domingo, 24 de noviembre de 2024

«El enterado» de Su Excelencia


Francisco Franco. Fuente: Wikipedia

Los militares sublevados el 18 de julio de 1936 pronto fueron conscientes de los excesos cometidos en las tareas de represión durante los primeros meses de la guerra. La violencia extrema estaba prevista en las directrices establecidas por el general Mola para el golpe de Estado, pero su continuidad más allá de los primeros meses podía resultar perjudicial para los propios ejecutores por las repercusiones internacionales e, incluso, quebrantar la unidad de los sectores partidarios de la sublevación encabezada por el general Franco.

Una de las medidas adoptadas para evitar, en cierta medida, la falta de un criterio uniforme en las ejecuciones tras la celebración de los consejos de guerra fue someterlas a la consideración del Caudillo. Tras una sentencia a muerte, la misma pasaba al auditor de guerra. Una vez ratificada, el citado paralizaba su ejecución hasta recibir «el enterado» de Su Excelencia o la conmutación por una condena a treinta años, que era la inmediatamente inferior.

La espera era desesperante para los condenados, que permanecían en la cárcel ajenos durante semanas o meses a la suerte que había corrido su sentencia una vez llegada a manos del general Franco. Mucho se ha escrito sobre este macabro ritual por el que, sin mayores problemas de conciencia y con una tranquilidad propia de tareas burocráticas, el omnipotente Caudillo hacía dos montones con las sentencias: uno para los que iban a ser ejecutados y otro para los que recibirían la conmutación de su pena por la de treinta años.

El general Franco rivalizaba en poderes con la divinidad y nunca firmaba estos documentos. Tan solo separaba los dos montones a la espera de que sus ayudantes procedieran en consecuencia comunicando la suerte de los procesados a los auditores. Todos sabían que la decisión correspondía a Su Excelencia, pero nunca consta la firma del mismo y a veces ni siquiera se le cita expresamente en la documentación conservada. La discreción de quien, de hecho, decidió acerca de decenas de miles de sentencias a muerte fue total y ningún historiador ha localizado, que me conste, un documento donde la firma del Caudillo supusiera un destino en el paredón. Solo consta «el enterado», que es un eufemismo propio de la mentalidad de una dictadura hecha a imagen y semejanza del dictador.

Estos documentos apenas han sido divulgados y pocos historiadores los han visto. Al comentarlos con otros colegas y enseñarles los correspondientes sumarios, la sorpresa ha coexistido con el estupor ante el procedimiento por el que unos procesados seguían vivos y otros acababan frente a un pelotón. Conviene, pues, dar a conocer esta evidencia documental. Como ejemplos relacionados con los periodistas y escritores, reproduzco a continuación el enterado por el que Javier Bueno fue fusilado y el de Santiago de la Cruz, que consiguió salvar la vida mientras permanecía en la cárcel.


AGHD, Sumario 33582, de Javier Bueno


AGHD, Sumario 38819, de Santiago de la Cruz


 

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