En 2014 y a petición de
Abelardo Linares, preparé la edición de Tiros al blanco, de José Luis
Salado, que editó Renacimiento. Ya había analizado la peculiar trayectoria de
este periodista en trabajos anteriores y la ocasión me permitió trazar con más
detalle su quehacer en la prensa republicana. La sección de La Voz que
da título al volumen apareció durante la guerra y ha sido comentada por varios
especialistas. Mi objetivo era conocer los antecedentes de quien había cobrado
protagonismo en unos momentos trágicos. La recopilación de datos, siempre
trabajosa, me condujo a una personalidad distanciada de las militancias más
radicales del momento, pero coherente con el ideario republicano hasta el
final, justo cuando tantos militantes habían huido o caído en el derrotismo.
José Luis Salado cometió
errores en su sección. Los tiempos no eran propicios para la ponderación y el
equilibrio. Sin embargo, sus tiros -siempre metafóricos porque no me consta que
alguno se convirtiera en realidad por su culpa- apuntaban en una dirección
crítica donde muchos aparecen como oportunistas y chaqueteros, sin menosprecio
de los aprovechados y cínicos. Los hubo en el seno del bando republicano, como
es lógico, y el testimonio del periodista ayuda a comprender una realidad
compleja porque se distancia un poco del tono propagandístico tan previsible en
aquellas cabeceras.
José Luis Salado fue una
víctima, pero no un héroe. Nunca pretendí presentarlo como tal y, si me atrajo,
fue en buena medida porque su trayectoria anterior a 1936 no invitaba a pensar
en un compromiso tan notable con la II República. Algo similar me ocurre ahora
con Santiago de la Cruz, del que ya he adelantado algunas conclusiones en este
blog y tendrá un amplio capítulo en el segundo volumen de Las armas contra
las letras gracias a la documentación de su familia.
Ambos eran tipos
divertidos y hasta frívolos que andaban por los ambientes de las variedades en
compañía de conocidas vedettes. Sus trayectorias estaban completamente alejadas
de las propias de tantos militantes de izquierdas, a menudo previsibles en sus
comportamientos por esa misma militancia. Sin embargo, llegado el momento de
resistir bajo las bombas, cuando tantos encontraron los más variados motivos
para abandonar la capital, ellos permanecieron trabajando en la prensa y hasta
en el frente. Lo pagaron caro, muy caro.
El trabajo de meses
recopilando textos dispersos y datos perdidos en recónditos lugares de la
hemeroteca no debería ser rebatido con una frase rotunda, escrita con las
prisas de quien debe realizar una tarea ciclópea en las letras para dar cuenta
de todos los compromisos. Así se hizo y en Las armas contra las letras lamenté
esa crítica impresionista tan ajena a la argumentación filológica. El episodio
apenas tiene importancia, pero me encuentro ahora un artículo de Andrés
Trapiello publicado en El Mundo (9-2-2024) donde el libro que edité
aparece citado como Tiros de gracia.
El despiste es
disculpable. Yo mismo lo podría haber tenido con cualquier otra obra y habría
pedido disculpas si un lector me lo hubiera advertido. Sin embargo, el ficticio
título revela un prejuicio hacia José Luis Salado que, en mi opinión, resulta
injustificado. El periodista no participó en los temidos “paseos” ni pidió dar
tiros de gracia a nadie. Ni siquiera a quienes, a veces de manera injusta,
criticó por su falta de compromiso con la II República.
Andrés Trapiello me honra
con su lectura de Las armas contra las letras y conocerá que el nombre
de José Luis Salado aparece en varios de los sumarios estudiados. Los
procesados sabían que el periodista estaba lejos de Madrid y, puestos a
repartir responsabilidades, se las atribuyeron para salvar el pellejo. A veces,
de manera absurda o incoherente, que los militares nunca comprobaron. Así, en
el silencio de esa documentación hasta ahora inédita, José Luis Salado casi
acabó siendo uno de los líderes de la “adhesión a la rebelión”. Curioso destino
a la vista de su pasado desde que marchara a París para asistir a los inicios
del cine sonoro.
La mentira para salvar la
vida tiene disculpa. Al fin y al cabo, lo sucedido en aquellos sumarísimos de
urgencia se asemeja a cuando algún muerto asume, a tenor de los testimonios
aportados por los implicados en un juicio, todas las responsabilidades. José
Luis Salado padeció la muerte civil en la lejana URSS y tampoco le imagino
preocupado por su reputación en los juzgados militares.
Nosotros, al cabo de
tantas décadas, ya no tenemos necesidad de mentir y podemos valorar el
testimonio de aquellos españoles con la ponderación que exige la tarea del
historiador. El de José Luis Salado, en mi opinión, resulta interesante porque
se separa de lo previsible y hasta cuestiona en algunos aspectos la propaganda
republicana. También se equivocó, a veces de manera lamentable por falta de
información, pero como otros en cuyos artículos acaban apareciendo unos
inoportunos «tiros de gracia».
No hay comentarios:
Publicar un comentario