miércoles, 26 de marzo de 2025

La Rosa Blanca y los colaboradores necesarios


 Cartel anunciador del ciclo dedicado a la Rosa Blanca

La posibilidad de la conmoción aumenta cuando nos adentramos en un ámbito desconocido. Desde hace más de diez años ando rodeado de sumarios y otros documentos relacionados con la represión franquista. La mirada del investigador también se encallece y, al final, ni siquiera los episodios más violentos producen sorpresa y menos una conmoción. El peligro es indudable, pues el historiador acaba familiarizado con una barbarie que atenta contra los derechos humanos y corre el peligro de un distanciamiento inconveniente. El rigor metodológico no exige la equidistancia ni la impasibilidad ante la violencia, sea la física o la ejercida a través de órganos judiciales al servicio de una dictadura.

Una alternativa para recuperar la capacidad de conmoverse es interesarse por lo desconocido, aunque sea a instancias de tu universidad con el objetivo de organizar un acto cultural. En febrero de 2025, participé en un ciclo dedicado a rememorar el testimonio de libertad y tolerancia de La Rosa Blanca (Die Weisse Rose), un grupo de universitarios que en la Alemania de 1942-1943 abogó por la resistencia no violenta contra el régimen liderado por Adolf Hitler. Hasta entonces lo desconocía y, con el deseo de colaborar con un mínimo de conocimiento, durante unas semanas recopilé información sobre aquel movimiento gracias a libros como el de José M.ª García Pelegrín y las tres películas dedicadas a este episodio de la resistencia al régimen nazi.


Inauguración de la exposición en la Biblioteca Central de la UA

El film seleccionado para el ciclo fue Sophie-Scholl. Los últimos días (2005), de Marc Rothemund. Lo vi en V.O.S. y en castellano mientras contenía la angustia para evitar que me cegara ante la barbarie cometida contra unos estudiantes de la Universidad Ludwing Maximiliam de Múnich, que acabaron guillotinados por repartir panfletos apelando a la resistencia no violenta. El objetivo no pasaba por las lágrimas de una conmoción, sino por desentrañar los mecanismos de represión nazi, que no solo coincidían en el tiempo con los del franquismo.


Fotograma de la película dedicada a Sophie Scholl

Un conocimiento basado en fuentes secundarias y cinematográficas no permite hablar con propiedad acerca de un hecho histórico. Mi colaboración se limitó a presentar la película, moderar un debate y escuchar voces más autorizadas. Sin embargo, de aquellos hechos recreados con precisión histórica en el cine retuve la imagen de un personaje aparentemente secundario: el responsable de mantenimiento o conserje Jakob Schmid (1886-1964).

El 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie Scholl lanzaron unas octavillas en su universidad. Cuando la tarea estaba prácticamente finalizada, la joven de apenas veinte años vio que podía completarla desde lo alto de unas escaleras porque no había testigos. Jakob Schmid, sin embargo, la vio y la retuvo para entregarla a la Gestapo. Sophie y Hans fueron trasladados al palacio de Wittelsbach, el cuartel general de la policía nazi, y al cabo de cuatro días comparecieron en una farsa de juicio donde el juez Roland Freisler (1893-1945), un psicópata, los condenó a la pena de muerte. Apenas unas horas después, los hermanos Scholl y Christoph Probst fueron guillotinados. Estos veinteañeros no buscaban el martirio en nombre de un ideal extraordinario, sino la posibilidad de convivir en una sociedad libre y tolerante.



Jakob Schmid durante su procesamiento en 1947

La responsabilidad de aquellos asesinatos con coartada jurídica recae en el régimen nazi y sus jerarcas. Puestos a buscar un responsable concreto, cabría señalar al juez Roland Freisler, que en febrero de 1945 moriría en un bombardeo como si de un acto de justicia poética se tratara. Así lo establece la historia y apenas hay dudas al respecto. Sin embargo, yo retuve la participación fugaz, aparentemente secundaria, del conserje Jakob Schimid. El militante nazi podría haber callado ante lo visto aquel 18 de febrero de 1943, pero optó por detener a Sophie y desencadenar un trágico episodio. El fanatizado personaje era consciente de las consecuencias y no actuó por miedo a una represalia o a causa de una obediencia debida e inexcusable. Lo hizo con el entusiasmo de los represores, aunque su responsabilidad fuera secundaria en relación con la del juez Roland Freisler.

