lunes, 5 de febrero de 2024

La portera del fotógrafo Martín Santos Yubero


La trayectoria del fotógrafo Martín Santos Yubero, que pasó de fotografiar los puños en alto a los brazos extendidos a la romana sin que nadie le preguntara por su pasado, ya ha sido objeto de dos entradas de este blog: el 1-X-2023 y el 1-XI-2023. El correspondiente capítulo saldrá en el segundo volumen de Las armas contra las letras, cuya finalización está prevista para la próxima primavera. Con el objetivo de compartir con otros investigadores los resultados provisionales de la investigación y corregir posibles errores, reproduzco a continuación el último apartado del capítulo, donde la intervención de la portera del fotógrafo, doña Gregoria, resultó decisiva. Quedo a la espera de cualquier sugerencia o indicación de mis colegas para cerrar definitivamente el capítulo:


La trayectoria de Martín Santos Yubero en el Madrid sitiado merece una reflexión por lo insólita, al menos si olvidamos a quienes aparentaron trabajar para los republicanos mientras estaban al servicio de los sublevados. Vistos los datos comprobables, alguna «jerarquía» de la represión franquista decidió que publicar cuatrocientas setenta instantáneas en la prensa del Madrid sitiado no era motivo de resistencia al Glorioso Movimiento Nacional o rebelión militar. Ni siquiera de dudas o preguntas en un juzgado como el de Manuel Martínez Gargallo, que estaba en la plaza de Callao, 4, en el mismo edificio donde tuvo su sede la Unión de Informadores Gráficos de Prensa desde su constitución oficial el 14 de enero de 1934 (Heras, 2015b: 26 y Sánchez Vigil, 2014: 155). La lógica indica que el trasvase de documentación para las posteriores acusaciones sería similar al producido con la depositada en la agrupación de periodistas, que también estaba localizada en ese edificio seleccionado por los militares El objetivo de estos era el fácil acceso a las pruebas para acusar a quienes habían trabajado en la prensa republicana.

Esta decisión de obviar las cuatrocientas setenta instantáneas de Martín Santos Yubero, incluso la presidencia de la UIGP entre 1937 y 1938 con foto incluida (Archivo Regional de la CAM, Fondo Santos Yubero, 45128.001), merece asumir el riesgo de una hipótesis. Sobre todo, porque el olvido o el perdón lo adoptan los militares justo cuando decenas de colegas del fotoperiodista penaban en las cárceles por haber publicado en las mismas cabeceras que el vallecano, aunque solo fueran algunos sueltos o crónicas deportivas y taurinas. Hasta los comentarios acerca de las actuaciones de las cupletistas fueron motivo de encausamiento en el Juzgado Militar de Prensa.

Martín Santos Yubero, asociado con los hermanos Víctor y Alberto Benítez Cassaux para solventar los problemas de escasez de materiales fotográficos, estaría sujeto al férreo control de los fotoperiodistas decretado por las autoridades republicanas (Boletín Oficial de la Junta Delegada de Defensa de Madrid, núms. 1 y 4, noviembre 1936; enero 1937). El 18 de enero de 1937, el fotógrafo se registró en la Secretaría de Propaganda de la citada junta con el número 189, de un total que superó los quinientos profesionales. El control abarcó hasta los llamados minuteros, que tomaban fotos por las calles en una ciudad donde las cámaras siempre resultaban sospechosas (Heras, 2015b: 138). Martín Santos Yubero respetó las formalidades establecidas, incluso con las mejores apariencias dada su presidencia de la UIGP, pero la verdadera tarjeta de identificación ante los republicanos era un brillante trabajo en la prensa leal. Todavía es objeto de merecidos análisis. Su labor como fotógrafo del frente y la retaguardia de la capital le facilitaría el acceso a cualquier rincón. También a las más diversas personalidades, empezando por quienes rodeaban al general Miaja. En apariencia, nadie sospecharía a la vista de lo publicado en distintas cabeceras, que pagaban tarde y mal. El tema de la remuneración preocupó a Martín Santos Yubero y, suponemos, el antiguo fotógrafo de El Debate buscaría alternativas acordes con sus orígenes periodísticos

Las cuatrocientas setenta fotos conocidas, incluidas portadas icónicas a efectos propagandísticos como las de Crónica del 15 de noviembre de 1936 o la de Ahora de diciembre de 1938, le permitirían ganarse la confianza de las autoridades republicanas. Martín Santos Yubero era, además, un hombre dotado de labia, como sus socios, que gracias a los contactos en el mundo del cine disponían de «las colas» sobrantes de las películas. Probablemente permanecían ajenas a cualquier control y podían solventar la falta de material con que realizar las fotografías (Heras, 2015b: 92). Ninguna de las instantáneas conservadas y publicadas, al menos de las que conozco por haber sido incluidas en varios catálogos, serviría para una acusación en un sumarísimo de urgencia de la posguerra. Los niños desfilando con aires militares, las mujeres en las colas del hambre, las familias atemorizadas por los bombardeos…Todas las imágenes conmocionan al observador, pero ninguna encausa al protagonista. Ni siquiera durante la posguerra, cuando tan fácil era acusar sin necesidad de pruebas. La precaución del fotoperiodista fue notable en este sentido.

