Foto: Antonio Buero Vallejo. Fuente: Wikipedia
El pasado no existe. Los
historiadores se limitan a buscar, seleccionar e interpretar evidencias de un
tiempo remoto para construir un relato lo más verídico posible acerca del
pasado. La tarea debe ser colectiva, precisa del contraste de perspectivas en
un permanente debate y, por supuesto, las conclusiones están sujetas a una posible
revisión.
El inexistente pasado
condiciona y hasta determina el presente. La paradoja nos remite a una
evidencia: todos somos deudores del pasado, aunque no seamos conscientes del
mismo. A menudo, escuchamos que numerosas claves del presente las encontramos
en el origen de las circunstancias que determinan la actualidad. Es cierto,
pero la búsqueda de esas claves requiere curiosidad intelectual, afán de
conocimiento y la ayuda de quienes la han emprendido antes que nosotros.
El teatro, al igual que
cualquier manifestación creativa, puede colaborar en esa búsqueda. Lo
representado en un escenario siempre forma parte del presente, con
independencia de la fecha en que fue escrita la obra. No obstante, desde ese
presente podemos trasladarnos a un tiempo cuyo relato, o recreación dramática,
descubre orígenes, subraya lo vigente y clarifica las circunstancias.
Aprendemos, en definitiva, a entender el pasado y, gracias a este objetivo,
conocemos mejor un presente si le dotamos de una dimensión histórica.
Antonio Buero Vallejo
protagonizó una trayectoria teatral bajo la censura del franquismo. Condenado a
muerte por la dictadura, hasta su etapa final nunca disfrutó de la libertad de
expresión y tuvo problemas para sacar adelante sus obras. Estas circunstancias
le llevaron durante un período a desechar la posibilidad de escribir sobre el
presente de una España franquista con la que estaba en desacuerdo. La
alternativa, fructífera en su caso, fue remitirse a personajes y situaciones
del pasado nacional a la búsqueda de los conflictos que le interesaban y veía
vigentes en su propia época.
Un soñador para un pueblo
(1958)
es un ejemplo de ese teatro histórico, que fue impulsado por la censura, pero
pronto se convirtió en una alternativa de indudable interés. Antonio Buero
Vallejo realizó un trabajo concienzudo para recopilar información acerca del
período abordado y sus protagonistas. Hizo de historiador hasta el punto de
suplir las carencias de la historiografía española en su época. Y, a partir del
conocimiento bien fundamentado, creó una obra con la libertad de la ficción,
pero ligada estrechamente a una realidad histórica.
El Madrid de 1765, el del
Motín de Esquilache, es el momento histórico seleccionado. En esas fechas
confluyen y se enfrentan las grandes corrientes que marcan el devenir de la
España de la segunda mitad del siglo XVIII, donde la Ilustración intenta
abrirse camino frente al tradicionalismo que se rebela ante cualquier reforma o
intento de modernización. Esquilache, el ministro italiano, sintetiza ese
espíritu reformista y modernizador. La respuesta que encuentra es brutal.
Al mismo tiempo,
Esquilache es un hombre con contradicciones que también vive momentos difíciles
en lo personal. La obra lo presenta desde esa doble perspectiva: la política o
pública y la íntima. Ambas están ligadas para evitar que el protagonista solo
sea un personaje histórico desprovisto del interés humano que busca el público.
Leed la obra, contemplad
la adaptación cinematográfica de Josefina Molina, que introduce importantes
cambios, y debatid en UACloud sobre esa doble perspectiva, la humana o íntima y
la política, con que aparece un Esquilache cuyo espíritu reformista,
modernizador y racionalista podemos concretar en una serie de medidas recreadas
en el drama a partir de lo documentado históricamente por el autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario