Agosto es un calvario
para los periodistas que permanecen en sus puestos. Cerrados por vacaciones los
innumerables gabinetes de prensa y ausentes los protagonistas habituales, estos
profesionales ya poco acostumbrados a pisar la calle andan a la búsqueda de
noticias capaces de aligerar el sopor del lector.
La indigencia agudiza el
ingenio. Ante este panorama, cada verano algún meritorio de las redacciones resucita la historia
del sempiterno alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza, dirigiéndose a El Pardo en
Vespa para que Franco autorizara el bikini en las playas de una
localidad pionera del turismo.
La historia es tan genial
como falsa. La desmenucé en De mentiras y franquistas (2020: pp. 73-122)
y la tesis doctoral de mi amigo Carlos Salinas ha corroborado la falsedad de un relato inocuo y divertido al servicio de la promoción de Benidorm. La ingeniosa patraña merece un recuerdo, y
hasta una sonrisa, pero nunca como «noticia».
Algunos periodistas
parecen recordar The Man Who Shot Liberty Valance (1962), de John
Ford, donde un colega suyo, conocedor del origen de la leyenda del senador
Ranson Stoddard, afirma «When the legend becomes fact, print the legend!». La
frase también sirve para fronteras alejadas del Oeste.
Así, cada verano algún periodista publica lo fundamental de la historia sin entrar en detalles ni reparar en su
inverosimilitud. El periodismo de investigación casi ha pasado a la historia y,
dados los calores de agosto junto con la escasa remuneración por un artículo, no
cabe exigir lo verificado. La patraña sigue su curso con la certeza de que
nadie a la búsqueda de una historia curiosa y divertida consultará a un catedrático.
Los historiadores somos
unos aguafiestas para la memoria basada en los relatos que han calado en el
imaginario colectivo. Entre los mismos y «la verdad histórica», el lectorado
prefiere los primeros, sobre todo en agosto. Al menos, y a diferencia de otras
mentiras menos ingeniosas, en esta ocasión nadie sale perjudicado y cabe recordar a Pedro Zaragoza como un publicista de categoría. Sus iniciativas en este sentido marcaron una época de expansión para Benidorm.
A riesgo de volver a ser
demandado como defensor de la mentira, en mis libros he agradecido la labor de los
periodistas capaces de hacerme sonreír con estrafalarias patrañas. En Un
franquismo con franquistas (2019: pp. 336-355), por ejemplo, recordé una noticia
publicada en mayo de 1962: Mao Tsé Tung estuvo en Alicante durante la Guerra Civil.
La fuente de la patraña
fue un limpiabotas que conoció por entonces a un hombre con rasgos
achinados. El periodista, con la seguridad del fabulador, lo
identificó con Mao y añadió el resto hasta publicar un texto tan delirante como
divertido. Consultado un amigo que conoció al responsable de la exclusiva, me
confirmó que en las charlas de redacción esa historia del líder comunista
incluyó detalles dignos de una placa conmemorativa.
Las noticias tan absurdas
como curiosas son tentadoras. Así lo debió pensar Torcuato Luca de Tena,
director de ABC, cuando el 23 de septiembre de 1953 prescindió de la censura previa para
publicar que Lavrenti Beria, la mano derecha de Stalin, estaba en Málaga tras
el fallecimiento del dictador soviético.
El bulo le costó el cese
fulminante. No por su falsedad, sino por haber comprometido la política
exterior del franquismo. El suceso cuenta con bibliografía y apenas merece la
pena insistir en el tema.
No obstante, la historia
oral me permitió conocer que por entonces en las redacciones de Alicante circuló
el rumor de que Beria había sido visto paseando por la Explanada. Tras saltar
en paracaídas en La Mancha no se encaminó a Málaga, como publicó ABC, sino
a la más cercana capital levantina, donde disfrutó del sol y la luz de «la casa
de la primavera».
Nadie rebatió la
exclusiva. Entre otras razones, porque en 1953 ningún español había visto una
foto de Beria y el asesino cincuentón podía pasear como un alicantino
cualquiera. El problema era que, conocido el cese de don Cayetano, no convenía
atreverse a condicionar la política exterior del régimen.
Mao no hizo la guerra en
Alicante. Ni siquiera el amor, como afirmaba la noticia recordando el atractivo
de las alicantinas y la paella para el líder chino. Beria acabó fusilado sin
disfrutar de un paseo por la Explanada. Así de aburrida es la historia, pero el
imaginario colectivo también forma parte de nuestra realidad, aunque se
alimente de dislates veraniegos a falta de noticias.
De hecho, cuando hablo
con amigos periodistas, les cuento estas y otras historias curiosas a la
espera de que en agosto aparezcan como «noticias». Al menos, la probable
sonrisa de los lectores avisados sustituiría al odio alentado por tantos bulos
acerca de la actualidad.
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