No obstante, también es posible que hubiera otras fotos que nunca se publicaron y pasaran directamente a las manos de los sublevados. Martín Santos Yubero, gracias a sus contactos con las autoridades desde el verano de 1936, pudo haberse marchado de Madrid con destino al extranjero antes de presentarse en la zona controlada por el general Franco. La decisión era recomendable después de haber tenido los problemas que luego indicaremos. Otras muchas personas de su ideología siguieron ese camino sin necesidad de estar tan cerca de quienes podían facilitar un pasaporte. Si el fotoperiodista permaneció en la capital junto a los republicanos sería por motivos que fueran desde lo familiar a las dudas con respecto a su futuro en el otro bando, pasando por la militancia quintacolumnista. Nunca lo sabremos con seguridad. En mi opinión, cabe pensar que Martín Santos Yubero debía culminar una misión que le garantizaría un futuro en la Victoria acorde con sus confesadas ambiciones.

Juan Miguel Sánchez Vigil pudo entrevistarle cuando ya era un anciano y le preguntó si la guerra que fotografió fue su guerra o la de otros. El fotógrafo «agachó la cabeza como si estuviera arrepentido, aunque nunca supe de qué» (Heras, 2015a: 118). Tampoco lo sabemos nosotros, porque Martín Santos Yubero, como tantos otros protagonistas de aquella barbarie, se llevó sus silencios a la tumba. No obstante, la lógica de estudiar una serie de casos contextualizados en un marco de represión permite suponer que el precio pagado para «salir de la guerra sin represalias» (ibid., 11) sería notable. Y tampoco cabía reivindicarlo durante la posguerra, como tantas historias de la quinta columna que fueron divulgadas sin que nadie señalara las incoherencias o las mentiras utilizadas por los autores para justificar un pasado dudoso a los ojos de los vencedores.

La tarea del quintacolumnista se haría en silencio y en el mismo permaneció. La represión en una guerra civil o durante su continuidad bajo una dictadura no suele tener padres; ni siquiera responsables indirectos. Algunas fotos tomadas con las colas cinematográficas o al margen de los controles establecidos por los republicanos pudieron tener rostros identificados en circunstancias comprometedoras. Nadie concedería demasiada importancia a esas instantáneas. Todavía menos en momentos de inconsciente entusiasmo colectivo, como los del verano madrileño de 1936, cuando algunos milicianos de Madrid o Barcelona llegaron a retratarse junto a las momias de unas monjas.

Por lo tanto, y al igual que las localizadas en la Causa General, esas fotos nunca publicadas también pudieron ser motivo de acusaciones para sustanciar sentencias a muerte o a muchos años de cárcel. Si todos los archivos con documentos de la época, incluidos los policiales, estuvieran disponibles para los investigadores, tal vez podríamos localizar esas fotos y aclarar el sentido de la calavera aparecida en el bloc de José M.ª Díaz Casariego. Por lo pronto, nos acogemos a la lógica de lo observado y al escepticismo acerca de los milagros en materia de exculpación. Nunca los hubo en aquella posguerra, a pesar de numerosos relatos destinados a crear un pasado que no inquietara cuando el protagonista agacha la cabeza. La guerra que fotografió genialmente Martín Santos Yubero fue la suya. Al cabo de los años, tal vez le pesara recordar circunstancias de las que, claro está, no fue el único responsable porque muchos españoles estaban dispuestos a «caer en blando» o ni siquiera concebían la posibilidad de caer.

La historia del caso de Fotografía Mendoza carece de héroes y nunca será motivo de una epopeya. Visto el zigzagueante comportamiento de sus protagonistas, el milagroso olvido del pasado de Martín Santos Yubero al servicio, aparentemente, de los republicanos sería el fruto de un pacto con alguna autoridad de los sublevados. Olvido a cambio de información documentada con fotografías. No obstante, siempre cabía el riesgo de que alguien ajeno a ese acuerdo, sin firma ni reconocimiento oficial, recordara las andanzas del fotógrafo durante la guerra en un juzgado militar.

