miércoles, 3 de enero de 2024

Una caricatura inédita de Ramón Puyol


 

El dibujante, ilustrador y caricaturista gaditano Ramón Puyol es uno de los protagonistas del primer volumen de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores (1939-1945). Su detención en Madrid y posterior proceso merecerían los honores de una novela por la presencia de una serie de circunstancias rocambolescas, donde encontramos a falangistas dispuestos a vender documentación falsa, una hermana de Imperio Argentina con una singular trayectoria y un sumario cuyas declaraciones son documentos poco fiables. Al mismo tiempo, he debido desmentir bulos que circulan por Internet acerca del artista comunista, que disfrutó durante la década de los treinta de una notable popularidad.

Gracias a Susana y Sandra, dos nietas de Santiago de la Cruz Touchard, he tenido acceso al álbum familiar de quien fuera periodista republicano y condenado a muerte. En el mismo se encuentra esta inédita caricatura firmada por Ramón Puyol en la Valencia de 1937 y dedicada «al camarada Santiago de la Cruz». Ambos coincidieron en la redacción de Mundo Obrero y el caricaturista subraya de una forma tan ingeniosa como simpática que su compañero era un oficial de Caballería por entonces.

Ramón Puyol y su camarada vivían en 1937 momentos preocupantes, pero con la ilusión de la victoria. Llegada la derrota, ambos compartieron otros dominados por las cárceles y la represión, aunque el primero nunca dejó de dibujar -incluso como actividad que le permitía redimir parte de la condena- y el segundo jamás perdió el humor. A falta de la guitarra y la pajarita que tanto le singularizaban en las fotos, en la prisión de Las Palmas tuvo ánimos para modelar unas figurillas realizadas con huesos de pollo. Todavía las conserva la familia como parte de una herencia que ahora se está incrementando con la preparación del segundo volumen de Las armas contra las letras.


En el mismo álbum se encuentra esta otra caricatura dibujada durante la guerra y dedicada al propio Santiago de la Cruz, según se puede ver en el trazo ensortijado del pelo. Por desgracia, no he conseguido identificar al autor por lo borroso de la firma.

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