Algunas semanas duran meses. El lunes, con la llegada de la sentencia, me pareció estar en un mundo absurdo donde cualquier atisbo de racionalidad queda aplastado por la fuerza de los hechos. Yo creía vivir en una España donde la libertad de expresión, que nunca es un derecho absoluto, estaba amparada por la legislación y quienes son responsables de hacerla cumplir. Ahora, con desesperanza, empiezo a tener dudas y la tentación de echar la toalla es demasiado tentadora porque estoy cansado de luchar por lo que debiera ser obvio en una democracia avanzada.
Los nervios afloraron el
lunes y el martes. Procuro ser una persona sosegada, pero la situación me
traicionó y pido disculpas públicamente a quienes pudiera haber molestado con
mis reacciones o palabras. Nadie en concreto tiene la culpa de lo sucedido y,
sobre todo, hay cauces para buscar una solución jurídica a la actual situación.
Solo cabe esperar que más altas instancias la resuelvan y, por supuesto, mi
voluntad es acatar cualquier sentencia, aun en el caso de que la considere
injusta o inmotivada.
En este sentido, y ante
la evidencia de que a una jueza le han parecido ofensivas algunas frases de mis
artículos, los he retirado de la red a la espera de que otras instancias se
pronuncien al respecto. Yo no escribo trabajos universitarios para ofender.
Puedo equivocarme en ocasiones o caer en valoraciones demasiado subjetivas,
pero nunca con el deseo de ofender y menos en relación con personajes
históricos.
Ahora bien, la sentencia
resulta difícil de entender cuando me condena por recordar como «tenebroso» a
un protagonista de mis trabajos. El adjetivo es sinónimo de oscuro o sombrío y,
como catedrático de Literatura Española, nunca lo habría relacionado con un
insulto. Estos días he preguntado a varios compañeros y nadie, absolutamente nadie,
vincula el calificativo de tenebroso con lo ofensivo. Tal vez estemos
equivocados, pero nuestra labor es velar por la transmisión del idioma en las
aulas y se nos supone un cierto dominio del mismo.
El desconcierto, en
realidad, viene porque lo tenebroso era un recuerdo que como tal remite a la
memoria personal. En este caso, se trataba de un recuerdo compartido con
quienes han estudiado la terrible realidad de los consejos de guerra y, además,
con los familiares de las víctimas de aquella represión. Todos sentíamos
desasosiego al recordar los episodios y las personas de un sistema represivo
contrario a los más básicos derechos humanos. Y del mismo se deriva un recuerdo
que podemos calificar como tenebroso, oscuro, sombrío… También terrible por la
violencia.
Lo importante no es tanto
el adjetivo como que el mismo califica algo personal y subjetivo. La misma
realidad o una sola persona puede ser motivo de un recuerdo luminoso o
tenebroso. Esa valoración depende de nuestra memoria de las experiencias del
pasado y, hasta donde mis conocimientos alcanzan, nadie debiera imponernos algo
propio de nuestra intimidad, aunque la compartamos.
El recuerdo lo podemos
explicitar por escrito, pero nunca deja de ser nuestro, aunque sea compartido
dentro de un colectivo más o menos amplio, Si una sentencia condena un
recuerdo, sea el que fuere, entra en un espacio donde dudo que haya
jurisprudencia. Y si, además, lo hace con vistas al futuro, menos todavía
porque supondría autocensurarse hasta en lo más íntimo o personal.
Por esta y otras razones
hemos pedido una aclaración de la sentencia. La habrá y espero que mis temores
sean infundados. Mientras tanto, tengo algo claro: la voluntad de seguir
haciendo mi trabajo, a pesar de que algunos pretendan amedrentarme, sigue firme.
Este mismo mes se concretará en tres nuevas publicaciones. Ninguna de ellas
tiene voluntad de ofender, sino de conocer y compartir porque forman parte de
mi trabajo como funcionario al servicio de la comunidad.
Y siempre, cuando peor
estás y tienes ganas de tirar la toalla, vienen los ánimos de quienes te
acompañan. Mi condena, recurrible, ha despertado una reacción de solidaridad
que no esperaba y agradezco muchísimo. Incluso me ha emocionado más allá de lo
aconsejable a mi edad.
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