miércoles, 20 de noviembre de 2024

Teatro y cine en la España del siglo XX (6): Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez


 

Antonio Buero Vallejo, en la anterior obra de este programa de lecturas, recreó las biografías de destacadas personalidades de la España del siglo XVIII como Esquilache y el propio rey Carlos III. Al primero le conocemos como hombre público, pero también en la intimidad de quien busca el rescoldo de los sentimientos y, al final de su vida, solo desea recordar esa memoria de lo más personal e íntimo.

La dualidad en la presentación del protagonista viene impuesta por una norma acatada por Antonio Buero Vallejo: los personajes, aun siendo de gran relieve histórico, apenas interesan al público si el mismo no les contempla en un ámbito personal donde los sentimientos juegan un papel destacado. La necesidad de empatizar con lo presentado en la escena pasa por el lado más humano de los protagonistas, con independencia de su participación en la esfera pública.

Fernando Fernán-Gómez también cultiva el teatro histórico en Las bicicletas son para el verano (1977), pero lo hace desde la memoria personal, familiar y hasta generacional de quien vivió la Guerra Civil en Madrid siendo un adolescente. Al igual que Antonio Buero Vallejo, procura documentarse para evitar cualquier imprecisión de carácter histórico, pero en esta ocasión la materia recreada parte de los recuerdos tan personales como compartidos con quienes vivieron aquella tragedia determinante para la historia de España durante el siglo XX.

Esta perspectiva de acercamiento a la historia, desde la memoria, le lleva a seleccionar un conjunto de personajes donde no encontramos protagonistas con una proyección pública. Al contrario, solo la recreación teatral saca del anonimato a quienes protagonizaron involuntariamente aquellos trágicos días. Los personajes de Fernando Fernán-Gómez nunca pretendieron hacer la historia con una voluntad política o de cualquier otro tipo, pero -sin poderlo evitar- esa misma historia les hizo a ellos y les marcó de una manera indeleble.

El verano es un tiempo para el descanso y el disfrute, sobre todo cuando terminan los días grises y aparecen los luminosos del final de la primavera. Justo en ese momento conocemos a la familia protagonista compuesta por el matrimonio, una hija mayor que ya trabaja y un hijo adolescente, cuya aspiración es una bicicleta para pasear con la amiga de sus amores y poemas. Luisito tiene razón: las bicicletas -aquello que nos permite ser felices disfrutando de un tiempo de descanso- son para el verano.

El problema es que aquel verano de 1936 quedó interrumpido el 18 de julio cuando se produjo el golpe de Estado que provocaría la Guerra Civil. A la esperanza, recreada en las primeras escenas de la obra teatral y su adaptación cinematográfica de 1984, le sucede la incertidumbre ante un futuro que parece haber cancelado el curso de la vida donde el verano era el tiempo de las bicicletas.

A esa incertidumbre le sucede la vivencia de un tiempo de guerra presidido por el dramatismo de una ciudad sitiada y bombardeada. La familia protagonista se adapta ante la ausencia de alternativas, pero por el camino pierde todas las esperanzas plasmadas al principio de la obra. La Historia con mayúsculas ha irrumpido en sus historias personales, donde la renuncia y la tragedia sustituyen a la lógica de unas expectativas basadas en su propio esfuerzo: trabajo, paz, armonía familiar, prosperidad, libertad, disfrute...



El proceso culmina con el final de la guerra, cuando la familia protagonista pasa a engrosar la lista de los vencidos en un país dramáticamente dividido entre los mismos y los vencedores. Esta ausencia de paz, sustituida por la Victoria con su carácter violento y excluyente, augura un trágico futuro para los protagonistas de la obra. Sobre todo, para don Luis, el cabeza de familia y el más consciente de la situación del país.

Como espectadores de la obra y si carecemos de otros referentes, tal vez tengamos dificultades para captar la dimensión histórica de la Guerra Civil, pero comprendemos cómo la misma incide dramáticamente en los protagonistas, cuyas esperanzas conocemos al principio, antes de que la Historia impida su realización.

