Allá por septiembre de
1983, si no recuerdo mal, conocí a un colega con un afán. Años después supe que
el rasgo era propio de los personajes de Luis Landero, el creador de tantos
tipos entrañables. Antes de disfrutar con ellos, siendo becario, ya
mostraba querencia por quienes se afanan en torno a lo absurdo e insólito.
Nunca lo es del todo. Entre otros motivos, porque el afán ayuda a lidiar con la
mediocridad de la vida, que es un empeño imprescindible para aguantar el tirón
sin perder la sonrisa. Todavía no lo sabía, pero ahora, cuando lo de becario
suena lejanísimo, me parece una obviedad.
Tomás me llevaba tres
años y simultaneaba el último período de las milicias universitarias con la
docencia en la universidad. A menudo le veía llegar a la facultad con el
uniforme de alférez. La imagen sorprendía, pero pronto la olvidaba porque,
lejos de cualquier marcialidad, hacía gala de un buen ánimo y una simpatía propia
de colegas. Su carrera docente ha sido la de un sabio, aunque ya por entonces
lo era y, desde luego, me apabullaba con sus conocimientos literarios.
Sin mediar razón
aparente, un día me bendijo como Flumina en atención a mi primer apellido.
Aquello me sorprendió y le pregunté por su voluntad de traducir al latín
cualquier texto o referencia de su entorno. Lo hacía como un
entrenamiento mental y reconoció que solo había encontrado dos desafíos capaces
de provocarle dudas filológicas: indicarle al peluquero que deseaba «un pelado
recio», dicho con su acento murciano, y el biquini de rayas de Eva María,
aquella joven que en 1973 se fue buscando el sol en la playa.
No recuerdo las opciones planteadas
para ambas traducciones. Una lástima, porque en su momento me parecieron bien
argumentadas. Desde entonces, contagiado por el afán del alférez, he buscado traducciones tan insólitas como gratuitas para jugar con el lenguaje y sonreír, que no es poco.
El azar de las búsquedas
me condujo hace unos días a la canción del verano de 1973. Eva María no solo se
fue a la playa con su biquini de rayas, sino que estuvo presente en cualquier
rincón gracias a los trescientos mil discos vendidos. Ahora me entero de que ejemplificaba «la música chicle». La denominación parece acertada, pero entonces
era preciso ser un marciano para no enterarse de cómo era el biquini de la
susodicha y, claro está, su maleta.
Ya puestos en la
búsqueda, me interesé por la letra de una canción cuyo estribillo forma parte
de la memoria compartida por la gente que anda con nietos o aspira a tenerlos.
La encontré sin problemas, pero con una fijación del texto deficiente capaz de
espantar a Tomás, que traducía a partir de lo escuchado en la radio.
La traducción al latín le
habría dado empaque, pero queda fuera de mis posibilidades e ignoro si el colega
la recuerda. En cualquier caso, espantado ante una letra reproducida con faltas
de ortografía y una puntuación absurda, me impuse el deber de fijar el texto de
manera que en internet haya, al menos, una versión digna de pasar a los anales:
Eva María se fue
buscando el sol en la playa
con su maleta de
piel y su biquini de rayas.
Ella se marchó y
solo me dejó recuerdos de su ausencia.
Sin la menor
indulgencia, Eva María se fue.
Paso las noches
así, pensando en Eva María.
Cuando no puedo
dormir, miro su fotografía.
¡Qué bonita está
bañándose en el mar, tostándose en la arena,
mientras yo siento
la pena de vivir sin su amor!
¿Qué voy a hacer,
qué voy a hacer?
¿Qué voy a hacer,
si Eva María se fue?
[bis]
Apenas puedo vivir
pensando si ella me quiere,
si necesita de mí
y si es amor lo que siente.
Ella se marchó y
solo me dejó recuerdos de su ausencia.
Sin la menor
indulgencia, Eva María se fue.
[estribillo]
Eva María se fue
buscando el sol en la playa
Con su maleta de
piel y su biquini de rayas.
[bis]
Aparte de que
parece improbable que alguien deje recuerdos de una ausencia, más bien sería de
una presencia, ya en su momento me sorprendió el empleo de «sin la menor
indulgencia» para definir la marcha de Eva María. Supongo que sería una
ocurrencia de los responsables de la canción: José Luis Armenteros y Pablo
Herrero. Tampoco resulta coherente que el planteamiento de la situación se
repita al final. Ya sabíamos que la moza se había marchado y, claro está, sin
indulgencia alguna.
Ahora bien, ¿se
marchó definitiva o temporalmente? El asunto no parece claro. Algún
precipitado, sin la exégesis precisa, escribe en Wikipedia que Eva María dejó a
su pareja. Sin embargo, la letra también permite entender que solo se marchó de
vacaciones, tal vez con su familia como tantas jóvenes de la época. De hecho,
el muchacho cuenta con una foto de ella, que pudo haber recibido durante la
ausencia de la amada. Yo apuesto a que la chica estaba con sus padres en una
residencia costera de Educación y Descanso, donde tantos «productores» gozaban
de unos días de asueto.
Mi hipótesis me
parece coherente con la época, aúna la honestidad familiar con la modernidad
del biquini y, sobre todo, me evita pensar en todo un país cantando algo
similar a una elegía. No, Eva María volvió morena, con su biquini y la maleta para
reanudar una relación que el muchacho disfrutaría con entusiasmo renovado después de
pensar en tantos recuerdos de su ausencia, que ya es ser retorcido. Eso sí,
todo esto en latín tiene más empaque.
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