La historia de cualquier régimen represivo recoge la participación de numerosos colaboradores necesarios. La eficacia de la propia represión depende de la labor de unos jerarcas, siempre destacados a la hora de establecer una responsabilidad, pero también de una trama social donde encontrar a esos colaboradores, sin cuyo trabajo la actividad represiva en buena medida sería inviable. El historiador debe ponderar el alcance de la participación de cada sujeto en un acontecimiento histórico, pero a la vista de los hechos documentados no cabe dudar de que, sin la determinación del conserje, los tres estudiantes de la universidad muniquesa no habrían acabado guillotinados.

Así también sucede en otros muchos episodios de la represión, con independencia de que se enmarquen en una u otra dictadura. Los colaboradores necesarios estuvieron presentes en la URSS de Stalin o en la España del general Franco. Su participación, al margen de los motivos que siempre conviene desentrañar para comprender su comportamiento, supone la cristalización de una sociedad donde la represión funciona al máximo y goza de una absoluta impunidad. Esta evidencia la he observado en numerosos sumarios gracias a las denuncias de testigos que pudieron callar sin temor alguno, militares que desplegaron una actividad que iba más allá de lo estrictamente necesario para su permanencia en el escalafón y, sobre todo, informantes dispuestos a agravar la situación de los procesados mediante adjetivos tan prescindibles como conducentes a condenas que a veces llegaron a la pena de muerte.

 

domingo, 23 de marzo de 2025

Un nuevo libro: Perder la guerra y la historia


El pasado 19 de marzo fue publicada la segunda entrega, Perder la guerra y la historia, de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945. Los ejemplares quedarán a la venta el 7 de abril. Dado el interés despertado entre los historiadores y periodistas, durante ese mes y en mayo haré varias presentaciones. La promoción se ajustará a la modestia habitual en un libro universitario, pero espero que permita agotar la tirada, como está a punto de suceder con la primera entrega de la trilogía: Las armas contra las letras. No obstante, en 2028 los textos de los tres libros acabarán en una web de acceso libre dedicada a la represión sufrida por los periodistas y escritores durante la posguerra.
Mientras tanto, ya he terminado de redactar el tercer volumen de la trilogía, que responderá al título de La colmena en recuerdo de la imprescindible novela de Camilo J. Cela. Ahora queda pendiente una lenta tarea para repasar el texto, completar la documentación con nuevas consultas en los archivos y, posteriormente, conseguir los informes favorables que permitan la publicación de esta investigación universitaria cuyo índice es el siguiente:

-       El sumario de Martín Marco, poeta ultraísta

-       El himno republicano de los hermanos Anaya Ruiz

-       La singular trayectoria de Eduardo Bort-Vela

-       El destino de los Vivero

-       La denuncia de un perdedor

-       La «labor mecánica» de Antonio Nicas

-       El «comité rojo» de ABC

-       Los sumarios de tres censores de prensa

-       Elías Palma, el escritor desconocido

-       Las condenas de Ángel M.ª de Lera y Juan A. Gaya Nuño

-       De Hollywood al juzgado: Baltasar Fernández Cue

-       Un «periodista liberal»: Carlos Pérez Merino

-       Un «dibujante retocador» de Heraldo de Madrid

-       Los «cachetes» nunca perdonados de Pedro Luis de Gálvez

-       Alejandro Gaos, poeta y catedrático

-       El destino trágico de un dandi: Antonio de Hoyos y Vinent

-       Un poeta «con el puño en alto»: Jesús Menchén Manzanares

-       La trayectoria del alférez Baena Tocón

-       Bibliografía

Hace una década comencé mis trabajos sobre este episodio de la represión franquista. Ahora, una vez redactados unos mil quinientos folios, empiezo a ver el final de una investigación que esta misma semana ha tenido dos nuevos frutos: la participación en el volumen Ángeles y demonios, editado por la SGAE, y una conferencia sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores impartida en un curso celebrado en el Instituto Fernando el Católico con la organización de dos compañeros de la Universidad de Zaragoza, Sergio Calvo y Ana Asión.




La conferencia la impartí por videollamada porque estos días me toca trabajar junto con mi abogado en el recurso que vamos a presentar a la sentencia dictada por un juzgado de Cádiz. La defensa de la libertad de expresión, investigación y cátedra merece que se haga un buen trabajo, tanto desde el punto de vista jurídico como histórico. Afortunadamente cuento con juristas e historiadores que no solo me animan en esta tarea, sino que también me están ayudando.