Repasad ese conjunto de esperanzas concretadas en cada uno de los miembros de la familia protagonista y, tras ver su comportamiento a lo largo de la obra, estableced el conjunto de renuncias y desesperanzas con que esos mismos protagonistas -los que no pudieron disfrutar de unas bicicletas durante el verano- tropiezan al final del drama escrito por Fernando Fernán-Gómez desde una memoria que comparte con el público.

domingo, 17 de noviembre de 2024

El Juzgado Militar de Prensa y la SGAE


 Sede madrileña de la SGAE

Después de varios meses de trabajo, ya está ultimado el texto de Ángeles y demonios. República, Guerra Civil y posguerra en la SGAE, un trabajo colectivo auspiciado por el director de la citada entidad, Antonio Onetti, que nos ha permitido indagar en las vicisitudes de los miembros de la sociedad de autores durante un período especialmente conflictivo y trágico. El original lo he revisado estos días y ahora inicia el camino hacia su edición. Tiempo habrá de comentar los resultados obtenidos, aunque vaya por delante la honestidad de la SGAE a la hora de afrontar el conocimiento de su pasado, donde -como indica el título- hubo ángeles y demonios, sin olvidar otros seres más terrenales.

Desde la publicación de Nos vemos en Chicote (2015), he mantenido dudas sobre las competencias del Juzgado Militar de Prensa. En diciembre de 1939, había en Madrid unos cincuenta mil presos a la espera de su procesamiento por parte de los cuarenta y tres juzgados militares establecidos desde abril en la capital. Las matemáticas indican que cada uno de esos órganos instructores debía sacar adelante más de mil sumarios. Sin embargo, en el del juez Manuel Martínez Gargallo la cantidad fue muy inferior. Todavía no la puedo establecer con precisión, pero dudo que superara los cien sumarios.

La circunstancia puede ser matizada por la importancia concedida al colectivo de periodistas y escritores, que habría necesitado un juzgado específico a pesar de su pequeñez en términos numéricos. El argumento es válido, pero aun así la desproporción con respecto a otros juzgados instructores sigue resultando notoria. Ahora, gracias a los trabajos realizados podemos establecer otras competencias para el órgano localizado en la Plaza de Callao, 4, de Madrid. Las mismas, una vez sumadas, justifican su papel en el sistema represivo de los vencedores.

Aparte de los casos instruidos, el Juzgado Militar de Prensa facilita informes a otros órganos acerca de los procesados que hubieran mantenido una relación con la prensa republicana. Los acusados eran militares, funcionarios, políticos… y, como tales, sus casos instruidos en otros juzgados radicados en Madrid. Al mismo tiempo tuvieron a veces una presencia en la prensa y, dada la circunstancia, los titulares de los juzgados contactaban con Manuel Martínez Gargallo para que les remitiera el correspondiente informe acusatorio.

Manuel Martínez Gargallo, por su parte, era un pluriempleado de aquel sistema represivo. Además de la titularidad del citado juzgado, también fue el máximo responsable del Registro Oficial de Periodistas (ROP) para proceder a la depuración de este colectivo profesional. La colaboración en cualquier cabecera de la posguerra requería un informe favorable y la inscripción en el citado registro. La tarea fue ardua por la cantidad de afectados y Manuel Martínez Gargallo aparece como uno de sus responsables.

Asimismo, el juez movilizado como capitán fue el máximo responsable de la depuración de los miembros de la SGAE. Nuestro estudio, realizado a partir de la consulta de las actas conservadas en la citada entidad, así lo demuestra. Como es previsible dada la cantidad de miembros que debían ser depurados tras la elaboración del correspondiente informe, la tarea también fue ardua y ocuparía buena parte del tiempo de Manuel Martínez Gargallo.

Así podemos entender una circunstancia que ya conocía gracias a algunos testimonios orales y escritos de las víctimas: Manuel Martínez Gargallo apenas estuvo presente en los actos jurídicos llevados a cabo en el Juzgado Militar de Prensa, aunque su firma figure en los mismos.

La realización efectiva de estos actos, en especial las declaraciones de los procesados, correspondió a menudo a los tres secretarios destinados en el Juzgado Militar de Prensa, que actuaban por delegación del titular y ante la ausencia del mismo. La responsabilidad es del juez, que firma los documentos conservados en los sumarios, pero el protagonismo de esos actos es de los secretarios, que vieron ampliadas sus competencias previstas en el Código de Justicia Militar por una circunstancia fácil de entender: el juez Manuel Martínez Gargallo no estaba presente a causa de su pluriempleo en el sistema represivo del franquismo.


viernes, 15 de noviembre de 2024

Eva María, la indulgencia y el biquini


 Fórmula V

Allá por septiembre de 1983, si no recuerdo mal, conocí a un colega con un afán. Años después supe que el rasgo era propio de los personajes de Luis Landero, el creador de tantos tipos entrañables. Antes de disfrutar con ellos, siendo becario, ya mostraba querencia por quienes se afanan en torno a lo absurdo e insólito. Nunca lo es del todo. Entre otros motivos, porque el afán ayuda a lidiar con la mediocridad de la vida, que es un empeño imprescindible para aguantar el tirón sin perder la sonrisa. Todavía no lo sabía, pero ahora, cuando lo de becario suena lejanísimo, me parece una obviedad.

Tomás me llevaba tres años y simultaneaba el último período de las milicias universitarias con la docencia en la universidad. A menudo le veía llegar a la facultad con el uniforme de alférez. La imagen sorprendía, pero pronto la olvidaba porque, lejos de cualquier marcialidad, hacía gala de un buen ánimo y una simpatía propia de colegas. Su carrera docente ha sido la de un sabio, aunque ya por entonces lo era y, desde luego, me apabullaba con sus conocimientos literarios.

Sin mediar razón aparente, un día me bendijo como Flumina en atención a mi primer apellido. Aquello me sorprendió y le pregunté por su voluntad de traducir al latín cualquier texto o referencia de su entorno. Lo hacía como un entrenamiento mental y reconoció que solo había encontrado dos desafíos capaces de provocarle dudas filológicas: indicarle al peluquero que deseaba «un pelado recio», dicho con su acento murciano, y el biquini de rayas de Eva María, aquella joven que en 1973 se fue buscando el sol en la playa.

No recuerdo las opciones planteadas para ambas traducciones. Una lástima, porque en su momento me parecieron bien argumentadas. Desde entonces, contagiado por el afán del alférez, he buscado traducciones tan insólitas como gratuitas para jugar con el lenguaje y sonreír, que no es poco.

El azar de las búsquedas me condujo hace unos días a la canción del verano de 1973. Eva María no solo se fue a la playa con su biquini de rayas, sino que estuvo presente en cualquier rincón gracias a los trescientos mil discos vendidos. Ahora me entero de que ejemplificaba «la música chicle». La denominación parece acertada, pero entonces era preciso ser un marciano para no enterarse de cómo era el biquini de la susodicha y, claro está, su maleta.

Ya puestos en la búsqueda, me interesé por la letra de una canción cuyo estribillo forma parte de la memoria compartida por la gente que anda con nietos o aspira a tenerlos. La encontré sin problemas, pero con una fijación del texto deficiente capaz de espantar a Tomás, que traducía a partir de lo escuchado en la radio.

La traducción al latín le habría dado empaque, pero queda fuera de mis posibilidades e ignoro si el colega la recuerda. En cualquier caso, espantado ante una letra reproducida con faltas de ortografía y una puntuación absurda, me impuse el deber de fijar el texto de manera que en internet haya, al menos, una versión digna de pasar a los anales:

Eva María se fue buscando el sol en la playa

con su maleta de piel y su biquini de rayas.

Ella se marchó y solo me dejó recuerdos de su ausencia.

Sin la menor indulgencia, Eva María se fue.

Paso las noches así, pensando en Eva María.

Cuando no puedo dormir, miro su fotografía.

¡Qué bonita está bañándose en el mar, tostándose en la arena,

mientras yo siento la pena de vivir sin su amor!

¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer?

¿Qué voy a hacer, si Eva María se fue?

[bis]

Apenas puedo vivir pensando si ella me quiere,

si necesita de mí y si es amor lo que siente.

Ella se marchó y solo me dejó recuerdos de su ausencia.

Sin la menor indulgencia, Eva María se fue.

[estribillo]

Eva María se fue buscando el sol en la playa

Con su maleta de piel y su biquini de rayas.

[bis]

Aparte de que parece improbable que alguien deje recuerdos de una ausencia, más bien sería de una presencia, ya en su momento me sorprendió el empleo de «sin la menor indulgencia» para definir la marcha de Eva María. Supongo que sería una ocurrencia de los responsables de la canción: José Luis Armenteros y Pablo Herrero. Tampoco resulta coherente que el planteamiento de la situación se repita al final. Ya sabíamos que la moza se había marchado y, claro está, sin indulgencia alguna.

Ahora bien, ¿se marchó definitiva o temporalmente? El asunto no parece claro. Algún precipitado, sin la exégesis precisa, escribe en Wikipedia que Eva María dejó a su pareja. Sin embargo, la letra también permite entender que solo se marchó de vacaciones, tal vez con su familia como tantas jóvenes de la época. De hecho, el muchacho cuenta con una foto de ella, que pudo haber recibido durante la ausencia de la amada. Yo apuesto a que la chica estaba con sus padres en una residencia costera de Educación y Descanso, donde tantos «productores» gozaban de unos días de asueto.

Mi hipótesis me parece coherente con la época, aúna la honestidad familiar con la modernidad del biquini y, sobre todo, me evita pensar en todo un país cantando algo similar a una elegía. No, Eva María volvió morena, con su biquini y la maleta para reanudar una relación que el muchacho disfrutaría con entusiasmo renovado después de pensar en tantos recuerdos de su ausencia, que ya es ser retorcido. Eso sí, todo esto en latín tiene más empaque.

 



miércoles, 13 de noviembre de 2024

La España del chiri-biribi, pom-pom-pom-pom


 
Fernando Jiménez del Oso

Una noche del verano de 1977 me encontraba solo en casa. Mi familia veraneaba en un pueblo cercano y, mientras trabajaba para pagarme los estudios, tenía que buscarme la vida a la hora de solucionar los retos de la intendencia doméstica. Incluida la cena, que preparaba con una sobriedad espartana a falta de recursos gastronómicos.

Esa noche, comprobados los resultados de mi escasa destreza en la cocina, encendí la televisión en blanco y negro para ver una entrega de Más allá, un programa de temas esotéricos protagonizado por el no menos esotérico Fernando Jiménez del Oso (1941-2005), que por entonces gozaba de una notable popularidad. Salir en aquella televisión garantizaba millones de espectadores, aunque fueras Torrebruno o el Capitán Tan.

Los charlatanes siempre han sido una de mis debilidades. El citado, a pesar de ejercer como psiquiatra, en la televisión utilizaba buena parte de los recursos de este oficio tan noble para hablarnos de platillos volantes, extraterrestres y apariciones misteriosas. Su aspecto invitaba al susto y el tono de su voz todavía más. Esa solitaria noche, claro está, me asustó y antes de que el movimiento de las cortinas despertara la sospecha de una compañía imprevista, apagué la televisión porque por entonces lo de cambiar de canal era una operación bastante limitada.

Fernando Jiménez del Oso mantenía las apariencias, pero los charlatanes capaces de contar, con absoluta seriedad, los embolados más tremendos ya estaban en la monopolística pantalla de la época. Y con todas las bendiciones de las autoridades, que controlaban con mano férrea las emisiones por su enorme influencia entre la población. Conviene recordarlo, ahora que tanto se habla de la proliferación de bulos como consecuencia de la fragmentación de la oferta informativa que permite la proliferación de quienes sustituyen a los periodistas.

La anécdota la he recordado al ver la serie Ummo. La España alienígena (2022), de Laura Pausa y Javier Olivera, donde Fernando Jiménez del Oso es un protagonista destacado. Los tres capítulos tratan de un país que, desde mediados de los sesenta, se empeñó en divisar platillos volantes y extraterrestres por todas partes. La prensa de la época, incluida la oficialista cadena del Movimiento, está repleta de estas noticias nunca desmentidas y publicadas con la seriedad de lo aparecido en el BOE.

Si el turismo había elegido España como destino preferente, nada más lógico que los extraterrestres compartieran la búsqueda del sol, las playas, los precios baratos y la natural simpatía de los españoles. Puestos ante tan irrefutable evidencia, lo raro era encontrar a alguien que no hubiera tenido la experiencia del OVNI sobre su tejado o, al menos, que no supiera de la misma a partir de un vecino, que lo había leído en la prensa como argumento de autoridad.

Los extraterrestres se cansaron de venir a España con la llegada de la Transición, que ya es casualidad. Desde entonces andarán por otros lares. Tal vez porque nos hayamos convertido en un país más normalito, aunque todavía quedan muchos ciudadanos dispuestos a creer a los embaucadores, ahora reconvertidos gracias a la tecnología. El fenómeno, aparte de preocupante por la divulgación de bulos, parece novedoso. Sin embargo, dista de serlo en una España donde como en tantos otros países hay personas dispuestas a creer lo insólito porque la realidad le resulta aburrida o incómoda.

La citada serie me ha recordado la existencia de tantas personas dispuestas a difundir supuestas noticias relacionadas con los alienígenas que, ahora, al cabo de las décadas tendrían dificultades para justificarlas. La prueba del tiempo es un excelente criterio para valorar la credibilidad de una noticia, aunque al final nadie pida disculpas por haber difundido una patraña. Apenas se haya detectado como tal, los responsables habrán sacado otras nuevas para que el espectáculo no decaiga.

Los platillos volantes por los cielos de España fueron una moda destinada a la distracción del personal, casi siempre harto de lidiar con la realidad. Como tal habrá que examinarla y, sobre todo, no perder el humor a la hora de evocarla con sus trampas y cartón. Al fin y al cabo, como bien explica Ummo, vivíamos en la España cañí donde Los Payos en 1969 triunfaron clamorosamente con el chiri-biribi pom pom pom dedicado a María Isabel, aquella muchacha que paseaba por la playa tras ponerse el sombrero. El millón de discos vendidos con la pegadiza melodía remite a un país necesitado de extraterrestres que llegaran de la mano de Fernando Jiménez del Oso o de cualquier otro sujeto de ojos penetrantes, voz grave y aspecto misterioso al servicio de romper la monotonía y la complejidad de la realidad:


 


domingo, 10 de noviembre de 2024

Las armas contra las letras: el primer borrador del tercer volumen. La solidaridad de las universidades de Cádiz y Alicante


 

El pasado día 14 de octubre declaré en la Audiencia Provincial de Cádiz con motivo de la demanda interpuesta por uno de los hijos del alférez Baena Tocón. El formato de una declaración en sede judicial difiere mucho de una conferencia o cualquier otro habitual en el ámbito académico. Esta circunstancia me permitió manifestar lo fundamental acerca de quien fuera secretario del Juzgado Militar de Prensa, pero sin el orden en la exposición que requiere un trabajo de carácter histórico.

A partir de la documentación recopilada durante estos años de investigación, he escrito un borrador de lo que será el capítulo dedicado al alférez Baena Tocón en el tercer volumen de la trilogía sobre los consejos de guerra contra periodistas y escritores durante el período 1939-1945. El segundo se encuentra en prensa.

El objetivo de incluirlo temporalmente en el catálogo del Repositorio de la Universidad de Alicante, como en anteriores ocasiones, es ponerlo a disposición de otros especialistas para su revisión, ampliación o rectificación. La historia es una tarea colectiva y, afortunadamente, cuento con un grupo de colegas que comparten los mismos motivos de interés en un clima de colaboración e intercambio de información.

Por último, mañana se reúne la Junta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante. El orden del día incluye un punto relacionado con los compañeros de la Universidad de Cádiz que, junto con la Asociación de Historia Contemporánea, la Comisión Cívica para la recuperación de la memoria democrática de Alicante, Memorialistas de Jerez de la Frontera y la Fundación Miguel Hernández, se solidarizaron conmigo a raíz de la vista oral celebrada en Cádiz. Los textos de los respectivos comunicados se encuentran en anteriores entradas de este blog. Una vez sometido a votación el punto del orden del día, incluiré el correspondiente enlace. Por lo pronto, os paso el del borrador citado a la espera de cualquier sugerencia o indicación que permita ampliarlo y mejorarlo:

http://hdl.handle.net/10045/148818

PD. La Junta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante, en su reunión del 12 de noviembre de 2024, ha aprobado por unanimidad el siguiente texto:



