El historiador siempre
debe guardar una cierta distancia con respecto a lo reconstruido a partir de
diferentes fuentes. La precaución es necesaria para no verse implicado y perder
la objetividad, que ninguna relación guarda con la equidistancia y la
indiferencia. La práctica de los años ayuda en este sentido, así como una
retina encallecida cuando dedicamos cursos enteros al estudio de un tema tan
duro como es la represión.
Hace doce años, a raíz de
un encuentro con la familia de Diego San José, empecé a consultar sumarios de
consejos de guerra instruidos durante el período 1939-1945. Desde entonces son unos
cien los analizados y muchos más los leídos por distintos motivos. Las
sorpresas abundan, incluso algunas resultan alentadoras por la solidaridad de
quienes procuraron una reconciliación en unos tiempos donde solo había
vencedores y vencidos. No obstante, la mayoría de las veces lo visto nos remite
al odio, la venganza, la delación, la mentira, el deseo de aniquilar al
enemigo… En definitiva, una violencia subrayada en un contexto de mediocridad,
arbitrariedad e injusticia.
A pesar de esa retina
encallecida, resulta inevitable sentir emoción al exhumar documentos
olvidados durante décadas. Así me ha sucedido cuando he consultado el sumario
1273 del AGHD, cuyo encausado fue el maestro, poeta y activista Jesús Menchén
Manzanares (1912-1939), que murió fusilado cuando apenas había cumplido
veintisiete años.
Tiempo habrá de analizar
en el tercer volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de
periodistas y escritores lo sucedido durante la instrucción del sumario. El
juez y su secretario solo atendieron las denuncias de quienes pretendían acabar
con el maestro de Villamayor de Calatrava, un pueblecito de Ciudad Real. Le
atribuyeron todos los males imaginables y, al final, consiguieron su objetivo
presidido por el odio y el rencor sin que el joven poeta que colaboraba en El
Pueblo Manchego tuviera la oportunidad de defenderse.
A estas alturas ya he
visto muchas situaciones similares, pero pocas veces he comprobado como en este
sumario los límites del odio vengativo entre quienes denuncian y la
arbitrariedad de quien, supuestamente, imparte justicia. Así lo estudiaremos en
el futuro capítulo. Ahora solo cabe apuntar la existencia de dos cartas
conmovedoras a la búsqueda de mantener vivo a un joven cuyo único delito
probado había sido compartir los ideales de los republicanos de izquierdas.
La primera carta la firma
Matea Manzanares el 8 de junio de 1939. La madre del condenado a muerte
protagoniza un desesperado intento de salvar a su único hijo, a quien llega a
presentar como «anormal» por antecedentes familiares para buscar la compasión de
los militares. Jesús Menchén, Roger de Flor, nunca tuvo problemas
mentales más allá del entusiasmo juvenil con que compartió unos ideales, pero
la madre solo pretende que la ejecución no tenga lugar y que, tras sufrir una
condena admitida como inevitable, tenga la oportunidad de rehacer su vida:
Todavía
pienso que la vida, la inteligencia y la juventud de mi pobre hijo, rehechas y
reeducadas por una saludable pena medicinal, todo lo larga y aflictiva que se
quiera, podrían ser de más utilidad a la España grande y gloriosa que renace al
influjo salvador del providencial Caudillo, que aniquiladas por un castigo
definitivo e irreparable, que mata la vida y con ella toda la esperanza.
El «providencia Caudillo»
no lo pensó así y el 6 de octubre de 1939 firmó el enterado, que fue el
preámbulo de la ejecución en la madrugada del 30 de ese mes con tantos muertos.
Jesús Menchén quedó
huérfano de padre y se crio en compañía de su tío José Jiménez Manzanares, deán
de la catedral de Ciudad Real. El también historiador de las barbaridades
cometidas con los religiosos de esa provincia durante la guerra salvó la vida
gracias, entre otros, a su sobrino. Agradecido y cristiano, el 23 de mayo de
1939 se dirige al tribunal militar suplicando la conmutación de la pena de
muerte. Ni siquiera le contestaron y, desde luego, su carta fue ignorada en una
sentencia con notables inexactitudes.
El resultado fue trágico.
El joven maestro y poeta, que había lamentado en la prensa lo sucedido a García
Lorca, corrió su misma suerte, aunque con el cinismo de un sumarísimo donde
desde el primer documento se intuye el desenlace. La comparación de la poesía
de Roger de Flor, tan circunstancial, y la lorquiana es un absurdo. Así cabe
admitirlo. No obstante, el destino trágico los igualó en una España negra e
intolerante. Al menos, procuraré que Jesús Menchén sea recordado como víctima
de una barbarie siempre rechazable, pero que en ocasiones como la del joven
maestro conmueve por lo radicalmente injusta y bestial.
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