El periodista
extremeño Diego Alba Cortina (1909-1981) no fue movilizado por su discapacidad
física, pero combatió en las trincheras de las cabeceras republicanas y perdió
la guerra antes de cumplir los treinta años. La perspectiva de quedarse en
Madrid tras haber formado parte de la redacción de Mundo Obrero era
preocupante, pero su cojera tampoco le permitiría ir demasiado lejos.
Consciente del peligro que corría junto con sus colegas de la prensa, el
también colaborador de El Sol, ABC y Blanco y Negro permaneció en
la capital gracias a la hospitalidad de su hermano Antonio, un alférez del
ejército vencedor al que sacó de una checa durante la guerra. La solidaridad
fraternal, transmitida por fuentes de la propia familia, es una constante de
este relato.
El amparo de una
familia bien vista por los vencedores no suponía una garantía para evitar la
detención, la cárcel y el sumarísimo de urgencia. Tampoco el de otras personas
de derechas a las que el joven procedente de Alburquerque ayudó cuando estaba
en condiciones de hacerlo. En cualquier caso, no había alternativas para Diego
Alba Cortina y solo cabía confiar en una suerte que, a tenor de lo visto en
estos volúmenes dedicados a los periodistas y escritores, casi siempre era
esquiva para los vencidos. El extremeño no fue una excepción, pero salió mejor
parado que otros colegas y amigos.
La detención de
Diego Alba Cortina llegó pronto porque toda la población que había permanecido
en Madrid estaba bajo sospecha. El 17 de junio le detuvieron acusándole de
haber participado en un registro domiciliario durante «la época roja» y lo
trasladaron a las dependencias policiales de la calle Almagro, 36, de sombrío
recuerdo para muchos republicanos por la generalizada práctica de la tortura.
Allí encontró detenidos a dos colegas y amigos: Manuel Navarro Ballesteros y
Eduardo de Guzmán, que ya estaban camino de afrontar una condena a muerte como
responsables de Mundo Obrero y Castilla Libre respectivamente. Su
acusación era algo menor y, ante la posibilidad de salir libre, el primero le
pidió que contactara con su novia para disponer de comida y el segundo que
hiciera lo mismo con su madre, a la que pretendía tranquilizar tras varias
semanas sin saber el paradero de quien pretendió exiliarse desde el puerto de
Alicante.
El 20 de junio
Diego Alba Cortina recobró la libertad y cumplió los encargos con la
solidaridad que le caracterizaría a lo largo de su trayectoria biográfica. El
extremeño llamó a la madre del periodista anarquista, le facilitó su
localización y a partir de ese momento la mujer inició unas gestiones decisivas
para que los militares conmutaran la pena de muerte de Eduardo de Guzmán. El
otro encargo era más comprometido. Para llevarlo a cabo sin levantar sospechas,
recurrió a su sobrino Antonio, de dieciséis años, que trabajaba en el picadero
de su padre y se personó en el domicilio de la mecanógrafa Concepción García
Morán. La joven de veintidós años había formado parte de la plantilla de Mundo
Obrero y permanecía en libertad junto con su madre. La supuesta novia de
quien fuera director de la cabecera comunista recibió el encargo y, agradecida
porque Manuel Navarro Ballesteros le había traído alimentos de Valencia durante
la guerra, intentó llevarle comida a las dependencias de la calle Almagro.
Concepción García
Morán pronto encontró otro trabajo en el Madrid de la Victoria como
mecanógrafa. Dado su horario laboral, la joven que vivía con su madre no podía
llevar la comida personalmente al director de Mundo Obrero. La
alternativa fue recurrir a su amiga Elena Iturrino Delvina, una perfecta
desconocida en los archivos que realizó el encargo sin problemas los días 4, 5,
6 y 7 de julio. A partir del 8 le sustituyó Carmen Otero Pérez, de treinta
años, antigua mecanógrafa del diario comunista y en paro desde el final de la
guerra.
La necesidad de
comer se solapaba con la solidaridad a menudo porque el objetivo predominante
era sobrevivir en aquel Madrid. Ante la posibilidad de que el favor a la amiga
le ayudara a encontrar trabajo gracias a las gestiones de Concepción, Carmen
afrontó el peligro de entrar en las dependencias de la calle Almagro hasta que
el domingo 9 tanto ella como su amiga fueron detenidas. Las autoridades
penitenciarias no garantizaban la alimentación de los presos y, al mismo
tiempo, sospechaban de quienes las suplían en este menester. La actitud es
propia de quienes buscan el exterminio del «enemigo».