Por último, el pasado día 20 tuve la oportunidad de entrevistarme en la Universidad de Alicante con Ximo Puig, ex president de la Generalitat Valenciana y actual embajador de España en la OCDE. El encuentro permitió intercambiar información sobre temas de interés común como las obras de Rafael Altamira y Miguel Hernández e, interesado por la reciente sentencia, Ximo Puig me transmitió su solidaridad y preocupación. De hecho, este próximo otoño participaré en una sesión organizada por el Parlamento Europeo para hablar del poeta y exponer los problemas que padezco como historiador por haber investigado su consejo de guerra.

Durante estos días he recibido unos quinientos mensajes de solidaridad de los colegas universitarios. La preocupación es evidente, pero también la voluntad de seguir trabajando en el conocimiento de la historia. Así lo haremos con las publicaciones arriba referidas y otras iniciativas en marcha, siempre que la salud nos acompañe. 


sábado, 22 de marzo de 2025

Los espacios de representación. H.ª del teatro del Siglo de Oro (9)


El dicho de que más vale una imagen que mil palabras a menudo es falso porque minusvalora el poder evocativo o explicativo del discurso oral. No obstante, para conocer los espacios escénicos del Siglo de Oro, especialmente los corrales de comedias, conviene acudir a las imágenes y los vídeos que están a nuestro alcance en You Tube. 
Así podremos completar lo expuesto en los apuntes de la asignatura depositados en el Repositorio de la Universidad de Alicante, concretamente el capítulo comprendido entre los folios 92 y101. Repasad los mismos haciendo hincapié en la pluralidad de espacios de acuerdo con el esquema del profesor José M.ª Díez Borque (f. 94), examinad las imágenes reproducidas a continuación y, finalmente, consultad los vídeos abajo indicados, especialmente los dos elaborados por la UNED porque explican de manera didáctica numerosos puntos ya expuestos en clase.














Estas últimas imágenes de ficción corresponden al film Lope (2010), que recrea los primeros pasos del autor en el mundo del teatro.

martes, 18 de marzo de 2025

Enric Marco y la impostura


 

El impostor es una figura negativa en términos éticos, pero goza de enormes posibilidades en la ficción. A diferencia del mentiroso más o menos ocasional, el creador de una impostura a la búsqueda de una identidad personal debe recurrir a una mentira tan sistemática como coherente. El resultado es una personalidad alternativa con respecto a la realidad. La invención disfruta de las licencias de lo ficticio y, además de resultar satisfactoria o compensatoria para quien la crea, hasta puede ser puesta al servicio de causas nobles.

Hace años, con motivo de la preparación de La memoria del documental (Universidad de Alicante, 2014), me topé con el caso paradigmático de Enric Marco Batlle (1921-2022). El consiguiente escándalo, cuando se descubrió su verdadera personalidad después de engañar a todo el mundo, estalló hacia 2005. Le dediqué un capítulo del libro -«Las trampas de la memoria» (pp. 61-75)- y desde entonces me interesa saber de su «prodigiosa destreza fabuladora» como impostor. Hasta tal punto que, como reconociera Mario Vargas Llosa, «él mismo es una ficción, pero no de papel, de carne y hueso» (El País, 15-V-2005). Al cabo de los años, el verbo hay que ponerlo en el pasado de alguien fallecido.

El film Marco (2024), de los cineastas vascos Jon Garaño y Aitor Arregui, ha vuelto a poner de actualidad esta singular figura que cuenta con una excelente novela de Javier Cercas: El impostor (2014). La coincidencia en el tiempo de mi libro y este último título, una de las mejores obras del novelista extremeño, impidió que me interesara por saber acerca de la relación entre Enric Marco y Javier Cercas. Al cabo de los años, supe que tuvo episodios curiosos como la escena del citado film donde el impostor aparece en una presentación de la novela e irrumpe con descalificaciones hacia el autor, a pesar de que el mismo le invita a debatir en público. De hecho, Enric Marco vivió sus últimos años obsesionado con quien le había dedicado una novela que nunca pretende descalificarle, pero que revela sus artes y posibles motivaciones para convertirse en un deportado de los campos de concentración nazi, aunque en realidad fue un voluntario trabajador en aquella Alemania de Hitler.

El «aguafiestas» de la impostura de Enric Marco fue mi colega Benito Bermejo, un historiador que ha desarrollado una magnífica labor acerca de la presencia de los españoles en los campos de concentración. Fruto de la misma, y de la consiguiente precaución a la hora de dejarse llevar por la memoria o los testimonios de los protagonistas, fue el desenmascaramiento de Enric Marco, que había llegado a liderar el colectivo de los represaliados españoles.

Benito Bermejo contrapuso la documentación conservada con la impostura sostenida por el catalán durante años. La falsedad de esta última quedó evidenciada en 2005. Nadie dudó al respecto, pese al dolor y la vergüenza provocados en el colectivo de los represaliados y de quienes les apoyan. Afrontar la realidad, tan compleja como desagradable a menudo, resulta duro cuando se ha disfrutado con una ficción.




Sin embargo, Enric Marco -como indica el film- nunca aceptó haber cometido una impostura. Hasta su fallecimiento, y con una insistencia digna de un estudio psicológico, defendió públicamente «su verdad»; es decir, una mentira puesta al descubierto por el trabajo de un historiador.

El comportamiento de Enric Marco merece una reflexión porque la suya no es una reacción aislada. Yo mismo, en mis trabajos sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores, he encontrado casos similares. Si la impostura es el fruto de una memoria ajustada con las necesidades del presente, nunca una documentación o el desarrollo de una investigación historiográfica supone su final y el consiguiente reconocimiento de la mentira sostenida o el error cometido.

Puestos a vivir en una consoladora impostura, quienes recurren a la misma como Enric Marco prefieren mantenerla contra viento y marea para evitar la depresión o la vergüenza. Nadie duda de su derecho a mentir cuando recurren a la memoria personal, pero la obligación de los historiadores pasa a menudo por ser unos aguafiestas de esa ficción tan consoladora. Benito Bermejo salió indemne. Yo no he tenido la misma suerte, aunque -al final- prevalecerá la historia sobre la impostura.

La mirada del documental. Memoria e imposturas se puede adquirir en:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-mirada-del-documental_128164/


sábado, 15 de marzo de 2025

Tres conferencias sobre Lope de Vega. H.ª del teatro del Siglo de Oro (8)


La asistencia a una serie de conferencias debiera ser una práctica habitual en cualquier curso universitario. Las clases teóricas y prácticas permiten abordar el conjunto del temario. Sin embargo, esa materia ha de ser completada con las correspondientes fuentes bibliográficas y, si es posible, la asistencia a espectáculos teatrales y conferencias programadas en un entorno cercano.
La bibliografía recomendada siempre permanece accesible en nuestras bibliotecas universitarias, a menudo solitarias. La circunstancia no es tan favorable en lo que respecta a los espectáculos, que dependen de una cartelera cuyos responsables no pueden programar en función de un determinado curso universitario. Tampoco suele ser fácil asistir a un ciclo de conferencias sobre nuestro temario e impartidas por destacados especialistas.
Gracias a Internet, esta dificultad puede ser superada mediante la visión de los espectáculos en grabaciones como las de la Teatroteca del Ministerio de Cultura, que nunca sustituyen a una representación en directo, pero nos aportan una experiencia aproximada y suficiente para valorar una determinada puesta en escena.
Las conferencias también pueden ser grabadas y, si se hace con los debidos medios, el resultado es excelente de cara a su comprensión y seguimiento. Así sucede con las celebradas en la Fundación Juan March, de Madrid, que se pueden consultar en su canal de You Tube.
Para la preparación de nuestras clases sobre Lope de Vega disponemos de tres excelentes conferencias impartidas por los catedráticos Felipe Pedraza, de la Universidad de Castilla La Mancha, y Javier Huerta, de la Universidad Complutense de Madrid. El primero traza la trayectoria biográfica y teatral del autor dramático y el segundo, con la ayuda de unos intérpretes, nos explica el concepto del héroe colectivo en la tercera obra incluida en nuestro temario: Fuenteovejuna.
Un estudiante debe asistir a una conferencia provisto de lápiz y papel. También sirve cualquier otro instrumento para tomar notas. Lo importante es permanecer atentos, escuchar la exposición y anotar lo fundamental para incorporarlo a nuestro bagaje de cara a la preparación de la asignatura. Así, pues, disfrutemos de este ciclo de conferencias mientras procedemos a la visión y lectura de Fuenteovejuna. 






viernes, 14 de marzo de 2025

El derecho al recuerdo, la sentencia y la solidaridad


Algunas semanas duran meses. El lunes, con la llegada de la sentencia, me pareció estar en un mundo absurdo donde cualquier atisbo de racionalidad queda aplastado por la fuerza de los hechos. Yo creía vivir en una España donde la libertad de expresión, que nunca es un derecho absoluto, estaba amparada por la legislación y quienes son responsables de hacerla cumplir. Ahora, con desesperanza, empiezo a tener dudas y la tentación de echar la toalla es demasiado tentadora porque estoy cansado de luchar por lo que debiera ser obvio en una democracia avanzada.

