viernes, 8 de noviembre de 2024

Teatro y cine en la España del siglo XX (5): Un soñador para un pueblo, de Antonio Buero Vallejo


 

Foto: Antonio Buero Vallejo. Fuente: Wikipedia


El pasado no existe. Los historiadores se limitan a buscar, seleccionar e interpretar evidencias de un tiempo remoto para construir un relato lo más verídico posible acerca del pasado. La tarea debe ser colectiva, precisa del contraste de perspectivas en un permanente debate y, por supuesto, las conclusiones están sujetas a una posible revisión.

El inexistente pasado condiciona y hasta determina el presente. La paradoja nos remite a una evidencia: todos somos deudores del pasado, aunque no seamos conscientes del mismo. A menudo, escuchamos que numerosas claves del presente las encontramos en el origen de las circunstancias que determinan la actualidad. Es cierto, pero la búsqueda de esas claves requiere curiosidad intelectual, afán de conocimiento y la ayuda de quienes la han emprendido antes que nosotros.

El teatro, al igual que cualquier manifestación creativa, puede colaborar en esa búsqueda. Lo representado en un escenario siempre forma parte del presente, con independencia de la fecha en que fue escrita la obra. No obstante, desde ese presente podemos trasladarnos a un tiempo cuyo relato, o recreación dramática, descubre orígenes, subraya lo vigente y clarifica las circunstancias. Aprendemos, en definitiva, a entender el pasado y, gracias a este objetivo, conocemos mejor un presente si le dotamos de una dimensión histórica.

Antonio Buero Vallejo protagonizó una trayectoria teatral bajo la censura del franquismo. Condenado a muerte por la dictadura, hasta su etapa final nunca disfrutó de la libertad de expresión y tuvo problemas para sacar adelante sus obras. Estas circunstancias le llevaron durante un período a desechar la posibilidad de escribir sobre el presente de una España franquista con la que estaba en desacuerdo. La alternativa, fructífera en su caso, fue remitirse a personajes y situaciones del pasado nacional a la búsqueda de los conflictos que le interesaban y veía vigentes en su propia época.

Un soñador para un pueblo (1958) es un ejemplo de ese teatro histórico, que fue impulsado por la censura, pero pronto se convirtió en una alternativa de indudable interés. Antonio Buero Vallejo realizó un trabajo concienzudo para recopilar información acerca del período abordado y sus protagonistas. Hizo de historiador hasta el punto de suplir las carencias de la historiografía española en su época. Y, a partir del conocimiento bien fundamentado, creó una obra con la libertad de la ficción, pero ligada estrechamente a una realidad histórica.

El Madrid de 1765, el del Motín de Esquilache, es el momento histórico seleccionado. En esas fechas confluyen y se enfrentan las grandes corrientes que marcan el devenir de la España de la segunda mitad del siglo XVIII, donde la Ilustración intenta abrirse camino frente al tradicionalismo que se rebela ante cualquier reforma o intento de modernización. Esquilache, el ministro italiano, sintetiza ese espíritu reformista y modernizador. La respuesta que encuentra es brutal.

Al mismo tiempo, Esquilache es un hombre con contradicciones que también vive momentos difíciles en lo personal. La obra lo presenta desde esa doble perspectiva: la política o pública y la íntima. Ambas están ligadas para evitar que el protagonista solo sea un personaje histórico desprovisto del interés humano que busca el público.

Leed la obra, contemplad la adaptación cinematográfica de Josefina Molina, que introduce importantes cambios, y debatid en UACloud sobre esa doble perspectiva, la humana o íntima y la política, con que aparece un Esquilache cuyo espíritu reformista, modernizador y racionalista podemos concretar en una serie de medidas recreadas en el drama a partir de lo documentado históricamente por el autor.


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