El motivo de la
detención lo explican los agentes que así procedieron en la declaración
efectuada ante la División de Investigación Política del SIPM, en la calle
Alcalá, 82. Los policías destinados en las dependencias de la calle Almagro
sospecharon que «las espléndidas comidas» recibidas por Manuel Navarro
Ballesteros respondían a una iniciativa del Socorro Rojo, «ya que dicho sujeto
había manifestado no tener parientes ni amigos en Madrid». El periodista
comunista los tenía porque procedía de una familia numerosa, pero todos los
miembros de la misma estaban encarcelados, huidos o deseosos de que nadie se
acordara de su existencia.
La detención de
Concepción García Marín y Carmen Otero Pérez, por llevar «espléndidas comidas»
a un detenido sin fortuna ni familia, pronto acarreó la de Diego Alba Cortina
como responsable de la iniciativa solidaria en respuesta al encargo de los
colegas recluidos en la calle Almagro. Ellas habían trabajado como mecanógrafas
en Mundo Obrero durante la guerra, no pudieron justificar a
satisfacción de los agentes la motivación de su solidaridad y quedaron
encarceladas en Las Ventas, mientras que el periodista de la misma cabecera
pasó a las dependencias penitenciarias de Conde de Torrijos.
Las cárceles de la
época eran un horror de hacinamiento y miseria donde la supervivencia en buena
medida dependía del azar. Allí permanecieron las dos mujeres, sin que los
militares les formularan una acusación, hasta el 6 de marzo de 1940, cuando el
auditor mando instruir el sumario 61571 al titular del Juzgado Militar
Permanente n.º 17, el comandante José M.ª Sousa y Casani.
Los casos de ambas
mecanógrafas acabarían sobreseídos poco después tras recabar las declaraciones
de las detenidas y los informes acerca de su conducta durante la guerra y el
Glorioso Movimiento Nacional. Para entonces habían pasado ocho meses en la cárcel
por llevar comida al comunista Manuel Navarro Ballesteros. El sobreseimiento
vino, en realidad, cuando se había consumado una brutal condena a la vista de
las acusaciones que constan en el citado sumario del AGHD. La circunstancia
conviene tenerla en cuenta a la hora de elaborar estadísticas cuyas cifras
esconden estas realidades desveladas por la microhistoria. Las protagonistas de
las mismas suelen ser mujeres que casi nunca constan en los anales.
El 9 de julio de
1939 tuvieron lugar las primeras declaraciones de los tres encausados del
sumario instruido por el comandante José M.ª Sousa y Casini. La mecanógrafa
Concepción García Morán reconoce que en mayo de 1937 ingresó en la redacción de
Mundo Obrero, donde trabajó hasta el final de la guerra y entabló
amistad con Manuel Navarro Ballesteros, aunque obvia que era su secretaria. La
declarante también admite que estuvo afiliada al PCE y el SRI desde enero de
1938. No obstante, afirma que se apartó de estas organizaciones cuando pasaron
a ser clandestinas. Niega haber mantenido relaciones con otros antiguos
militantes y declara que su encuentro con Diego Alba Cortina, a quien conoció
en la citada redacción, fue casual. Por último, admite haber gestionado la
entrega de comida al compañero detenido con la ayuda de Elena Iturrino Delvina
y Carmen Otero Peláez, a quien acompañó ese mismo día 9 de julio por ser
domingo y tener la jornada libre. La policía le estaba esperando al constatar
que Manuel Navarro Ballesteros recibía «espléndidas comidas» sin tener
familiares en Madrid.
Carmen Otero
Peláez manifiesta que llevó la comida a las dependencias policiales de la calle
Almagro los días 8 y 9 de julio por solidaridad personal con un antiguo
compañero de trabajo y sin pertenecer al SRI. Pasó a prisión al igual que su
amiga y Diego Alba Cortina, que declara haber ingresado en Mundo Obrero para
proteger a su hermano Antonio. La afirmación es propia de una estrategia
defensiva. Allí permaneció como redactor hasta el final de la guerra y conoció
a Manuel Navarro Ballesteros, Concepción García Morán y Elena Iturrino Delvina,
de la que nunca se supo a lo largo del sumario.
El periodista que
llegó a Madrid en 1932 y colaboró con reportajes sin firma en la revista Oasis
(1934-1936), dirigida a un lector viajero con alto poder adquisitivo, debió
pasar meses en paro a tenor de los datos que nos constan. En su declaración
reconoce su afiliación al PCE y el SRI durante la guerra «por ser obligatorio
para trabajar en el periódico», aunque dejó atrás esa militancia porque «desde
que abandonó el periódico rompió toda relación con el partido y todos sus
componentes». Por último, el extremeño afirma haber estado recluido en su
domicilio, probablemente el de su hermano Antonio, tras la llegada de las
tropas del general Franco. Motivos le sobraban a la vista de las detenciones de
todos sus colegas que permanecieron en Madrid.
La historia de la
solidaridad con Manuel Navarro Ballesteros se complica con la presencia de una
relación personal difícil de probar. Diego Alba Cortina afirma que Concepción
era la secretaria y novia del director de Mundo Obrero, pero por razones
obvias ella lo niega para evitar el agravamiento de su situación procesal. El
careo entre ambos encartados, mandado realizar por los responsables del SIPM,
no aclara la cuestión, pero el resultado es el mismo: los tres interrogados ingresaron
en la cárcel el 9 de julio.
Las fechas de la
documentación incluida en los sumarios a menudo deparan sorpresas o
incoherencias desde el punto de vista jurídico. Cuando todavía los tres
encartados permanecían encarcelados, sin mediar ninguna diligencia que
permitiera avanzar la instrucción, el titular del Juzgado Militar Permanente
n.º 20 decreta su libertad provisional el 13 de marzo de 1940.
Poco después
llegaron los correspondientes informes, cuyo conocimiento era preceptivo para
adoptar esa medida. En el caso de las dos mecanógrafas corroboraron la decisión
de dejarlas en libertad, pero en el de Diego Alba Cortina la llegada de los
documentos supuso una nueva detención, que se produjo el 5 de febrero de 1941.
El tiempo transcurrido para localizarle, inusualmente prolongado a tenor de
otros casos de la época, hace presumible una protección por parte de su hermano
Antonio, cuya intervención también resultaría decisiva para que Diego
dispusiera de numerosos y significativos avales durante la instrucción del
consejo de guerra.
Antes de ser
puesto en libertad, el 18 de enero de 1940. Diego Alba Cortina declaró por
primera vez en el juzgado de instrucción. El periodista ratifica la anterior
declaración ante el SIPM y explica que ingresó en la redacción de Mundo
Obrero «con el fin de proteger y ayudar a su familia y a su hermano, que se
encontraban en Madrid, todas personas de derechas». La cita de Antonio Alba,
alférez del ejército, resultaría decisiva a la hora de su sorprendente puesta
en libertad antes de que llegaran informes comprometedores para su suerte
procesal.
Mientras tanto,
Concepción García Morán encuentra en el informe de la DGS fechado el 4 de abril
de 1940 un aval para su estrategia de defensa que terminaría en el
sobreseimiento. La policía señala que trabajó en la redacción de Mundo
Obrero y militó en el PCE, pero que la mecanógrafa lo hizo para solventar
«la crítica situación económica de su casa» y, además, «ha proporcionado
informaciones a elementos nacionales que estaban en Madrid y cotizaba para el
Socorro Blanco». Ambas circunstancias parecen entrar en contradicción con su
comportamiento al ayudar a Manuel Navarro Ballesteros cuando estaba detenido,
salvo que en esta ocasión prevaleciera una relación sentimental por encima del
posible doble juego mantenido a lo largo de la guerra.
El informe de FET
y de las JONS del 9 de abril acerca de Concepción García Morán va en la misma
dirección que el de la DGS. Aparte de reiterar la difícil situación familiar de
la mecanógrafa, esta «facilitaba noticias a todas las personas de derechas que
conocía teniéndoles al corriente de todo lo que sucedía en Mundo Obrero».
Nunca sabremos si la secretaria y supuesta novia de Manuel Navarro Ballesteros
fluctuó entre los dos bandos a lo largo de la guerra, pero es evidente que,
para buscar el sobreseimiento, estaba dispuesta a renegar de un pasado capaz de
resucitar cuando se mostró solidaria con quien iba camino del paredón.
El 15 de junio de
1940 la Guardia Civil remite al juzgado su informe sobre Diego Alba Cortina. El
periodista desde junio de 1937 «trabajó como redactor en Mundo Obrero demostrando
gran entusiasmo y colaborando en favor de la causa marxista, publicó varios
artículos firmados por él elogiando y defendiendo la causa roja y censurando a
la vez la actuación de nuestro Glorioso Ejército y de nuestro invicto
Caudillo». Además, «es posible sin poderlo concretar en exactitud estuviese
afiliado al partido comunista, requisito indispensable para poder trabajar en
la redacción de Mundo Obrero, simpatizó con la causa marxista y estaba
sindicado en la UGT».