Los nervios afloraron el lunes y el martes. Procuro ser una persona sosegada, pero la situación me traicionó y pido disculpas públicamente a quienes pudiera haber molestado con mis reacciones o palabras. Nadie en concreto tiene la culpa de lo sucedido y, sobre todo, hay cauces para buscar una solución jurídica a la actual situación. Solo cabe esperar que más altas instancias la resuelvan y, por supuesto, mi voluntad es acatar cualquier sentencia, aun en el caso de que la considere injusta o inmotivada.

En este sentido, y ante la evidencia de que a una jueza le han parecido ofensivas algunas frases de mis artículos, los he retirado de la red a la espera de que otras instancias se pronuncien al respecto. Yo no escribo trabajos universitarios para ofender. Puedo equivocarme en ocasiones o caer en valoraciones demasiado subjetivas, pero nunca con el deseo de ofender y menos en relación con personajes históricos.

Ahora bien, la sentencia resulta difícil de entender cuando me condena por recordar como «tenebroso» a un protagonista de mis trabajos. El adjetivo es sinónimo de oscuro o sombrío y, como catedrático de Literatura Española, nunca lo habría relacionado con un insulto. Estos días he preguntado a varios compañeros y nadie, absolutamente nadie, vincula el calificativo de tenebroso con lo ofensivo. Tal vez estemos equivocados, pero nuestra labor es velar por la transmisión del idioma en las aulas y se nos supone un cierto dominio del mismo.

El desconcierto, en realidad, viene porque lo tenebroso era un recuerdo que como tal remite a la memoria personal. En este caso, se trataba de un recuerdo compartido con quienes han estudiado la terrible realidad de los consejos de guerra y, además, con los familiares de las víctimas de aquella represión. Todos sentíamos desasosiego al recordar los episodios y las personas de un sistema represivo contrario a los más básicos derechos humanos. Y del mismo se deriva un recuerdo que podemos calificar como tenebroso, oscuro, sombrío… También terrible por la violencia.

Lo importante no es tanto el adjetivo como que el mismo califica algo personal y subjetivo. Una experiencia o una persona puede ser motivo de un recuerdo luminoso o tenebroso. Esa valoración depende de nuestra memoria del pasado y, hasta donde mis conocimientos alcanzan, nadie debiera imponernos algo propio de nuestra intimidad, aunque la compartamos.

El recuerdo lo podemos explicitar por escrito, pero nunca deja de ser nuestro. Incluso cuando resulta compartido dentro de un colectivo más o menos amplio, Si una sentencia condena un recuerdo, sea el que fuere, entra en un espacio donde dudo que haya jurisprudencia. Y si, además, lo hace con vistas al futuro, menos todavía porque supondría autocensurarse hasta en lo más íntimo o personal.

Por esta y otras razones hemos pedido una aclaración de la sentencia. La habrá y espero que mis temores sean infundados. Mientras tanto, tengo algo claro: la voluntad de seguir haciendo mi trabajo sigue firme. Este mismo mes se concretará en tres nuevas publicaciones. Ninguna de ellas tiene voluntad de ofender, sino de conocer y compartir porque forman parte de mi trabajo como funcionario al servicio de la comunidad que me paga.

Y siempre, cuando peor estás y tienes ganas de tirar la toalla, vienen los ánimos de quienes te acompañan. Mi condena, recurrible, ha despertado una reacción de solidaridad que no esperaba y agradezco muchísimo. Incluso me ha emocionado más allá de lo aconsejable a mi edad.

Por eso debo cerrar el capítulo de la sentencia y volver al trabajo cotidiano que incluye propuestas tan atractivas como presentar mis trabajos en la provincia de Cádiz y desplazarme este otoño al Parlamento Europeo para dar traslado de mi experiencia por los problemas sufridos como historiador dedicado a la memoria histórica. Espero, para entonces, tener claro si mi recuerdo es tan libre como subjetivo, aunque lo comparta en un libro.

