El impostor es una figura
negativa en términos éticos, pero goza de enormes posibilidades en la ficción.
A diferencia del mentiroso más o menos ocasional, el creador de una impostura a
la búsqueda de una identidad personal debe recurrir a una mentira tan
sistemática como coherente. El resultado es una personalidad alternativa con
respecto a la realidad. La invención disfruta de las licencias de lo ficticio
y, además de resultar satisfactoria o compensatoria para quien la crea, hasta
puede ser puesta al servicio de causas nobles.
Hace años, con motivo de
la preparación de La memoria del documental (Universidad de Alicante, 2014),
me topé con el caso paradigmático de Enric Marco Batlle (1921-2022). El
consiguiente escándalo, cuando se descubrió su verdadera personalidad después
de engañar a todo el mundo, estalló hacia 2005. Le dediqué un capítulo del
libro -«Las trampas de la memoria» (pp. 61-75)- y desde entonces me interesa
saber de su «prodigiosa destreza fabuladora» como impostor. Hasta tal punto
que, como reconociera Mario Vargas Llosa, «él mismo es una ficción, pero no de
papel, de carne y hueso» (El País, 15-V-2005). Al cabo de los años, el
verbo hay que ponerlo en el pasado de alguien fallecido.
El film Marco (2024),
de los cineastas vascos Jon Garaño y Aitor Arregui, ha vuelto a poner de
actualidad esta singular figura que cuenta con una excelente novela de Javier
Cercas: El impostor (2014). La coincidencia en el tiempo de mi libro y
este último título, una de las mejores obras del novelista extremeño, impidió
que me interesara por saber acerca de la relación entre Enric Marco y Javier
Cercas. Al cabo de los años, supe que tuvo episodios curiosos como la escena
del citado film donde el impostor aparece en una presentación de la novela e
irrumpe con descalificaciones hacia el autor, a pesar de que el mismo le invita
a debatir en público. De hecho, Enric Marco vivió sus últimos años obsesionado
con quien le había dedicado una novela que nunca pretende descalificarle, pero
que revela sus artes y posibles motivaciones para convertirse en un deportado
de los campos de concentración nazi, aunque en realidad fue un voluntario
trabajador en aquella Alemania de Hitler.
El «aguafiestas» de la
impostura de Enric Marco fue mi colega Benito Bermejo, un historiador que ha
desarrollado una magnífica labor acerca de la presencia de los españoles en los
campos de concentración. Fruto de la misma, y de la consiguiente precaución a
la hora de dejarse llevar por la memoria o los testimonios de los protagonistas,
fue el desenmascaramiento de Enric Marco, que había llegado a liderar el
colectivo de los represaliados españoles.
Benito Bermejo contrapuso
la documentación conservada con la impostura sostenida por el catalán durante
años. La falsedad de esta última quedó evidenciada en 2005. Nadie dudó al
respecto, pese al dolor y la vergüenza provocados en el colectivo de los
represaliados y de quienes les apoyan. Afrontar la realidad, tan compleja como
desagradable a menudo, resulta duro cuando se ha disfrutado con una ficción.
Sin embargo, Enric Marco
-como indica el film- nunca aceptó haber cometido una impostura. Hasta su
fallecimiento, y con una insistencia digna de un estudio psicológico, defendió
públicamente «su verdad»; es decir, una mentira puesta al descubierto por el
trabajo de un historiador.
El comportamiento de
Enric Marco merece una reflexión porque la suya no es una reacción aislada. Yo
mismo, en mis trabajos sobre los consejos de guerra de periodistas y
escritores, he encontrado casos similares. Si la impostura es el fruto de una
memoria ajustada con las necesidades del presente, nunca una documentación o el
desarrollo de una investigación historiográfica supone su final y el
consiguiente reconocimiento de la mentira sostenida o el error cometido.
Puestos a vivir en una consoladora impostura, quienes recurren a la misma como Enric Marco prefieren mantenerla contra viento y marea para evitar la depresión o la vergüenza. Nadie duda de su derecho a mentir cuando recurren a la memoria personal, pero la obligación de los historiadores pasa a menudo por ser unos aguafiestas de esa ficción tan consoladora. Benito Bermejo salió indemne. Yo no he tenido la misma suerte, aunque -al final- prevalecerá la historia sobre la impostura.
La mirada del documental. Memoria e imposturas se puede adquirir en:
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