Los porteros de las viviendas madrileñas estaban obligados a denunciar a los inquilinos o propietarios que hubieran simpatizado con los republicanos, tal y como ha probado Daniel Oviedo Silva con una abrumadora documentación (2023). Gregoria Pérez Miguel, la casi octogenaria y analfabeta portera de la vivienda del fotógrafo, podía poner en un serio apuro a quien había colaborado tan llamativamente en la prensa republicana. La posibilidad había que neutralizarla con los recursos propios de un tipo camaleónico. El 28 de mayo de 1939, la anciana en cuestión apareció en la portada de Ya, el periódico donde por entonces trabajaba Martín Santos Yubero, como ejemplo de fidelidad a los sublevados y a los inquilinos de derechas. La noticia sería decisiva para que la portera obtuviera la correspondiente medalla, que por su avanzada edad tendría beneficios extendidos a sus familiares (Oviedo Silva, 2023: 236; AHN, FC-CG, 1359, Exp. 1, pp. 395-8)). Nunca sabremos si Martín Santos Yubero, además de fotografiarla, fue el responsable de esa portada tan agradecida por una anciana cuyo protagonismo estaba circunscrito a la portería. Sin embargo, resulta evidente que el fotógrafo era el primer interesado en el silencio de doña Gregoria, una mujer dispuesta a terminar la vida sin problemas y que tampoco tendría alicientes para denunciar a un inquilino bastante hábil en sus relaciones sociales. El precio a pagar, el efímero protagonismo para quien nunca había sido protagonista, era barato en una dictadura donde el clientelismo llegó hasta las porterías de las viviendas modestas. Y el señorito Martín, claro está, era tan simpático como buena persona.

Por cierto, consultado el citado documento del AHN gracias a la ayuda de Daniel Oviedo Silva, sabemos que doña Gregoria incluyó a Martín Santos Yubero entre los inquilinos «víctimas de robos, saqueos y otros actos de violencia». En concreto, el del bajo derecha exterior «fue detenido el 27 de julio de 1936 por un grupo de milicias armadas, que lo introdujeron en un coche llevándosele con rumbo desconocido. Horas después, se supo que dicho señor estaba en la Dirección General de Seguridad. Este mismo señor, por su condición de redactor gráfico del diario Ya, fue objeto durante algún tiempo de molestias y persecuciones». Más adelante, la portera concreta que la detención corrió a cargo de «las Milicias de Mundo Obrero», de las cuales no me consta su existencia.

Si fue así, y por analogía con las vicisitudes de otros derechistas perseguidos por los republicanos, resulta sorprendente que Martín Santos Yubero se convirtiera inmediatamente en uno de los fotógrafos más destacados del Madrid sitiado. Y viviera como tal a los ojos de doña Gregoria, que olvida esta segunda parte en una declaración tan poco fiable como otras de sus colegas madrileños (Oviedo Silva, 2016).

El paso desde los calabozos de la Dirección General de Seguridad a las portadas de los periódicos republicanos era complejo. Más extraño parece que, quien se acordara de la adscripción política y hasta periodística de las milicias que actuaron el 27 de julio de 1936, olvidara que desde esa fecha o poco después el fotógrafo colaboró con los periódicos madrileños publicando numerosos reportajes. El trabajo de Martín Santos Yubero no pasaría desapercibido entre la vecindad, pero doña Gregoria sería de memoria frágil por la avanzada edad. La mujer era una verdadera superviviente de la guerra y solo buscaría terminar sus días en paz.

Visto el documento del AHN y la redacción del mismo, parece que alguien lo puso a la firma de la portera analfabeta, que contenta con su medalla pensionada y su portada ignoraría la trascendencia del favor hecho al señorito Martín, el del bajo derecha exterior. Su silencio evitó problemas en su sorprendente paso al otro bando o en la confirmación de que, en realidad, el fotógrafo siempre había estado con los sublevados.

La hipótesis cuenta con más pistas que pruebas. Nunca sabremos los términos del acuerdo con los vecinos del segundo y el cuarto, Enrique Mas Bohigas y Juan Ramón Fernández. El primero firmó en nombre de la portera por su condición de analfabeta. Ambos coincidieron con el testimonio de la misma y el olvido de las posteriores actividades de Martín Santos Yubero. Nadie, en definitiva, le vio entrar y salir por la portería de la calle Cabeza, 36, mientras iba publicando más de cuatrocientas fotografías en la prensa republicana. Algunas trayectorias sólidas durante el franquismo se sustentan en estos milagros, que se prodigaron en una Victoria donde la memoria tenía un precio. El pagado a doña Gregoria fue tan barato como una fotografía en la portada y la medalla pensionada.

 

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