sábado, 10 de febrero de 2024

Los tiros fueron al blanco, no de gracia


 

En 2014 y a petición de Abelardo Linares, preparé la edición de Tiros al blanco, de José Luis Salado, que editó Renacimiento. Ya había analizado la peculiar trayectoria de este periodista en trabajos anteriores y la ocasión me permitió trazar con más detalle su quehacer en la prensa republicana. La sección de La Voz que da título al volumen apareció durante la guerra y ha sido comentada por varios especialistas. Mi objetivo era conocer los antecedentes de quien había cobrado protagonismo en unos momentos trágicos. La recopilación de datos, siempre trabajosa, me condujo a una personalidad distanciada de las militancias más radicales del momento, pero coherente con el ideario republicano hasta el final, justo cuando tantos militantes habían huido o caído en el derrotismo.

José Luis Salado cometió errores en su sección. Los tiempos no eran propicios para la ponderación y el equilibrio. Sin embargo, sus tiros -siempre metafóricos porque no me consta que alguno se convirtiera en realidad por su culpa- apuntaban en una dirección crítica donde muchos aparecen como oportunistas y chaqueteros, sin menosprecio de los aprovechados y cínicos. Los hubo en el seno del bando republicano, como es lógico, y el testimonio del periodista ayuda a comprender una realidad compleja porque se distancia un poco del tono propagandístico tan previsible en aquellas cabeceras.

José Luis Salado fue una víctima, pero no un héroe. Nunca pretendí presentarlo como tal y, si me atrajo, fue en buena medida porque su trayectoria anterior a 1936 no invitaba a pensar en un compromiso tan notable con la II República. Algo similar me ocurre ahora con Santiago de la Cruz, del que ya he adelantado algunas conclusiones en este blog y tendrá un amplio capítulo en el segundo volumen de Las armas contra las letras gracias a la documentación de su familia.

Ambos eran tipos divertidos y hasta frívolos que andaban por los ambientes de las variedades en compañía de conocidas vedettes. Sus trayectorias estaban completamente alejadas de las propias de tantos militantes de izquierdas, a menudo previsibles en sus comportamientos por esa misma militancia. Sin embargo, llegado el momento de resistir bajo las bombas, cuando tantos encontraron los más variados motivos para abandonar la capital, ellos permanecieron trabajando en la prensa y hasta en el frente. Lo pagaron caro, muy caro.

El trabajo de meses recopilando textos dispersos y datos perdidos en recónditos lugares de la hemeroteca no debería ser rebatido con una frase rotunda, escrita con las prisas de quien debe realizar una tarea ciclópea en las letras para dar cuenta de todos los compromisos. Así se hizo y en Las armas contra las letras lamenté esa crítica impresionista tan ajena a la argumentación filológica. El episodio apenas tiene importancia, pero me encuentro ahora un artículo de Andrés Trapiello publicado en El Mundo (9-2-2024) donde el libro que edité aparece citado como Tiros de gracia.

El despiste es disculpable. Yo mismo lo podría haber tenido con cualquier otra obra y habría pedido disculpas si un lector me lo hubiera advertido. Sin embargo, el ficticio título revela un prejuicio hacia José Luis Salado que, en mi opinión, resulta injustificado. El periodista no participó en los temidos “paseos” ni pidió dar tiros de gracia a nadie. Ni siquiera a quienes, a veces de manera injusta, criticó por su falta de compromiso con la II República.

Andrés Trapiello me honra con su lectura de Las armas contra las letras y conocerá que el nombre de José Luis Salado aparece en varios de los sumarios estudiados. Los procesados sabían que el periodista estaba lejos de Madrid y, puestos a repartir responsabilidades, se las atribuyeron para salvar el pellejo. A veces, de manera absurda o incoherente, que los militares nunca comprobaron. Así, en el silencio de esa documentación hasta ahora inédita, José Luis Salado casi acabó siendo uno de los líderes de la “adhesión a la rebelión”. Curioso destino a la vista de su pasado desde que marchara a París para asistir a los inicios del cine sonoro.

La mentira para salvar la vida tiene disculpa. Al fin y al cabo, lo sucedido en aquellos sumarísimos de urgencia se asemeja a cuando algún muerto asume, a tenor de los testimonios aportados por los implicados en un juicio, todas las responsabilidades. José Luis Salado padeció la muerte civil en la lejana URSS y tampoco le imagino preocupado por su reputación en los juzgados militares.

Nosotros, al cabo de tantas décadas, ya no tenemos necesidad de mentir y podemos valorar el testimonio de aquellos españoles con la ponderación que exige la tarea del historiador. El de José Luis Salado, en mi opinión, resulta interesante porque se separa de lo previsible y hasta cuestiona en algunos aspectos la propaganda republicana. También se equivocó, a veces de manera lamentable por falta de información, pero como otros en cuyos artículos acaban apareciendo unos inoportunos «tiros de gracia».


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