La represión franquista
vinculada a los consejos de guerra durante el período 1939-1945 solo es una
parte de un sistema represivo con otros instrumentos de coerción. En lo referente a los
periodistas, uno de los más eficaces y extendidos es la depuración profesional
para ser admitido en el Registro Oficial de Periodistas (ROP). El requisito de
una inquebrantable adhesión al Glorioso Movimiento Nacional se observó con
inusitada rigidez y muchísimos periodistas quedaron fuera del ROP, de tal manera que no
pudieron ejercer profesionalmente, al menos de manera oficial.
La documentación
relacionada con el ROP se encuentra fundamentalmente en el Archivo General de la Administración, de Alcalá de Henares.
Salvo en algunos casos donde mis colegas ya han aportado información sobre la
inclusión o no de unos determinados periodistas en el registro, en nuestros trabajos
hemos dejado al margen esta cuestión. Así sorteamos una documentación que, de
otra manera, sería inabarcable para un solo investigador.
El historiador selecciona
un objetivo y deja al margen otros tan coetáneos como próximos en todos los
sentidos. Esta circunstancia, derivada de la necesidad de plantear una meta
alcanzable, no supone el olvido de diferentes materias que conviene conocer en la
medida de lo posible. Si no seleccionamos y delimitamos, procurando la
coherencia del objetivo, estamos abocados a una tarea que por su amplitud en el
mejor de los casos resulta abordada de manera superficial.
Los periodistas que no
sufrieron consejos de guerra, pero quedaron fuera del ROP, son numerosos por el
papel propagandístico encomendado a la prensa en la ley del 22 de abril de 1938, aprobada en plena guerra, que
estuvo vigente hasta la llegada de Manuel Fraga al Ministerio de Información y
Turismo. Mirta Núñez Díaz-Balart presentó un balance en este sentido, pero
el alcance de la depuración se percibe con una especial nitidez cuando observamos un
caso significativo.
La joven y brillante investigadora
Alba Gómez García ya ha publicado varios libros sobre la
historia del teatro español durante el siglo XX. El más reciente es el ensayo
titulado La crítica teatral en el diario Nueva Rioja durante la posguerra
(1939-1951). Estas investigaciones centradas en un ámbito local, alejado
del centralismo madrileño o de unas pocas más ciudades, permiten matizar y
hasta reconsiderar las conclusiones de los manuales al uso. Alba Gómez García
lo demuestra con el rigor habitual en sus trabajos, pero en esta ocasión yo
entresacaría un episodio de su citado libro por la relación con las entradas del presente blog.
La investigadora escribe acerca de quienes ejercieron la crítica teatral en la prensa riojana durante el
período acotado. Entre los mismos destaca la figura de Juan Cayetano Melguizo
Celorrio (1893-1960), un empleado municipal de Logroño y veterano periodista con más de
veinte años de experiencia cuando la guerra comenzó. La Rioja fue territorio de
los sublevados desde el principio de la misma y el periodista, con una
presencia notable en la vida cultural y social de la capital, sorteó la amenaza
de los consejos de guerra porque nunca ejerció de «rojo».
No obstante, una vez
finalizada la contienda, Juan Cayetano Melguizo Celorrio fue sometido a la
depuración profesional como periodista tras haber sido apartado de su plaza de funcionario en
el ayuntamiento de la capital. El 10 de octubre de 1940, el gobernador civil y el jefe
provincial de Prensa y Propaganda enviaron a Madrid su expediente de depuración
y el 27 de marzo del año siguiente la Delegación Provincial de Prensa resolvió
la inhabilitación del veterano periodista.
El caso ya había sido
estudiado exhaustivamente por M.ª del Pilar Salas Franco en un trabajo de 2006, pero lo he conocido a través de las páginas del citado libro
sobre la crítica teatral durante la posguerra riojana. Al leer los textos de
Juan Cayetano Melguizo Celorrio nadie tiene la impresión de estar ante una
crítica de criterios avanzados o izquierdistas. El tono general es el
previsible en un ámbito provinciano, pero siempre empleado con la seriedad de
quien amó al teatro de manera incuestionable. Así fue, pero no bastó cuando el
requisito era, además, mostrar entusiasmo por el Glorioso Movimiento Nacional. También al dar cuenta de lo visto en los escenarios de la época, tan obsesivamente controlados como pone de manifiesto el libro de Alba Gómez García.
El caso del periodista Juan Cayetano Melguizo Celorrio se suma a los protagonizados por otros muchos colegas que sufrieron una masiva exclusión profesional solo aliviada, a veces, al cabo de los años. El análisis detallado de esta actividad represiva queda pendiente a la espera de investigaciones capaces de abordar la ingente documentación. Sin embargo, cabe observar un detalle significativo: Alba
Gómez García señala que uno de los acusadores presentes en el expediente de
depuración de Juan Cayetano Melguizo Celorrio fue Ismael Serranos, que sucedería al acusado como cronista de espectáculos
en la prensa riojana (p. 98). La estrategia del reemplazo mediante la denuncia es frecuente en la Victoria.
Los trabajos de M.ª del
Pilar Salas Franco y de la propia Alba Gómez García aportan mucha más
información al respecto. A ellos me remito para observar los necesarios matices, pero me quedo ahora con una
circunstancia tantas veces observada en los sumarios judiciales y demás
documentación relacionada con la represión de los periodistas y escritores: el denunciante o acusador era un
posible beneficiario de la denuncia o acusación. La correspondiente
perspectiva de futuro engrasó hasta extremos inimaginables los mecanismos de la represión
durante la Victoria.







