Las grandes cifras de las
panorámicas históricas tienen su razón de ser, pero diluyen el impacto en las
conciencias de casos concretos que, a veces, resultan más elocuentes porque es
imposible apartar la vista y obviarlos. Así sucede con el procesamiento del
escritor Antonio de Hoyos y Vinent (1884-1940), que fue detenido en Madrid cuando
había cumplido los cincuenta y seis años, era sordo desde niño y casi ciego,
aparte de sufrir otros graves problemas de salud por la malnutrición durante la
guerra. Pocos meses después falleció sin necesidad de que le ejecutaran.
El representante del
decadentismo y aristócrata de postín no ofreció la resistencia de un héroe tras
haber colaborado en la prensa del Madrid sitiado. El 12 de septiembre de 1939,
ya detenido, declaró que «fue siempre y es católico, monárquico y siempre,
siempre, español» (AGHD, 1442). Antonio de Hoyos y Vinent estaba dispuesto a
renegar de su pasado en las filas de Ángel Pestaña o a justificarlo de acuerdo
con las directrices de los vencedores, pero su intento de salvar el pellejo
resultó en vano. El juez Manuel Martínez Gargallo nunca flaqueó en las tareas
represivas.
El caos de la desbordada
jurisdicción militar de la época permite encontrar documentos sorprendentes. El
primero del sumario 1442 revela una duda a la búsqueda de una explicación. El
procesado cuenta con dos sentencias en la misma causa. El Juzgado Permanente
n.º 3 le condenó a veinte años el 30 de octubre de 1939 y el n.º 5 aumentó la
condena hasta los treinta el 20 de enero de 1940. La justificación la
encontramos en el propio sumario, pero también en el talante de quienes
trabajaban en el Juzgado Militar de Prensa.
Antonio de Hoyos y Vinent
estaba dispuesto a renegar de su pasado para que la condena fuera benévola. El
aristócrata, además, contó con numerosos avalistas que le ayudaron durante la
instrucción. El perdón parecía imposible en aquel contexto, pero el sumario
revela la intención de no cebarse con un marqués cuyo estado de salud era
lamentable. La muerte estaba cerca y, en atención a su familia de vencedores,
no merecía la pena llegar a los extremos de otros casos protagonizados por
periodistas republicanos.
El fiscal Leopoldo
Huidobro, hombre de letras, siempre optó por el tremendismo a la hora de
calificar los «hechos probados» de sus colegas. Aparte de presentarle como
«moralmente indeseable» por su condición de «invertido» y «perfectamente
izquierdista», le acusa de «snobismo» por estar al servicio del sindicalismo.
La pena de muerte fue su petición en la vista previa del 30 de octubre de 1939.
La defensa solicitó seis años porque Antonio de Hoyos y Vinent tenía «un
complejo de inferioridad» y contaba con la eximente de ser sordomudo.
El tribunal presidido por
el comandante Pablo Alfaro, el responsable de la condena a Miguel Hernández, dictó
una sentencia a veinte años por los artículos publicados siendo un noble de
«alta alcurnia» dedicado a defender «los ideales insanos del pueblo».
El auditor rechazó la
sentencia y devolvió el sumario al instructor Manuel Martínez Gargallo para que
realizara nuevas diligencias de manera que la definitiva resultara más
drástica. La tarea fue encargada al alférez Baena Tocón, que el 25 de diciembre
de 1939 celebró las Navidades firmando un informe donde subraya la «inversión
sexual» de un procesado a veces «embriagado». Lo fundamental, no obstante, es la
aportación de una entrevista de Antonio Otero Seco al marqués snob publicada el
15 de febrero de 1937 en La Voz.
La citada entrevista
agravó la situación del procesado. Aunque aparecieron nuevos testigos
dispuestos a avalarle como persona de derechas y de orden, la sentencia del
segundo tribunal fue más acorde con los deseos del auditor: treinta años por
renegar de la «alta alcurnia» y ponerse al servicio de «los ideales insanos del
pueblo».
El análisis completo del
proceso de Antonio de Hoyos y Vinent aparecerá en el tercer tomo de la trilogía
dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Sus conclusiones
desmontan las fantasías divulgadas por quienes novelan sin pisar un archivo
militar, al igual que ocurre con los casos de Álvaro Retana y Pedro Luis
Gálvez, que forman parte de Perder la guerra y la historia, cuya
publicación está prevista para el próximo mes.
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