viernes, 17 de enero de 2025

El fusilamiento del maestro y poeta Jesús Menchén (1912-1939)


 Foto publicada en el reportaje «La incautación de Valderachas», El Pueblo Manchego, 11-VIII-1936 y depositada en el sumario 1273 del AGHD

El historiador siempre debe guardar una cierta distancia con respecto a lo reconstruido a partir de diferentes fuentes. La precaución es necesaria para no verse implicado y perder la objetividad, que ninguna relación guarda con la equidistancia y la indiferencia. La práctica de los años ayuda en este sentido, así como una retina encallecida cuando dedicamos cursos enteros al estudio de un tema tan duro como es la represión.

Hace doce años, a raíz de un encuentro con la familia de Diego San José, empecé a consultar sumarios de consejos de guerra instruidos durante el período 1939-1945. Desde entonces son unos cien los analizados y muchos más los leídos por distintos motivos. Las sorpresas abundan, incluso algunas resultan alentadoras por la solidaridad de quienes procuraron una reconciliación en unos tiempos donde solo había vencedores y vencidos. No obstante, la mayoría de las veces lo visto nos remite al odio, la venganza, la delación, la mentira, el deseo de aniquilar al enemigo… En definitiva, una violencia subrayada en un contexto de mediocridad, arbitrariedad e injusticia.

A pesar de esa retina encallecida, resulta inevitable sentir emoción al exhumar documentos olvidados durante décadas. Así me ha sucedido cuando he consultado el sumario 1273 del AGHD, cuyo encausado fue el maestro, poeta y activista Jesús Menchén Manzanares (1912-1939), que murió fusilado cuando apenas había cumplido veintisiete años.

Tiempo habrá de analizar en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores lo sucedido durante la instrucción del sumario. El juez y su secretario solo atendieron las denuncias de quienes pretendían acabar con el maestro de Villamayor de Calatrava, un pueblecito de Ciudad Real. Le atribuyeron todos los males imaginables y, al final, consiguieron su objetivo presidido por el odio y el rencor sin que el joven poeta que colaboraba en El Pueblo Manchego tuviera la oportunidad de defenderse.

A estas alturas ya he visto muchas situaciones similares, pero pocas veces he comprobado como en este sumario los límites del odio vengativo entre quienes denuncian y la arbitrariedad de quien, supuestamente, imparte justicia. Así lo estudiaremos en el futuro capítulo. Ahora solo cabe apuntar la existencia de dos cartas conmovedoras a la búsqueda de mantener vivo a un joven cuyo único delito probado había sido compartir los ideales de los republicanos de izquierdas.

La primera carta la firma Matea Manzanares el 8 de junio de 1939. La madre del condenado a muerte protagoniza un desesperado intento de salvar a su único hijo, a quien llega a presentar como «anormal» por antecedentes familiares para buscar la compasión de los militares. Jesús Menchén, Roger de Flor, nunca tuvo problemas mentales más allá del entusiasmo juvenil con que compartió unos ideales, pero la madre solo pretende que la ejecución no tenga lugar y que, tras sufrir una condena admitida como inevitable, tenga la oportunidad de rehacer su vida:

Todavía pienso que la vida, la inteligencia y la juventud de mi pobre hijo, rehechas y reeducadas por una saludable pena medicinal, todo lo larga y aflictiva que se quiera, podrían ser de más utilidad a la España grande y gloriosa que renace al influjo salvador del providencial Caudillo, que aniquiladas por un castigo definitivo e irreparable, que mata la vida y con ella toda la esperanza.

El «providencia Caudillo» no lo pensó así y el 6 de octubre de 1939 firmó el enterado, que fue el preámbulo de la ejecución en la madrugada del 30 de ese mes con tantos muertos.

Jesús Menchén quedó huérfano de padre y se crio en compañía de su tío José Jiménez Manzanares, deán de la catedral de Ciudad Real. El también historiador de las barbaridades cometidas con los religiosos de esa provincia durante la guerra salvó la vida gracias, entre otros, a su sobrino. Agradecido y cristiano, el 23 de mayo de 1939 se dirige al tribunal militar suplicando la conmutación de la pena de muerte. Ni siquiera le contestaron y, desde luego, su carta fue ignorada en una sentencia con notables inexactitudes.

El resultado fue trágico. El joven maestro y poeta, que había lamentado en la prensa lo sucedido a García Lorca, corrió su misma suerte, aunque con el cinismo de un sumarísimo donde desde el primer documento se intuye el desenlace. La comparación de la poesía de Roger de Flor, tan circunstancial, y la lorquiana es un absurdo. Así cabe admitirlo. No obstante, el destino trágico los igualó en una España negra e intolerante. Al menos, procuraré que Jesús Menchén sea recordado como víctima de una barbarie siempre rechazable, pero que en ocasiones como la del joven maestro conmueve por lo radicalmente injusta y bestial.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario