La
trayectoria de Martín Santos Yubero en el Madrid sitiado merece una reflexión
por lo insólita, al menos si olvidamos a quienes aparentaron trabajar para los
republicanos mientras estaban al servicio de los sublevados. Vistos los datos
comprobables, alguna «jerarquía» de la represión franquista decidió que
publicar cuatrocientas setenta instantáneas en la prensa del Madrid sitiado no
era motivo de resistencia al Glorioso Movimiento Nacional o rebelión militar.
Ni siquiera de dudas o preguntas en un juzgado como el de Manuel Martínez
Gargallo, que estaba en la plaza de Callao, 4, en el mismo edificio donde tuvo
su sede la Unión de Informadores Gráficos de Prensa desde su constitución
oficial el 14 de enero de 1934 (Heras, 2015b: 26 y Sánchez Vigil, 2014: 155).
La lógica indica que el trasvase de documentación para las posteriores
acusaciones sería similar al producido con la depositada en la agrupación de
periodistas, que también estaba localizada en ese edificio seleccionado por los
militares El objetivo de estos era el fácil acceso a las pruebas para acusar a
quienes habían trabajado en la prensa republicana.
Esta
decisión de obviar las cuatrocientas setenta instantáneas de Martín Santos
Yubero, incluso la presidencia de la UIGP entre 1937 y 1938 con foto incluida
(Archivo Regional de la CAM, Fondo Santos Yubero, 45128.001), merece asumir el
riesgo de una hipótesis. Sobre todo, porque el olvido o el perdón lo adoptan
los militares justo cuando decenas de colegas del fotoperiodista penaban en las
cárceles por haber publicado en las mismas cabeceras que el vallecano, aunque
solo fueran algunos sueltos o crónicas deportivas y taurinas. Hasta los
comentarios acerca de las actuaciones de las cupletistas fueron motivo de
encausamiento en el Juzgado Militar de Prensa.
Martín
Santos Yubero, asociado con los hermanos Víctor y Alberto Benítez Cassaux para
solventar los problemas de escasez de materiales fotográficos, estaría sujeto
al férreo control de los fotoperiodistas decretado por las autoridades
republicanas (Boletín Oficial de la Junta Delegada de Defensa de Madrid, núms.
1 y 4, noviembre 1936; enero 1937). El 18 de enero de 1937, el fotógrafo se
registró en la Secretaría de Propaganda de la citada junta con el número 189,
de un total que superó los quinientos profesionales. El control abarcó hasta
los llamados minuteros, que tomaban fotos por las calles en una ciudad donde
las cámaras siempre resultaban sospechosas (Heras, 2015b: 138). Martín Santos
Yubero respetó las formalidades establecidas, incluso con las mejores
apariencias dada su presidencia de la UIGP, pero la verdadera tarjeta de
identificación ante los republicanos era un brillante trabajo en la prensa
leal. Todavía es objeto de merecidos análisis. Su labor como fotógrafo del
frente y la retaguardia de la capital le facilitaría el acceso a cualquier
rincón. También a las más diversas personalidades, empezando por quienes
rodeaban al general Miaja. En apariencia, nadie sospecharía a la vista de lo
publicado en distintas cabeceras, que pagaban tarde y mal. El tema de la
remuneración preocupó a Martín Santos Yubero y, suponemos, el antiguo fotógrafo
de El Debate buscaría alternativas acordes con sus orígenes
periodísticos
Las
cuatrocientas setenta fotos conocidas, incluidas portadas icónicas a efectos
propagandísticos como las de Crónica del 15 de noviembre de 1936 o la de
Ahora de diciembre de 1938, le permitirían ganarse la confianza de las
autoridades republicanas. Martín Santos Yubero era, además, un hombre dotado de
labia, como sus socios, que gracias a los contactos en el mundo del cine
disponían de «las colas» sobrantes de las películas. Probablemente permanecían
ajenas a cualquier control y podían solventar la falta de material con que
realizar las fotografías (Heras, 2015b: 92). Ninguna de las instantáneas
conservadas y publicadas, al menos de las que conozco por haber sido incluidas
en varios catálogos, serviría para una acusación en un sumarísimo de urgencia
de la posguerra. Los niños desfilando con aires militares, las mujeres en las
colas del hambre, las familias atemorizadas por los bombardeos…Todas las
imágenes conmocionan al observador, pero ninguna encausa al protagonista. Ni
siquiera durante la posguerra, cuando tan fácil era acusar sin necesidad de
pruebas. La precaución del fotoperiodista fue notable en este sentido.
No
obstante, también es posible que hubiera otras fotos que nunca se publicaron y
pasaran directamente a las manos de los sublevados. Martín Santos Yubero,
gracias a sus contactos con las autoridades desde el verano de 1936, pudo
haberse marchado de Madrid con destino al extranjero antes de presentarse en la
zona controlada por el general Franco. La decisión era recomendable después de
haber tenido los problemas que luego indicaremos. Otras muchas personas de su
ideología siguieron ese camino sin necesidad de estar tan cerca de quienes
podían facilitar un pasaporte. Si el fotoperiodista permaneció en la capital
junto a los republicanos sería por motivos que fueran desde lo familiar a las
dudas con respecto a su futuro en el otro bando, pasando por la militancia
quintacolumnista. Nunca lo sabremos con seguridad. En mi opinión, cabe pensar
que Martín Santos Yubero debía culminar una misión que le garantizaría un
futuro en la Victoria acorde con sus confesadas ambiciones.
Juan
Miguel Sánchez Vigil pudo entrevistarle cuando ya era un anciano y le preguntó
si la guerra que fotografió fue su guerra o la de otros. El fotógrafo «agachó
la cabeza como si estuviera arrepentido, aunque nunca supe de qué» (Heras,
2015a: 118). Tampoco lo sabemos nosotros, porque Martín Santos Yubero, como
tantos otros protagonistas de aquella barbarie, se llevó sus silencios a la
tumba. No obstante, la lógica de estudiar una serie de casos contextualizados
en un marco de represión permite suponer que el precio pagado para «salir de la
guerra sin represalias» (ibid., 11) sería notable. Y tampoco cabía
reivindicarlo durante la posguerra, como tantas historias de la quinta columna
que fueron divulgadas sin que nadie señalara las incoherencias o las mentiras
utilizadas por los autores para justificar un pasado dudoso a los ojos de los
vencedores.
La
tarea del quintacolumnista se haría en silencio y en el mismo permaneció. La
represión en una guerra civil o durante su continuidad bajo una dictadura no
suele tener padres; ni siquiera responsables indirectos. Algunas fotos tomadas
con las colas cinematográficas o al margen de los controles establecidos por
los republicanos pudieron tener rostros identificados en circunstancias
comprometedoras. Nadie concedería demasiada importancia a esas instantáneas.
Todavía menos en momentos de inconsciente entusiasmo colectivo, como los del
verano madrileño de 1936, cuando algunos milicianos de Madrid o Barcelona
llegaron a retratarse junto a las momias de unas monjas.
Por
lo tanto, y al igual que las localizadas en la Causa General, esas fotos nunca
publicadas también pudieron ser motivo de acusaciones para sustanciar
sentencias a muerte o a muchos años de cárcel. Si todos los archivos con
documentos de la época, incluidos los policiales, estuvieran disponibles para
los investigadores, tal vez podríamos localizar esas fotos y aclarar el sentido
de la calavera aparecida en el bloc de José M.ª Díaz Casariego. Por lo pronto,
nos acogemos a la lógica de lo observado y al escepticismo acerca de los
milagros en materia de exculpación. Nunca los hubo en aquella posguerra, a
pesar de numerosos relatos destinados a crear un pasado que no inquietara
cuando el protagonista agacha la cabeza. La guerra que fotografió genialmente
Martín Santos Yubero fue la suya. Al cabo de los años, tal vez le pesara
recordar circunstancias de las que, claro está, no fue el único responsable
porque muchos españoles estaban dispuestos a «caer en blando» o ni siquiera
concebían la posibilidad de caer.
La
historia del caso de Fotografía Mendoza carece de héroes y nunca será motivo de
una epopeya. Visto el zigzagueante comportamiento de sus protagonistas, el
milagroso olvido del pasado de Martín Santos Yubero al servicio, aparentemente,
de los republicanos sería el fruto de un pacto con alguna autoridad de los
sublevados. Olvido a cambio de información documentada con fotografías. No
obstante, siempre cabía el riesgo de que alguien ajeno a ese acuerdo, sin firma
ni reconocimiento oficial, recordara las andanzas del fotógrafo durante la
guerra en un juzgado militar.
Los
porteros de las viviendas madrileñas estaban obligados a denunciar a los
inquilinos o propietarios que hubieran simpatizado con los republicanos, tal y
como ha probado Daniel Oviedo Silva con una abrumadora documentación (2023).