Al margen de las
redundancias de un informe tan mal redactado como la mayoría de los consultados
en estas investigaciones, cabe subrayar, esta vez como novedad, que el mismo
incluye un aval favorable al periodista. Rafael Hernández Ramírez de Alda, jefe
de redacción de Informaciones que también había trabajado como cronista
en La Libertad, según su ficha depositada en el CDMH. El avalista califica
al encartado como no peligroso para el Glorioso Movimiento Nacional y como
amigo recuerda su comportamiento solidario con personas de derechas durante la
guerra. Lo sorprendente del aval es que figure en un informe de la Guardia
Civil.
El posterior
informe de la DGS, aparte de contener falsedades obvias y malintencionadas
sobre el momento de la llegada a Madrid del periodista, presenta a un Diego
Alba Cortina que desde las páginas de Mundo Obrero destacó «por su
campaña criminal antinacional, como lo reflejan multitud de artículos
publicados en dicho libelo», «en todos los cuales califica a los nacionales de
asesinos e injuria a nuestros invictos generales».
De acuerdo con los
parámetros del por entonces disuelto Juzgado Militar de Prensa, esta acusación
podía acarrear una condena a treinta años de reclusión mayor que evitaría la de
muerte porque el periodista nunca ocupó un puesto directivo en el órgano oficial
del PCE. Para sustanciarla en un consejo de guerra solo se necesitaba un
informe acerca de los artículos publicados por el extremeño.
Al igual que
sucediera en los sumarios instruidos por el juez Manuel Martínez Gargallo, esa
labor fue encomendada al oficial que actuaba como secretario judicial. El
teniente Narciso Reyes Rodríguez es el encargado de certificar los artículos
localizados de Diego Alba Cortina en una colección de Mundo Obrero de la
que nadie indica su ubicación. El documento del secretario instructor sería la
única prueba de cargo presente en el posterior consejo de guerra.
Otra sorpresa de
este sumario es el comportamiento de la fiscalía al calificar los hechos el 29
de agosto de 1941. La petición es de reclusión, pero sin indicar los años. Tal
vez, el fiscal así allanaría el camino para la posterior sentencia benévola dictada
por el tribunal reunido el 8 de octubre de 1941 bajo la presidencia del
teniente coronel José Guadalajara, que por entonces ya conocería el alud de
avales favorables a Diego Alba Cortina. Dado que sus firmantes son autoridades
políticas, militares y eclesiásticas, incluso otros periodistas, cabe pensar
que los mismos llegaron al juzgado gracias a la intervención de Antonio Alba
Cortina, que nunca olvidó a un hermano capaz de salvarle la vida según el
relato de su hijo en una entrevista concedida a la cadena SER el 19 de marzo de
2018.
El tribunal
condenó al periodista a doce años de prisión mayor que fueron ratificados por
el auditor el 28 de octubre de 1941. La sentencia se puede considerar benévola
de acuerdo con lo visto en casos similares instruidos en el Juzgado Militar de
Prensa, pero lo más positivo para el periodista es que unas pocas semanas
después salió en libertad condicional (BOE, 5-XII-1941). Posteriormente y de
acuerdo con lo habitual en estos sumarios, le juzgaría el Tribunal Nacional de
Responsabilidades Políticas (CDMH, 75/00468) quedando indultado en 1944 porque
tampoco tendría bienes sujetos a una posible expropiación. Los problemas
judiciales siguieron durante años donde permaneció como sospechoso. No
obstante, Diego Alba Cortina, gracias a su hermano Antonio, los pudo afrontar
en libertad condicional bajo la custodia del alférez, que así agradeció la
solidaridad recibida durante la guerra.
La historia de
Diego y Antonio reconforta al lector como todas aquellas donde predomina la
hermandad por encima de las diferencias ideológicas o políticas. La solidaridad
del primero fue correspondida por la del segundo, que también proporcionó
trabajo a su hermano cuando salió de la cárcel con un futuro problemático. El
historiador hace constar con agrado ese comportamiento que, de haberse
extendido, habría dado lugar a una situación bien diferente a la vivida durante
la Victoria.
Sin embargo, tras
analizar decenas y decenas de sumarios, sabemos que esa fraternidad distó mucho
de resultar habitual en los juzgados militares de la Victoria, por lo general
poco o nada sensibles a los avales, los testimonios e informes favorables a los
procesados. El balance de lo visto en el Juzgado Militar de Prensa nos recuerda
la existencia de numerosos sumarios donde los avales fueron obviados cuando lo
instruido pasó a los tribunales. Al igual que en tantas otras situaciones, el
sistema represivo era el mismo, pero su aplicación dependía de la voluntad de
quienes intervenían en los sumarísimos de urgencia. Diego Alba Cortina no solo
contó con la ayuda de su hermano Antonio, sino que también tuvo la suerte de
caer en un juzgado donde el titular era más comprensivo que el juez instructor
Manuel Martínez Gargallo.








