A lo largo de esta semana he leído, de forma casi compulsiva, la magnífica novela de Antonio Iturbe, que propicia la reflexión sobre muchos temas donde conviene pararse a observar sin las prisas de lo cotidiano o noticioso. Su historia va mucho más allá de la Barceloneta, un barrio que en lo fundamental podemos encontrar en cualquier de nuestras ciudades, y de la generación del propio autor, aquellos chavales ahora cincuentones que debutaron con la EGB porque se libraron de la enseñanza primaria del franquismo padecida por sus hermanos mayores. La playa infinita nos muestra los errores de la nostalgia al tiempo que subraya la necesidad de la memoria personal y colectiva, una idea que atraviesa todos mis libros sobre la cultura franquista y de la Transición. Antonio Iturbe, qué duda cabe, lo sabe explicar mejor que yo en una novela ajena a la banalidad predominante en tantos ámbitos de la cultura del espectáculo y hasta en la literaria.
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