Gregoria Pérez Miguel, la casi octogenaria y analfabeta portera de la vivienda
del fotógrafo, podía poner en un serio apuro a quien había colaborado tan
llamativamente en la prensa republicana. La posibilidad había que neutralizarla
con los recursos propios de un tipo camaleónico. El 28 de mayo de 1939, la
anciana en cuestión apareció en la portada de Ya, el periódico donde por
entonces trabajaba Martín Santos Yubero, como ejemplo de fidelidad a los
sublevados y a los inquilinos de derechas. La noticia sería decisiva para que
la portera obtuviera la correspondiente medalla, que por su avanzada edad
tendría beneficios extendidos a sus familiares (Oviedo Silva, 2023: 236; AHN,
FC-CG, 1359, Exp. 1, pp. 395-8)). Nunca sabremos si Martín Santos Yubero,
además de fotografiarla, fue el responsable de esa portada tan agradecida por
una anciana cuyo protagonismo estaba circunscrito a la portería. Sin embargo,
resulta evidente que el fotógrafo era el primer interesado en el silencio de
doña Gregoria, una mujer dispuesta a terminar la vida sin problemas y que
tampoco tendría alicientes para denunciar a un inquilino bastante hábil en sus
relaciones sociales. El precio a pagar, el efímero protagonismo para quien
nunca había sido protagonista, era barato en una dictadura donde el
clientelismo llegó hasta las porterías de las viviendas modestas. Y el señorito
Martín, claro está, era tan simpático como buena persona.
Por
cierto, consultado el citado documento del AHN gracias a la ayuda de Daniel
Oviedo Silva, sabemos que doña Gregoria incluyó a Martín Santos Yubero entre
los inquilinos «víctimas de robos, saqueos y otros actos de violencia». En
concreto, el del bajo derecha exterior «fue detenido el 27 de julio de 1936 por
un grupo de milicias armadas, que lo introdujeron en un coche llevándosele con
rumbo desconocido. Horas después, se supo que dicho señor estaba en la
Dirección General de Seguridad. Este mismo señor, por su condición de redactor
gráfico del diario Ya, fue objeto durante algún tiempo de molestias y
persecuciones». Más adelante, la portera concreta que la detención corrió a
cargo de «las Milicias de Mundo Obrero», de las cuales no me consta su
existencia.
Si
fue así, y por analogía con las vicisitudes de otros derechistas perseguidos
por los republicanos, resulta sorprendente que Martín Santos Yubero se
convirtiera inmediatamente en uno de los fotógrafos más destacados del Madrid
sitiado. Y viviera como tal a los ojos de doña Gregoria, que olvida esta
segunda parte en una declaración tan poco fiable como otras de sus colegas
madrileños (Oviedo Silva, 2016).
El
paso desde los calabozos de la Dirección General de Seguridad a las portadas de
los periódicos republicanos era complejo. Más extraño parece que, quien se
acordara de la adscripción política y hasta periodística de las milicias que
actuaron el 27 de julio de 1936, olvidara que desde esa fecha o poco después el
fotógrafo colaboró con los periódicos madrileños publicando numerosos
reportajes. El trabajo de Martín Santos Yubero no pasaría desapercibido entre
la vecindad, pero doña Gregoria sería de memoria frágil por la avanzada edad.
La mujer era una verdadera superviviente de la guerra y solo buscaría terminar
sus días en paz.
Visto
el documento del AHN y la redacción del mismo, parece que alguien lo puso a la
firma de la portera analfabeta, que contenta con su medalla pensionada y su
portada ignoraría la trascendencia del favor hecho al señorito Martín, el del
bajo derecha exterior. Su silencio evitó problemas en su sorprendente paso al
otro bando o en la confirmación de que, en realidad, el fotógrafo siempre había
estado con los sublevados.
La
hipótesis cuenta con más pistas que pruebas. Nunca sabremos los términos del
acuerdo con los vecinos del segundo y el cuarto, Enrique Mas Bohigas y Juan
Ramón Fernández. El primero firmó en nombre de la portera por su condición de
analfabeta. Ambos coincidieron con el testimonio de la misma y el olvido de las
posteriores actividades de Martín Santos Yubero. Nadie, en definitiva, le vio
entrar y salir por la portería de la calle Cabeza, 36, mientras iba publicando
más de cuatrocientas fotografías en la prensa republicana. Algunas trayectorias
sólidas durante el franquismo se sustentan en estos milagros, que se prodigaron
en una Victoria donde la memoria tenía un precio. El pagado a doña Gregoria fue
tan barato como una fotografía en la portada y la medalla pensionada.
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