sábado, 24 de febrero de 2024

La sonrisa de Malik

 


El estudio de los consejos de guerra contra escritores y periodistas durante el período 1939-1945 es una tarea que requiere, de vez en cuando, un descanso para recuperar el humor. La mirada se encallece al observar tanta intolerancia y violencia. Conviene, por lo tanto, recuperar la blandura de aquello que nos resulta entrañable y provoca sonrisas como las disfrutadas muchos años antes, cuando la infancia o la juventud te aportaba una sensación de plenitud.

Ayer, gracias al Circo Raluy Legacy, disfruté de una estupenda velada circense rodeado de chavalines que podían ser mis nietos. Junto a ellos reí y me emocioné viendo lo que era una novedad para quienes me acompañaban con una sonrisa infantil. La mía, por desgracia, es fruto de muchas experiencias similares, que me conducen a una larga historia de empatía con el más clásico mundo del circo.

Durante más de cincuenta años he visto los más variados espectáculos circenses, pero mi entusiasmo de ayer se deriva de algo que muchas veces explico en clase: la mejor manera de avanzar es volver a las raíces, a la esencia de aquello que se ama y se pretende revitalizar. El Circo Raluy Legacy lo consigue con el acierto de los artistas modestos, que suelen ser mis preferidos por múltiples motivos.

La velada estuvo repleta de sensaciones reencontradas, pero hubo momentos especiales gracias a unas melodías de la banda sonora que siempre me han acompañado cuando necesito ánimos para sobrellevar la dureza del trabajo, la intolerancia de quienes nos atacan por nuestras publicaciones o el cansancio de encaminarse hacia una jubilación tardía sin haber tenido un mínimo de descanso.

Entre esas melodías que recupero periódicamente figuran de manera destacada las compuestas por Nino Rota para Federico Fellini. Algunas de ellas, verdaderamente excepcionales, están vinculadas al mundo del circo, que tanto amó un cineasta italiano al que vuelvo una y otra vez en busca de imágenes para el recuerdo y la sonrisa que puede ser tan triste como vital porque descansa en una mirada comprensiva.

Cada cierto tiempo veo La strada (1954), la más intensa y dramática historia de amor que conozco, para emocionarme con la rudeza de Zampanó y la inocencia de Gelsomina. Me aburre el amor rosáceo y prefiero el que nunca se manifiesta porque subyace como un hilo conductor, aunque sea para desembocar en un final dramático como en la película de Fellini. El mundo del circo, el más modesto, está en esas imágenes en blanco y negro que recupero con emoción a los sones del maestro Nino Rota, que tantas veces me acompaña:

 


Sin embargo, la película de Federico Fellini que he visto más veces, no por ser la mejor de su producción, es I clowns (1970). La descubrí con emoción siendo un estudiante asombrado ante aquella elegía del mundo de los payasos, cuyos protagonistas vivían por entonces olvidados en residencias de ancianos o en rincones alejados de la fama. Eran unos juguetes rotos que merecían el respeto del agradecimiento. He aprendido a mirar de la mano del cineasta italiano y concebir con la imaginación un mundo donde la música de Nino Rota es imprescindible. Cada cierto tiempo recupero esta película y, vista cumplidos los sesenta, tan lejos de aquellos tiempos donde era un estudiante, observo que la elegía ha pasado a ser protagonizada por el propio cine de Federico Fellini y, con él, la elegía también abarca un tiempo que es el mío y ahora se conjuga en un inevitable pasado. Cuando llega este momento donde la tristeza es compatible con la esperanza, aquella que solo descansa en la tarea realizada durante toda una vida, salgo en busca de un payaso que andará protegiéndome en ese cielo de los ateos que confiamos en el humor como única salvación. Y, claro está, cojo la trompeta para llamar a Fru Fru tras pronunciar unas palabras en el más maravilloso italiano:

 


Vuelvo una y otra vez a estas películas que me han enseñado a vivir al margen de la intolerancia y la violencia, con una sonrisa que procuro compartir y que me salva de tanto odio que he sentido hacia mi persona por parte de quienes no admiten la superación del pasado. A ellos, a esos que pretenden convertirme en un personaje sectario capaz de propagar el odio, ¡vaya imaginación!, nunca les contestaré con el lenguaje del insulto porque tengo un secreto. Cuando algo se vuelve insoportable me voy de la mano de Malik y a los sones de un vals. Así me convierto en un sonámbulo capaz de andar por los aires y, al final de Papé está de viaje de negocios (1985), mirar hacia atrás con una sonrisa que desarma diciendo, supongo, «Ahí os quedáis…». Yo, mientras tanto, ando por los aires gracias a Emir Kusturica, Federico Fellini, Nino Rota y tantos otros que me han emocionado con los mismos argumentos que ayer lo hizo el Circo Raluy Legacy. Gracias por enseñarme a mirar sin el menor atisbo de odio o intolerancia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario