William Shakespeare,
aparte de ser un clásico imprescindible, es un riguroso coetáneo del teatro que
estudiamos en nuestra asignatura dedicada al Siglo de Oro. La coincidencia
cronológica con Lope de Vega se extiende a unas concepciones de la autoría
teatral que, no siendo coincidentes, tampoco son lejanas y hasta permiten
hablar en ocasiones de «un aire de familia» común entre ambas trayectorias
creativas.
A diferencia de lo que ha
sucedido con Lope de Vega o Calderón de la Barca, el cine ha utilizado a menudo
los textos de William Shakespeare para llevar a cabo adaptaciones
cinematográficas. Son muchas las destacadas entre una amplia filmografía, pero
si hemos elegido Much Ado About Nothing (1993), de Kenneth Branagh, para
la primera proyección del curso es por cuatro razones fundamentalmente:
1)
La comedia original de William
Shakespeare, escrita entre 1598-1599, nos habla del amor y el daño que los
malentendidos o la traición pueden causar. Ambos temas, especialmente el
primero, lo encontraremos como una constante en la producción de Lope de Vega,
que también cantó con verdadero entusiasmo lírico las excelencias de un
sentimiento que conoció a la perfección.
El teatro español del
Siglo de Oro es heterogéneo porque sus propuestas son tan numerosas como
diferenciadas. No obstante, si pensamos en las mismas, al menos en una
selección de ellas con la categoría de verdaderos clásicos, encontramos la
oportunidad de verlas cercanas, capaces de interesarnos desde nuestra
perspectiva contemporánea y, sobre todo, de hacernos disfrutar como
espectadores.
Este objetivo, el
disfrute gracias al teatro clásico, va a ser una constante de la asignatura. Para
tenerlo presente desde el principio, la película de Kenneth Branagh es un generoso
anticipo de ese disfrute. En esta ocasión, lo alcanzamos gracias a unas escenas
repletas de belleza, alegría y vitalidad cuyo elemento común es la exaltación
de un amor elevado a la categoría de ideal y, por lo tanto, idealizado.
Así lo reconocemos, pero
lo aceptamos con agrado porque no se trata de un teatro realista con voluntad
de documentar experiencias concretas y lo mostrado en la escena o la pantalla se
convierte en una referencia motivadora que responde al movere estudiado
en el tema I de los apuntes. Si salimos de la proyección con una sonrisa y un
buen recuerdo, con el deseo de acercarnos a esa experiencia ideal del amor, ya
hemos empezado a comprender lo mejor que nos puede aportar el conocimiento del
teatro del Siglo de Oro.
El director no solo
contaba con una trayectoria cinematográfica dedicada a adaptar obras de
Shakespeare, sino que también, desde temprana edad y como actor, las había
interpretado en los escenarios formando parte de importantes compañías. Sus
conocimientos acerca de esta obra eran evidentes. Gracias a los mismos,
consigue un objetivo aparentemente contradictorio: la adaptación es respetuosa
con el texto original, las alteraciones son las mínimas, y consigue que veamos
la película como algo cercano. Por lo tanto, la adaptación actualizada para un
público mayoritario no implica una alteración sustancial del original, sino un
conocimiento profundo de sus posibilidades para mantenerse como clásica en el
momento presente.
En clase hemos insistido
en que el teatro del temario no responde a una voluntad documental con respecto
a las coordenadas espacio-temporales. La película es un ejemplo que se repetirá
en las dos que veremos a continuación. La acción del drama tiene lugar en
Sicilia, pero el rodaje se hizo en la Toscana para buscar una ambientación más
agradable que fuera acorde con la temática. Lo sabemos por haberlo consultado,
pero para la mayor parte del público solo es un lugar ideal para enmarcar las
peripecias amorosas con final feliz. En cuanto al tiempo, también es de
imposible fijación a partir de lo visto en la película. La obra es de finales del
siglo XVI, la acción se desarrolla en el XV, pero viendo el vestuario, por
ejemplo, nos encontramos ante un tiempo indeterminado que, al final, solo acaba
siendo el de la ficción.
La película está basada
en una obra teatral. Se percibe desde el principio. Lo observamos, por ejemplo,
en la estructura del guion a partir de las escenas teatrales. El director las
respeta y cualquier espectador podría establecer el principio y el final de las
mismas. Lo sorprendente es que esta circunstancia no lastra el ritmo
cinematográfico. Así se rebate un prejuicio habitual cuando hablamos de
adaptaciones de obras teatrales. En última instancia, no hay “un ritmo
cinematográfico”, sino distintas posibilidades de alcanzarlo, entre las cuales
está el respeto de la estructura teatral.
Al igual que en tantas
obras de Lope, el tema es una celebración o exaltación del amor, necesariamente
heterosexual por imperativo de la época. Lo observamos cuando se produce la
llegada de los caballeros y se establece un clima de euforia sensual como
preparativo para el amor. El punto de partida está definido desde el principio
y, sin apenas dudas, sabemos que el final será coherente con el mismo porque
nos encontramos en el marco genérico de la comedia.
Sin embargo, necesitamos
un conflicto para que haya teatro y, en este caso, cine. El obstáculo a salvar
será la intervención del personaje amargado que, casi caricaturizado como tal
desde el principio, pretende amargar a los demás. Así, traiciona a su hermano y
sus compañeros generando una situación teatral, por artificial, de
malentendidos que provocará una crisis concretada en la escena de la frustrada
boda, que supone un punto de ruptura.
Esa misma ruptura hay que
suturarla y, además, hacerlo con un ingenio que sorprenda al público. De ahí lo
de la joven supuestamente muerta, la intervención de los peculiares alguaciles
-que funcionan como los cómicos del teatro de Lope en buena medida- y la
estratagema urdida con nuestra complicidad como espectadores para llegar a la
previsible sorpresa final, cuando la novia es desvelada y “resucitada”.
La estratagema es tan
teatral como situada al borde de la verosimilitud, pero este último concepto no
lo debemos utilizar en el sentido que le damos en la realidad. Nos encontramos
en el campo de la ficción y el umbral de la verosimilitud es más flexible en
dicho ámbito. Lo importante es que sea creíble, por no ser inverosímil, y sobre
todo que nos sorprenda por el ingenio desplegado. Veremos esta constante en
diferentes obras de Lope y Calderón.
Al final, todos sonreímos
aliviados y cómplices cuando se produce la boda, que es múltiple como en tantas
comedias del Siglo de Oro. También las relaciones de parejas son múltiples a lo
largo de la obra, con el debido contraste que tanto nos recuerda el teatro de
Lope. Una pareja encarna el ideal amoroso de quienes son tan virtuosos como
bellos, de acuerdo con una equiparación donde la belleza es la expresión física
de la virtud. El problema es que, con tanta virtud y belleza, el público puede
aburrirse. Necesita el contraste con la otra pareja, algo menos bella, que
lleva a cabo un juego reiterado en el teatro de la época: el aparente desdén
para provocar el amor, que al final llega de manera inexorable como complemento
del desenlace de la pareja aparentemente central. Con una sentimos admiración y
con la otra nos divertimos. El resultado, por completo, funciona de cara al
espectador.
El baile final, que
encontrará un correlato en la adaptación de Pilar Miró, es la exaltación del
amor como celebración festiva y hedonista. Baile y música, dos elementos
frecuentes en el teatro del Siglo de Oro, se unen para esa celebración, aunque
recordemos que las canciones aparecen en escenas anteriores, como serán
frecuentes en Lope y Calderón con distintos motivos, especialmente folklóricos.
Y, sobre todo, recordemos que las representaciones en los corrales de comedia
terminaban con un fin de fiesta o baile. Aquí lo encontramos incorporado a la
adaptación, como veremos en la película de Pilar Miró, tan deudora de la
tendencia creada por el éxito de la de Branagh.
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