Pd.: Los artículos vuelven a estar en la red por indicación de mi abogado dado que serán presentados en el recurso y deben estar a disposición de la Audiencia Provincial de Cádiz. 

Pd.: La solidaridad de los compañeros universitarios ha sido notable durante estos días. En las redes sociales más de quinientas personas se han manifestado en este sentido. Asimismo, he recibido numerosos correos de colegas de diferentes áreas interesándose por la sentencia y apoyándome para que recurra. Incluso me han ofrecido dinero en el caso de que deba pagar, circunstancia que todavía está lejos en el tiempo, si es que llega.
No obstante, de todas las iniciativas yo destacaría las de la Asociación de Historia Contemporánea y la Asociación de Historiadores de la Comunicación, cuyos comunicados reproduzco a continuación:


Solo me queda mostrar el agradecimiento a mis compañeros y el compromiso de seguir adelante para preservar la libertad de expresión, de investigación y de cátedra.

martes, 11 de marzo de 2025

Miguel Hernández, «jefe de prensa en la Dirección General de Seguridad»


 

La atenta lectura de la sentencia dictada por la titular del Juzgado de Primera Instancia n.º 5 de Cádiz me ha generado numerosas dudas. Tantas que mi abogado José Luis Romero ha solicitado una aclaración de sentencia para saber a qué atenernos. A estas alturas desconocemos el alcance de la condena y la forma en que se podría concretar en la práctica. 

De hecho, he renunciado a participar en un congreso organizado en la Universidad de Zaragoza porque la sentencia también afecta a los trabajos que «pudiera hacer en el futuro» en relación con el alférez Baena Tocón. Mi abogado me indica que las condenas a futuro, salvo en casos muy específicos, están prohibidas por la doctrina del Tribunal Constitucional. No obstante, y ante la posibilidad de dar una conferencia sobre los consejos de guerra condicionada por la sentencia del juzgado gaditano, he optado por mantenerme en silencio para evitar nuevas condenas. 

Asimismo, he dado orden de retirar de Internet los dos artículos comprendidos en la condena porque, estando ya rectificados de forma voluntaria, la sentencia me obliga a rectificarlos. Antes de que el texto de los mismos deje de ser el que voluntariamente redacté, prefiero hacerlos desaparecer, aunque uno de ellos permanecerá en la edición original de la revista ALEC que, por ser norteamericana, queda fuera de la jurisdicción española. 

Mientras tanto, y dejando al margen las cuestiones jurídicas como aducir una ley derogada, la de Memoria Histórica de 2007, y obviar la vigente de 2022, he encontrado en la sentencia algunas afirmaciones de carácter histórico de las que, tras compartirlas con especialistas en la obra de Miguel Hernández, seguimos ignorando su procedencia o razón de ser, aunque las intuimos.

En el folio 13, penúltimo párrafo, la sentencia resume un documento de la demanda no contrastado con las fuentes originales del AGHD y dice lo siguiente: «Aparece asimismo la providencia firmada por el Juez, dando fe un secretario, cuya firma no es del Sr. Baena Tocón, de fecha 30 de enero de 1940, en que expresamente se delega al secretario Alférez para investigar las actividades de Miguel Hernández como Jefe de prensa en la Dirección General de Seguridad».

Esta documentación la presenta el demandante y la hace suya la magistrada del juzgado gaditano como prueba de las intervenciones del alférez Baena Tocón en el sumario 21001, el único que la jurista maneja en la sentencia para establecer las funciones del secretario judicial y rebatir mis «extralimitaciones» al respecto basadas en el análisis de más de cien sumarios del AGHD. 

Consultada la edición facsímil del consejo de guerra de Miguel Hernández que publiqué con el Ministerio de Defensa y la Universidad de Alicante en 2022, encontramos que con esa fecha del 30 de enero de 1940 solo hay un documento de la Auditoría de Guerra del Ejército de Ocupación (p. 81).

