo se plantó una hoguera de la
que probablemente hubo alguna foto, aunque nunca la he conseguido localizar. El
monumento se encontraba a las puertas del Mercado Central, a unos pocos metros
de donde el 25 de mayo de 1938 fallecieron más de trescientas personas a causa
de un bombardeo de la aviación italiana. Esta barbarie fascista nunca tuvo su
Picasso.
Mi abuela me contó que en
esa modesta hoguera el ninot de Juan Negrín ocupaba un lugar preferente y que
el 24 de junio de 1939 aguantó mucho hasta que las llamas lo consumieron. Yo
era un adolescente por entonces y apenas entendí el relato porque ni siquiera
sabía quién era el aludido más allá de las «píldoras del Dr. Negrín», las
lentejas como plato único de la que me habló mi abuela.
Años después, mi madre ya
con la edad de mi abuela y llegada la democracia, empezó a relatar su
experiencia como niña superviviente de aquel terrible bombardeo. Apenas tenía
once años cuando salió escapando entre cadáveres y personas terriblemente
mutiladas:
La historia del bombardeo
ha sido divulgada hasta en documentales televisivos, cuenta con bibliografía y
muchos otros testimonios pueden corroborar las palabras de mi madre. Sin
embargo, todavía recuerda, a sus 98 años, otra que pocos conocen porque está
basada en la percepción subjetiva de una familia derrotada. Esa noche de junio
de 1939, de la mano de sus padres, la niña de trece años vio quemar la única
hoguera y asegura, con la certeza de la experiencia, que el ninot de Juan
Negrín tardó mucho, muchísimo, en ser consumido por las llamas.
El ninot ardería como
cualquier otro. Los vencedores lo verían caer pronto y con la satisfacción de
quien quema al enemigo porque ni siquiera se plantea la reconciliación y menos
«la concordia». Los vencidos, privados de casi todo y solo poseedores de su
imaginación, le vieron resistir las llamas con un empeño tan resignado como
digno. Esa noche de derrota, donde tan pocos motivos había para la alegría, la
familia comentaría que Juan Negrín había aguantado con la esperanza de que
otras resistencias les libraran de la condición de vencidos.
El ninot de Juan Negrín
no fue el comienzo de un cambio, pero, cuando tan absoluta y dramática era la
derrota, se convirtió en una referencia que alimentaba los recuerdos mantenidos
en silencio de una familia donde el padre sufrió graves quemaduras por un
bombardeo, una hija había muerto por culpa de la escasez de medios, un cuñado
estaba en la cárcel, otros familiares desaparecidos o exiliados, el futuro
yerno perdiendo para siempre la posibilidad de ser un maestro republicano y,
claro está, con todos pasando un hambre de la que me libré por haber nacido en
1958, cuando «ya no había tanta hambre», a diferencia de lo sucedido con mis
hermanos.
Las historias, con su
inevitable carga de ficción para redondearlas, alimentan la memoria que nos une
a las generaciones desaparecidas. Ahora, tal y como dije al final de la charla,
cabe esperar que en una sociedad democrática sin vencidos ni vencedores los
ninots ardan a su debido tiempo y que, quienes asistimos a la quema, solo
tengamos la necesidad de imaginar que el próximo año también podamos estar
presentes en el ritual del fuego. Esa normalidad resulta más aburrida y apenas
despierta la imaginación, pero nos permite vivir en paz.
La parte monográfica del llibret, dedicada al período de la Guerra Civil, ya se puede consultar en el Repositorio de la Universidad de Alicante con acceso libre para cualquier investigador interesado en el tema:
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