sábado, 16 de agosto de 2025

El bikini pionero


 Brigitte Bardot a la espera de que Franco autorizara el bikini

Agosto es un calvario para los periodistas que permanecen en sus puestos. Cerrados por vacaciones los innumerables gabinetes de prensa y ausentes los protagonistas habituales, estos profesionales ya poco acostumbrados a pisar la calle andan a la búsqueda de noticias capaces de aligerar el sopor del lector.

La indigencia agudiza el ingenio. Ante este panorama, cada verano algún meritorio de las redacciones resucita la historia del sempiterno alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza, dirigiéndose a El Pardo en Vespa para que Franco autorizara el bikini en las playas de una localidad pionera del turismo.

La historia es tan genial como falsa. La desmenucé en De mentiras y franquistas (2020: pp. 73-122) y la tesis doctoral de mi amigo Carlos Salinas ha corroborado la falsedad de un relato inocuo y divertido al servicio de la promoción de Benidorm. La ingeniosa patraña merece un recuerdo, y hasta una sonrisa, pero nunca como «noticia».

Algunos periodistas parecen recordar The Man Who Shot Liberty Valance (1962), de John Ford, donde un colega suyo, conocedor del origen de la leyenda del senador Ranson Stoddard, afirma «When the legend becomes fact, print the legend!». La frase también sirve para fronteras alejadas del Oeste.

Así, cada verano algún periodista publica lo fundamental de la historia sin entrar en detalles ni reparar en su inverosimilitud. El periodismo de investigación casi ha pasado a la historia y, dados los calores de agosto junto con la escasa remuneración por un artículo, no cabe exigir lo verificado. La patraña sigue su curso con la certeza de que nadie a la búsqueda de una historia curiosa y divertida consultará a un catedrático.

Los historiadores somos unos aguafiestas para la memoria basada en los relatos que han calado en el imaginario colectivo. Entre los mismos y «la verdad histórica», el lectorado prefiere los primeros, sobre todo en agosto. Al menos, y a diferencia de otras mentiras menos ingeniosas, en esta ocasión nadie sale perjudicado y cabe recordar a Pedro Zaragoza como un publicista de categoría. Sus iniciativas en este sentido marcaron una época de expansión para Benidorm.

A riesgo de volver a ser demandado como defensor de la mentira, en mis libros he agradecido la labor de los periodistas capaces de hacerme sonreír con estrafalarias patrañas. En Un franquismo con franquistas (2019: pp. 336-355), por ejemplo, recordé una noticia publicada en mayo de 1962: Mao Tsé Tung estuvo en Alicante durante la Guerra Civil.

La fuente de la patraña fue un limpiabotas que conoció por entonces a un hombre con rasgos achinados. El periodista, con la seguridad del fabulador, lo identificó con Mao y añadió el resto hasta publicar un texto tan delirante como divertido. Consultado un amigo que conoció al responsable de la exclusiva, me confirmó que en las charlas de redacción esa historia del líder comunista incluyó detalles dignos de una placa conmemorativa.



Chino camuflado (véase círculo rojo), que bien pudo ser Mao,  dispuesto a disfrutar de la paella alicantina. Fuente: Photoshop y Google.

Las noticias tan absurdas como curiosas son tentadoras. Así lo debió pensar Torcuato Luca de Tena, director de ABC, cuando el 23 de septiembre de 1953 prescindió de la censura previa para publicar que Lavrenti Beria, la mano derecha de Stalin, estaba en Málaga tras el fallecimiento del dictador soviético.

El bulo le costó el cese fulminante. No por su falsedad, sino por haber comprometido la política exterior del franquismo. El suceso cuenta con bibliografía y apenas merece la pena insistir en el tema.

No obstante, la historia oral me permitió conocer que por entonces en las redacciones de Alicante circuló el rumor de que Beria había sido visto paseando por la Explanada. Tras saltar en paracaídas en La Mancha no se encaminó a Málaga, como publicó ABC, sino a la más cercana capital levantina, donde disfrutó del sol y la luz de «la casa de la primavera».

Nadie rebatió la exclusiva. Entre otras razones, porque en 1953 ningún español había visto una foto de Beria y el asesino cincuentón podía pasear como un alicantino cualquiera. El problema era que, conocido el cese de don Cayetano, no convenía atreverse a condicionar la política exterior del régimen.

Mao no hizo la guerra en Alicante. Ni siquiera el amor, como afirmaba la noticia recordando el atractivo de las alicantinas y la paella para el líder chino. Beria acabó fusilado sin disfrutar de un paseo por la Explanada. Así de aburrida es la historia, pero el imaginario colectivo también forma parte de nuestra realidad, aunque se alimente de dislates veraniegos a falta de noticias.

De hecho, cuando hablo con amigos periodistas, les cuento estas y otras historias curiosas a la espera de que en agosto aparezcan como «noticias». Al menos, la probable sonrisa de los lectores avisados sustituiría al odio alentado por tantos bulos acerca de la actualidad.

 


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