Por lo tanto, nada se dice en esa fecha de una providencia, que sería sorprendente dado que Miguel Hernández ya estaba sentenciado desde el 18 de enero de 1940. Dejando al margen la incógnita acerca de la providencia, suponemos que el «secretario Alférez» al que se refiere el texto citado es el señor Baena Tocón. De ser así, se le delegaría para realizar una investigación, circunstancia que prueba la multiplicidad de facetas desempeñadas al margen de las estrictamente propias de un secretario. Hay otras muchas pruebas en este sentido en mis libros, pero los mismos -salvo en el caso de Nos vemos en Chicote- quedaron al margen del juicio por intromisión en el honor del alférez Baena Tocón.

El objeto de la investigación derivada de la supuesta providencia es sorprendente: «las actividades de Miguel Hernández como Jefe de prensa en la Dirección General de Seguridad». La fecha del destino queda sin especificar, pero lo llamativo es que el secretario de un juzgado instructor investigue las actividades de un condenado a muerte. En cualquier caso, debiera ser antes de condenarle y durante la fase de instrucción. 

Tampoco parece tener sentido pensar que, poco después de dictarse la sentencia que le condenó a muerte, el poeta estuviera destinado en la Dirección General de Seguridad como destacado órgano de la represión franquista. Resulta absurdo imaginar a Miguel Hernández esperando el «enterado de S.E.», el general Franco, mientras ejercía de «Jefe de prensa en la Dirección General de Seguridad».

Llegados a este punto, ¿qué podemos deducir del sorprendente párrafo de la sentencia? La fecha no corresponde con una providencia, la misma carece de sentido en ese momento procesal y, por último, resulta absurdo vincular al poeta con esa labor en la Dirección General de Seguridad. Mis consultas a varios compañeros confirman este último punto.

Por lo tanto, y salvo que medie una explicación por parte del demandante y la magistrada que ha redactado la sentencia, nos encontramos ante datos probablemente erróneos que no solo dan cuenta de una circunstancia carente de sentido, sino que también podrían constituir una grave ofensa para la memoria del poeta recientemente reconocido como víctima del franquismo. El Miguel Hernández condenado a muerte nada tenía que ver con la Dirección General de Seguridad ni jamás ejerció de jefe de prensa en la misma.

Este párrafo tan sorprendente se encuentra en una sentencia donde se me condena por haber «plagado» un «estudio» no concretado con «afirmaciones excesivamente sensacionalistas o inexactas en relación con el contexto social derivado de la guerra civil y la posguerra y la figura del Sr. Baena Tocón» (fol. 17). Las mismas, según la magistrada, han supuesto una intromisión en el honor del alférez que, probablemente, debía investigar tan singular e improbable destino del poeta. 

Por cierto el destinado como jefe de prensa en la Dirección General de Seguridad durante la etapa republicana y luego investigado como tal para su posterior condena a muerte era el escritor Diego San José, cuya presencia en el sumario 21001 de Miguel Hernández es nula, salvo que alguien con pretensiones de historiador haga fotocopias de ambos sumarios, las mezcle y no utilice fuentes fiables.

Por supuesto, si los responsables de esta probable tergiversación de una documentación presentada en una demanda judicial y recogida en la sentencia me demuestran mi equivocación, estoy dispuesto a reconocer el error porque el trabajo del historiador supone una continua rectificación a la luz de nuevos testimonios y documentos.

Pd. En la misma sentencia del juzgado gaditano, folio 19, se ampara como víctima de la Guerra Civil al alférez Baena Tocón de acuerdo con la Ley 52/2007. Dicha ley quedó derogada por la disposición derogatoria única de la Ley 20/2022, art. 2, apartado a. Esta última, en su art. 3, habla de las víctimas como el alférez, pero también en sus artículos 4 y 5 del carácter ilegal e ilegítimo de los órganos represivos donde actuó el secretario judicial.

Salvo error por mi parte, no cabe en una sentencia judicial aducir una ley derogada y obviar otra vigente, que a tenor de lo desarrollado en los dos últimos artículos citados tiene una incidencia decisiva en el sentido de la propia sentencia. La valoración de esta actuación judicial no me compete, a diferencia de mi defensa contra quien me condena por una mala práctica profesional siendo un docente con seis tramos de investigación reconocidos por la CNEAI que, tras publicar cuarenta libros, está a punto de jubilarse como catedrático emérito de su universidad.

Incluyo a continuación la entrevista concedida a la Cadena SER:

https://cadenaser.com/comunitat-valenciana/2025/03/13/rios-carratala-si-no-recurro-la-sentencia-se-conseguira-acabar-con-la-investigacion-en-este-pais-y-habra-triunfado-la-censura-radio-alicante/