sábado, 23 de agosto de 2025

El Biscúter, sin marcha atrás y a lo loco


 Un intrépido Biscúter en pleno adelantamiento

El abuelo Pepe fue un forofo del Hércules C.F., mi padre me llevaba a ver los partidos y hasta la adolescencia creí firmemente en el «herculanismo». El uso de la razón y la experiencia de tantas derrotas me curaron de semejante desvarío, aunque me sigue gustando el fútbol.

Por llevar la contraria, mis ídolos estaban bajo los palos. Las fotos de los guardametas luciendo sus habilidades, en especial las palomitas, me encantaban. Las veía cada semana en la Hoja del Lunes, pero llegado el verano me refugiaba en dos tomos encuadernados por mi abuelo con los ejemplares del Marca de la temporada 1954-1955.

La relectura de esas crónicas era una maravilla veraniega. El Hércules C.F. nunca descendía, que era lo suyo, sino que al final siempre ocupaba la sexta posición en la tabla clasificatoria de la 1.ª división, junto a los grandes. Lo insólito suele fascinar.

La noticia de esa machada no por sabida dejaba de sorprender y, además, consolaba a la luz de tantas temporadas enfrentándonos al Iliturgi o al Calvo Sotelo, que hasta bien mayor solo asocié con un equipo de fútbol. Del asesinado don José nada sabía por entonces.

Las hazañas blanquiazules de 1954-1955 me gustaban, pero la noticia que cada verano me asombraba estaba protagonizada por Juan Manuel Fangio, pentacampeón de Fórmula 1. El as argentino vino a España por entonces y, convenientemente retribuido tal vez, elogió las prestaciones del Biscúter, un sucedáneo de coche que se empezó a fabricar en Barcelona poco antes de esta publicidad.

Nunca imaginé a Fangio al mando de un Biscúter. La posibilidad era una paradoja, pero cada verano al repasar aquellos tomos del Marca recordaba el artilugio andante que conocí hacia 1964, cuando el vehículo fabricado en Barcelona ya había dejado paso al «600» para que fuera un símbolo de la década.

Mi padre tuvo su momento de emprendedor como tantos pluriempleados del desarrollismo. Lo comprobé años después al hojear un libro sobre la crianza en casa de pollos y conejos como fuente de riqueza. El champiñón auguraba un similar resultado. El problema, claro está, es que la teoría del manual dio paso a la práctica.

Mis mayores evocaron durante años aquella etapa del emprendedor como una pesadilla poblada de conejos y pollos. La infancia me eximió de limpiar las jaulas, pero recuerdo que cada cierto tiempo venía a casa un profesional del ramo propietario de un Biscúter.

Nadie me lo ha confirmado, pero creo que este hombre se llevaba animales con el objetivo de venderlos, era lo lógico, hasta que terminó llevándoselos todos para alivio de la familia. Mientras tanto, me asomaba a aquel artilugio andante aparcado en la puerta de la casa. Un vehículo marciano no habría despertado una mayor curiosidad.

El Biscúter carecía de marcha atrás, y casi de todo lo propio de un verdadero coche. Cuando el pollero llegaba, la chiquillería se arremolinaba porque, al cabo de unos minutos, el propietario requería ayuda: había que dar la vuelta al vehículo a pulso. El artefacto pesaba 240 kilos y, entre adulos y chiquillos, el solidario acto era motivo de sonrisas y distracción.



Demostración práctica de la marcha atrás

El Biscúter llegó a incorporar la marcha atrás con el paso del tiempo, aunque se bloqueaba con facilidad dando pie a anécdotas divertidas. La publicidad de Fangio no lo redimió y su imagen quedó como una prueba del quiero y no puedo de unos años cincuenta que acabaron en la bancarrota nacional cuando nací. A partir de 1958 todo mejoró, pero Laureano López Rodó nunca tuvo en cuenta mi contribución.



En mi calle no hubo fotógrafo, pero César Gijón en su muro de Facebook (31-I-2023) colgó una foto que me resulta familiar hasta el último detalle.

La mentalidad de los pioneros y emprendedores por pura supervivencia, sin embargo, quedó vigente y sería fundamental para el desarrollismo de los sesenta. A veces con fundamento empresarial y en otras ocasiones concretada en historias donde la ciencia y la picaresca mantenían una relación equívoca.

Los XXV años de Paz se celebraron en 1964. La efeméride tuvo una omnipresente vertiente oficial para dar paso a una nueva etapa de la dictadura. La estudié en algunas de sus manifestaciones curiosas, pero dediqué un libro -Petróleo, monjas y poetas (2021)- a las otras caras del año en que supe del Biscúter.

Una de esas historias fue la del inventor -español, claro está- del motor de agua. La reconstruí con la ayuda de la familia del pionero que iba a hacer temblar a la industria petrolífera. La experiencia fue agradable por el cariño de una hermana y la simpatía de una nieta, pero a ambas nunca les confesé el origen de mi interés: el invento de aquel motor me recordaba los tiempos del Biscúter y a mi padre, junto a la chiquillería, dándole la vuelta a falta de marcha atrás. Así era aquella España en blanco y negro, aunque los historiadores se empeñen en hablar de otras cuestiones que pocos habrán incorporado a una memoria revitalizada cada verano.


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