sábado, 12 de abril de 2025

Ángel María de Lera, condenado y maltratado


 

La tortura y los maltratos estuvieron presentes en los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. El colectivo no supuso una excepción con respecto a un marco represivo que, a menudo, recurrió a la violencia para quebrantar la voluntad de los detenidos.

A partir de los testimonios recopilados, los lugares más peligrosos para la integridad física eran las comisarias, tanto las oficiales como las improvisadas con el objeto de dar cuenta de la avalancha de represaliados. No obstante, esas mismas prácticas violentas seguían durante las declaraciones en sede judicial -las actas de algunas las dejan ver de manera implícita- y continuaban en las cárceles, cuyo rígido reglamento permitía las palizas y unas celdas de castigo que cabe considerar como lugares de tortura.

A lo largo de los años que llevo investigando estos consejos de guerra, he contactado con familiares de las víctimas de la represión franquista. Sus testimonios han sido útiles para completar unos trabajos cuya base documental siempre resulta incompleta, sobre todo en lo relacionado con prácticas ocultadas y sin el correspondiente reflejo en los archivos. Estos familiares tienen un conocimiento desigual de sus antecesores, pero a menudo me cuentan historias transmitidas de generación en generación a pesar del habitual silencio. La tortura y los maltratos forman parte de esa memoria compartida.

Los testimonios sobre la violencia los conozco y me ayudan a comprender determinadas actuaciones presentes en los sumarios analizados. Sin embargo, apenas los he citado porque carecen de pruebas documentales y, además, reiteran lo conocido a partir de otros testimonios vinculados a diferentes colectivos.

Este silencio impuesto por la obligación de contar con documentos para cualquier episodio histórico ha impedido conocer la parte más oscura y violenta de la represión sufrida por escritores y periodistas. El silencio no supone impasibilidad, sino la voluntad de ceñirse a lo documentado para garantizar el mayor grado de veracidad posible.

Al iniciar el estudio de los consejos de guerra seguidos contra el novelista Ángel María de Lera (1912-1984) supe que la popularidad del mismo no suponía una bibliografía conocedora de la represión que sufrió. Gracias al contacto con sus hijos, ya he localizado los sumarios de los que fue protagonista y pronto daré cuenta de los mismos como preámbulo de un capítulo que aparecerá en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores.

Mientras tanto, y gracias a la documentación remitida por sus hijos, he sabido de las palizas que sufrió Ángel María de Lera, fundamentalmente en el verano de 1942, cuando todavía estaba en el penal de Ocaña. A raíz de las mismas, y desde el 22 de mayo hasta el 14 de diciembre de 1943, el novelista permaneció en la prisión de Santa Rita (Madrid) con una salud precaria por culpa de los golpes sufridos en la zona lumbar, la entrepierna y otros lugares donde las huellas no fueran demasiado evidentes.

Ángel María de Lera salió vivo de aquella represión, pero las secuelas de los golpes continuaron hasta su fallecimiento. Basta leer el informe del doctor E. Fernández Besave con motivo de la muerte del novelista – depositado en el Archivo Central del Hospital Gregorio Marañón- para comprobar que las palizas sufridas cuarenta años antes tuvieron consecuencias hasta la muerte de quien padeció por unos golpes que nunca olvidó.

En fechas próximas hablaremos de unos sumarios hasta ahora desconocidos, los de Ángel María de Lera, pero desde este momento cabe afirmar que el novelista fue una víctima de la violencia utilizada por quienes pretendieron acabar con cualquier oposición al Glorioso Movimiento Nacional. Cuarenta años después, ingresado el 4 de julio de 1984 en un hospital, las pruebas realizadas remiten a un origen que el doctor no explicita, pero que el paciente contó a la familia como parte de una memoria de dolor y resistencia.

 

 

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