viernes, 14 de marzo de 2025

El derecho al recuerdo y la sentencia


 Algunas semanas duran meses. El lunes, con la llegada de la sentencia, me pareció estar en un mundo absurdo donde cualquier atisbo de racionalidad queda aplastado por la fuerza de los hechos. Yo creía vivir en una España donde la libertad de expresión, que nunca es un derecho absoluto, estaba amparada por la legislación y quienes son responsables de hacerla cumplir. Ahora, con desesperanza, empiezo a tener dudas y la tentación de echar la toalla es demasiado tentadora porque estoy cansado de luchar por lo que debiera ser obvio en una democracia avanzada.

Los nervios afloraron el lunes y el martes. Procuro ser una persona sosegada, pero la situación me traicionó y pido disculpas públicamente a quienes pudiera haber molestado con mis reacciones o palabras. Nadie en concreto tiene la culpa de lo sucedido y, sobre todo, hay cauces para buscar una solución jurídica a la actual situación. Solo cabe esperar que más altas instancias la resuelvan y, por supuesto, mi voluntad es acatar cualquier sentencia, aun en el caso de que la considere injusta o inmotivada.

En este sentido, y ante la evidencia de que a una jueza le han parecido ofensivas algunas frases de mis artículos, los he retirado de la red a la espera de que otras instancias se pronuncien al respecto. Yo no escribo trabajos universitarios para ofender. Puedo equivocarme en ocasiones o caer en valoraciones demasiado subjetivas, pero nunca con el deseo de ofender y menos en relación con personajes históricos.

Ahora bien, la sentencia resulta difícil de entender cuando me condena por recordar como «tenebroso» a un protagonista de mis trabajos. El adjetivo es sinónimo de oscuro o sombrío y, como catedrático de Literatura Española, nunca lo habría relacionado con un insulto. Estos días he preguntado a varios compañeros y nadie, absolutamente nadie, vincula el calificativo de tenebroso con lo ofensivo. Tal vez estemos equivocados, pero nuestra labor es velar por la transmisión del idioma en las aulas y se nos supone un cierto dominio del mismo.

El desconcierto, en realidad, viene porque lo tenebroso era un recuerdo que como tal remite a la memoria personal. En este caso, se trataba de un recuerdo compartido con quienes han estudiado la terrible realidad de los consejos de guerra y, además, con los familiares de las víctimas de aquella represión. Todos sentíamos desasosiego al recordar los episodios y las personas de un sistema represivo contrario a los más básicos derechos humanos. Y del mismo se deriva un recuerdo que podemos calificar como tenebroso, oscuro, sombrío… También terrible por la violencia.

Lo importante no es tanto el adjetivo como que el mismo califica algo personal y subjetivo. La misma realidad o una sola persona puede ser motivo de un recuerdo luminoso o tenebroso. Esa valoración depende de nuestra memoria de las experiencias del pasado y, hasta donde mis conocimientos alcanzan, nadie debiera imponernos algo propio de nuestra intimidad, aunque la compartamos.

El recuerdo lo podemos explicitar por escrito, pero nunca deja de ser nuestro, aunque sea compartido dentro de un colectivo más o menos amplio, Si una sentencia condena un recuerdo, sea el que fuere, entra en un espacio donde dudo que haya jurisprudencia. Y si, además, lo hace con vistas al futuro, menos todavía porque supondría autocensurarse hasta en lo más íntimo o personal.

Por esta y otras razones hemos pedido una aclaración de la sentencia. La habrá y espero que mis temores sean infundados. Mientras tanto, tengo algo claro: la voluntad de seguir haciendo mi trabajo, a pesar de que algunos pretendan amedrentarme, sigue firme. Este mismo mes se concretará en tres nuevas publicaciones. Ninguna de ellas tiene voluntad de ofender, sino de conocer y compartir porque forman parte de mi trabajo como funcionario al servicio de la comunidad.

Y siempre, cuando peor estás y tienes ganas de tirar la toalla, vienen los ánimos de quienes te acompañan. Mi condena, recurrible, ha despertado una reacción de solidaridad que no esperaba y agradezco muchísimo. Incluso me ha emocionado más allá de lo aconsejable a mi edad.

Por eso debo cerrar el capítulo de la sentencia y volver al trabajo cotidiano que incluye propuestas tan atractivas como presentar mis trabajos en la provincia de Cádiz y presentarme este otoño en el Parlamento Europeo para dar traslado de mi experiencia por los problemas sufridos como historiador dedicado a la memoria histórica. Espero, para entonces, tener claro si mi recuerdo es tan libre como subjetivo, aunque lo comparta en un libro.

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