miércoles, 13 de noviembre de 2024

La España del chiri-biribi, pom-pom-pom-pom


 
Fernando Jiménez del Oso

Una noche del verano de 1977 me encontraba solo en casa. Mi familia veraneaba en un pueblo cercano y, mientras trabajaba para pagarme los estudios, tenía que buscarme la vida a la hora de solucionar los retos de la intendencia doméstica. Incluida la cena, que preparaba con una sobriedad espartana a falta de recursos gastronómicos.

Esa noche, comprobados los resultados de mi escasa destreza en la cocina, encendí la televisión en blanco y negro para ver una entrega de Más allá, un programa de temas esotéricos protagonizado por el no menos esotérico Fernando Jiménez del Oso (1941-2005), que por entonces gozaba de una notable popularidad. Salir en aquella televisión garantizaba millones de espectadores, aunque fueras Torrebruno o el Capitán Tan.

Los charlatanes siempre han sido una de mis debilidades. El citado, a pesar de ejercer como psiquiatra, en la televisión utilizaba buena parte de los recursos de este oficio tan noble para hablarnos de platillos volantes, extraterrestres y apariciones misteriosas. Su aspecto invitaba al susto y el tono de su voz todavía más. Esa solitaria noche, claro está, me asustó y antes de que el movimiento de las cortinas despertara la sospecha de una compañía imprevista, apagué la televisión porque por entonces lo de cambiar de canal era una operación bastante limitada.

Fernando Jiménez del Oso mantenía las apariencias, pero los charlatanes capaces de contar, con absoluta seriedad, los embolados más tremendos ya estaban en la monopolística pantalla de la época. Y con todas las bendiciones de las autoridades, que controlaban con mano férrea las emisiones por su enorme influencia entre la población. Conviene recordarlo, ahora que tanto se habla de la proliferación de bulos como consecuencia de la fragmentación de la oferta informativa que permite la proliferación de quienes sustituyen a los periodistas.

La anécdota la he recordado al ver la serie Ummo. La España alienígena (2022), de Laura Pausa y Javier Olivera, donde Fernando Jiménez del Oso es un protagonista destacado. Los tres capítulos tratan de un país que, desde mediados de los sesenta, se empeñó en divisar platillos volantes y extraterrestres por todas partes. La prensa de la época, incluida la oficialista cadena del Movimiento, está repleta de estas noticias nunca desmentidas y publicadas con la seriedad de lo aparecido en el BOE.

Si el turismo había elegido España como destino preferente, nada más lógico que los extraterrestres compartieran la búsqueda del sol, las playas, los precios baratos y la natural simpatía de los españoles. Puestos ante tan irrefutable evidencia, lo raro era encontrar a alguien que no hubiera tenido la experiencia del OVNI sobre su tejado o, al menos, que no supiera de la misma a partir de un vecino, que lo había leído en la prensa como argumento de autoridad.

Los extraterrestres se cansaron de venir a España con la llegada de la Transición, que ya es casualidad. Desde entonces andarán por otros lares. Tal vez porque nos hayamos convertido en un país más normalito, aunque todavía quedan muchos ciudadanos dispuestos a creer a los embaucadores, ahora reconvertidos gracias a la tecnología. El fenómeno, aparte de preocupante por la divulgación de bulos, parece novedoso. Sin embargo, dista de serlo en una España donde como en tantos otros países hay personas dispuestas a creer lo insólito porque la realidad le resulta aburrida o incómoda.

La citada serie me ha recordado la existencia de tantas personas dispuestas a difundir supuestas noticias relacionadas con los alienígenas que, ahora, al cabo de las décadas tendrían dificultades para justificarlas. La prueba del tiempo es un excelente criterio para valorar la credibilidad de una noticia, aunque al final nadie pida disculpas por haber difundido una patraña. Apenas se haya detectado como tal, los responsables habrán sacado otras nuevas para que el espectáculo no decaiga.

Los platillos volantes por los cielos de España fueron una moda destinada a la distracción del personal, casi siempre harto de lidiar con la realidad. Como tal habrá que examinarla y, sobre todo, no perder el humor a la hora de evocarla con sus trampas y cartón. Al fin y al cabo, como bien explica Ummo, vivíamos en la España cañí donde Los Payos en 1969 triunfaron clamorosamente con el chiri-biribi pom pom pom dedicado a María Isabel, aquella muchacha que paseaba por la playa tras ponerse el sombrero. El millón de discos vendidos con la pegadiza melodía remite a un país necesitado de extraterrestres que llegaran de la mano de Fernando Jiménez del Oso o de cualquier otro sujeto de ojos penetrantes, voz grave y aspecto misterioso al servicio de romper la monotonía y la complejidad de la realidad:


 


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