Max Aub albergó algunas
dudas sobre su nacionalidad y llegó a la conclusión de que cada uno es del
lugar donde ha estudiado el bachiller. La reflexión del valenciano con orígenes
repartidos entre Alemania y Francia se repite a menudo porque ilumina una
evidencia: la etapa de la adolescencia y juventud suele ser la más determinante
y recordada.
Ese conjunto de recuerdos
compartidos con los jóvenes de mi generación me llevó a la publicación de dos
volúmenes: La sonrisa del inútil (2008) y Contemos cómo pasó (2016).
Su objetivo era estimular la memoria generacional de quienes pudieran leerme,
al tiempo que testimoniarla para los lectores de otras generaciones. Ahí queda
el trabajo completado con otras iniciativas académicas en un sentido similar.
La insistencia en los
mismos motivos o la recreación de lo anecdótico puede acarrear una obsesión
contraproducente, que sería propia de un «abuelo Cebolleta». La evito en la
medida de lo posible, pero a veces surge algún encuentro que propicia el
recuerdo de lo vivido durante el bachiller.
Hace unos días, en la
Feria del Libro de Alicante, me encontré con mi colega Rafael García Molina, con quien
coincidí en las aulas del instituto Jorge Juan de nuestra ciudad. Rafael
estudió la carrera en Valencia, se ha dedicado a la Física y apenas hemos
intercambiado algunos correos sobre temas de interés común. La diáspora de
aquel grupo de estudiantes ha sido inevitable.
Ahora, cuando he
publicado treinta y nueve libros y miles de páginas, ver esa imagen con
nuestros nombres me emociona. Por primera vez figuré en una publicación y
aparecí junto a compañeros que recuerdo con cariño y nostalgia. Muchos de ellos aparecen en esa foto tomada en Roma, cuando visitamos el Vaticano con las pintas de unos figurantes de las películas de quinquis. De aquel comité
de redacción salió un catedrático de Física, un médico, tres abogados y un
psicólogo. Les he perdido de vista por el paso de los años y la citada
diáspora. También por la temprana muerte de Emilio.
El tiempo nos empuja a
una etapa de balances. Ahora, cuando han transcurrido cincuenta años desde
nuestra salida del instituto, me gustaría celebrar una nueva reunión de aquel
comité de redacción. El resultado sería una publicación con mejor aspecto por
los avances de la tecnología, pero dudo que con más entusiasmo entre los
redactores. Apenas importa, porque lo tuvimos y siempre nos quedará el recuerdo
para evocar cuando decidimos escribir en unos tiempos donde casi todo lo que no
era obligatorio estaba prohibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario