Una noche del verano de
1977 me encontraba solo en casa. Mi familia veraneaba en un pueblo cercano y,
mientras trabajaba para pagarme los estudios, tenía que buscarme la vida a la
hora de solucionar los retos de la intendencia doméstica. Incluida la cena, que
preparaba con una sobriedad espartana a falta de recursos gastronómicos.
Esa noche, comprobados los
resultados de mi escasa destreza en la cocina, encendí la televisión en blanco
y negro para ver una entrega de Más allá, un programa de temas esotéricos
protagonizado por el no menos esotérico Fernando Jiménez del Oso (1941-2005),
que por entonces gozaba de una notable popularidad. Salir en aquella televisión
garantizaba millones de espectadores, aunque fueras Torrebruno o el Capitán Tan.
Los charlatanes siempre
han sido una de mis debilidades. El citado, a pesar de ejercer como psiquiatra,
en la televisión utilizaba buena parte de los recursos de este oficio tan noble
para hablarnos de platillos volantes, extraterrestres y apariciones
misteriosas. Su aspecto invitaba al susto y el tono de su voz todavía más. Esa
solitaria noche, claro está, me asustó y antes de que el movimiento de las
cortinas despertara la sospecha de una compañía imprevista, apagué la
televisión porque por entonces lo de cambiar de canal era una operación
bastante limitada.
Fernando Jiménez del Oso
mantenía las apariencias, pero los charlatanes capaces de contar, con absoluta
seriedad, los embolados más tremendos ya estaban en la monopolística pantalla
de la época. Y con todas las bendiciones de las autoridades, que controlaban
con mano férrea las emisiones por su enorme influencia entre la población.
Conviene recordarlo, ahora que tanto se habla de la proliferación de bulos como
consecuencia de la fragmentación de la oferta informativa que permite la
proliferación de quienes sustituyen a los periodistas.
La anécdota la he
recordado al ver la serie Ummo. La España alienígena (2022), de Laura
Pausa y Javier Olivera, donde Fernando Jiménez del Oso es un protagonista
destacado. Los tres capítulos tratan de un país que, desde mediados de los
sesenta, se empeñó en divisar platillos volantes y extraterrestres por todas
partes. La prensa de la época, incluida la oficialista cadena del Movimiento,
está repleta de estas noticias nunca desmentidas y publicadas con la seriedad
de lo aparecido en el BOE.
Si el turismo había
elegido España como destino preferente, nada más lógico que los extraterrestres
compartieran la búsqueda del sol, las playas, los precios baratos y la natural
simpatía de los españoles. Puestos ante tan irrefutable evidencia, lo raro era
encontrar a alguien que no hubiera tenido la experiencia del OVNI sobre su
tejado o, al menos, que no supiera de la misma a partir de un vecino, que lo
había leído en la prensa como argumento de autoridad.
Los extraterrestres se
cansaron de venir a España con la llegada de la Transición, que ya es
casualidad. Desde entonces andarán por otros lares. Tal vez porque nos hayamos
convertido en un país más normalito, aunque todavía quedan muchos ciudadanos
dispuestos a creer a los embaucadores, ahora reconvertidos gracias a la
tecnología. El fenómeno, aparte de preocupante por la divulgación de bulos,
parece novedoso. Sin embargo, dista de serlo en una España donde como en tantos
otros países hay personas dispuestas a creer lo insólito porque la realidad le
resulta aburrida o incómoda.
La citada serie me ha
recordado la existencia de tantas personas dispuestas a difundir supuestas
noticias relacionadas con los alienígenas que, ahora, al cabo de las décadas
tendrían dificultades para justificarlas. La prueba del tiempo es un excelente
criterio para valorar la credibilidad de una noticia, aunque al final nadie
pida disculpas por haber difundido una patraña. Apenas se haya detectado como
tal, los responsables habrán sacado otras nuevas para que el espectáculo no
decaiga.
Los platillos volantes
por los cielos de España fueron una moda destinada a la distracción del
personal, casi siempre harto de lidiar con la realidad. Como tal habrá que
examinarla y, sobre todo, no perder el humor a la hora de evocarla con sus
trampas y cartón. Al fin y al cabo, como bien explica Ummo, vivíamos en
la España cañí donde Los Payos en 1969 triunfaron clamorosamente con el chiri-biribi
pom pom pom dedicado a María Isabel, aquella muchacha que paseaba por la playa
tras ponerse el sombrero. El millón de discos vendidos con la pegadiza melodía remite
a un país necesitado de extraterrestres que llegaran de la mano de Fernando
Jiménez del Oso o de cualquier otro sujeto de ojos penetrantes, voz grave y
aspecto misterioso al servicio de romper la monotonía y la complejidad de la
realidad:
No hay comentarios:
Publicar un comentario