En fechas próximas, el decano de la citada Facultad se pondrá en contacto con su homólogo de Cádiz para darle cuenta del acuerdo y manifestar su solidaridad con el Departamento de Historia Contemporánea gaditano. El mundo académico admite sin problema la crítica y el debate, pero se muestra unánimemente en contra de quienes utilizan el insulto y la descalificación para coartar la libertad de expresión, de investigación y de cátedra.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Teatro y cine en la España del siglo XX (5): Un soñador para un pueblo, de Antonio Buero Vallejo


 

Foto: Antonio Buero Vallejo. Fuente: Wikipedia


El pasado no existe. Los historiadores se limitan a buscar, seleccionar e interpretar evidencias de un tiempo remoto para construir un relato lo más verídico posible acerca del pasado. La tarea debe ser colectiva, precisa del contraste de perspectivas en un permanente debate y, por supuesto, las conclusiones están sujetas a una posible revisión.

El inexistente pasado condiciona y hasta determina el presente. La paradoja nos remite a una evidencia: todos somos deudores del pasado, aunque no seamos conscientes del mismo. A menudo, escuchamos que numerosas claves del presente las encontramos en el origen de las circunstancias que determinan la actualidad. Es cierto, pero la búsqueda de esas claves requiere curiosidad intelectual, afán de conocimiento y la ayuda de quienes la han emprendido antes que nosotros.

El teatro, al igual que cualquier manifestación creativa, puede colaborar en esa búsqueda. Lo representado en un escenario siempre forma parte del presente, con independencia de la fecha en que fue escrita la obra. No obstante, desde ese presente podemos trasladarnos a un tiempo cuyo relato, o recreación dramática, descubre orígenes, subraya lo vigente y clarifica las circunstancias. Aprendemos, en definitiva, a entender el pasado y, gracias a este objetivo, conocemos mejor un presente si le dotamos de una dimensión histórica.

Antonio Buero Vallejo protagonizó una trayectoria teatral bajo la censura del franquismo. Condenado a muerte por la dictadura, hasta su etapa final nunca disfrutó de la libertad de expresión y tuvo problemas para sacar adelante sus obras. Estas circunstancias le llevaron durante un período a desechar la posibilidad de escribir sobre el presente de una España franquista con la que estaba en desacuerdo. La alternativa, fructífera en su caso, fue remitirse a personajes y situaciones del pasado nacional a la búsqueda de los conflictos que le interesaban y veía vigentes en su propia época.

Un soñador para un pueblo (1958) es un ejemplo de ese teatro histórico, que fue impulsado por la censura, pero pronto se convirtió en una alternativa de indudable interés. Antonio Buero Vallejo realizó un trabajo concienzudo para recopilar información acerca del período abordado y sus protagonistas. Hizo de historiador hasta el punto de suplir las carencias de la historiografía española en su época. Y, a partir del conocimiento bien fundamentado, creó una obra con la libertad de la ficción, pero ligada estrechamente a una realidad histórica.

El Madrid de 1765, el del Motín de Esquilache, es el momento histórico seleccionado. En esas fechas confluyen y se enfrentan las grandes corrientes que marcan el devenir de la España de la segunda mitad del siglo XVIII, donde la Ilustración intenta abrirse camino frente al tradicionalismo que se rebela ante cualquier reforma o intento de modernización. Esquilache, el ministro italiano, sintetiza ese espíritu reformista y modernizador. La respuesta que encuentra es brutal.

Al mismo tiempo, Esquilache es un hombre con contradicciones que también vive momentos difíciles en lo personal. La obra lo presenta desde esa doble perspectiva: la política o pública y la íntima. Ambas están ligadas para evitar que el protagonista solo sea un personaje histórico desprovisto del interés humano que busca el público.

Leed la obra, contemplad la adaptación cinematográfica de Josefina Molina, que introduce importantes cambios, y debatid en UACloud sobre esa doble perspectiva, la humana o íntima y la política, con que aparece un Esquilache cuyo espíritu reformista, modernizador y racionalista podemos concretar en una serie de medidas recreadas en el drama a partir de lo documentado históricamente por el autor.


jueves, 7 de noviembre de 2024

El segundo volumen de la trilogía dedicada a los consejos de guerra de periodistas y escritores


 

A principios del presente año publicamos Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945. El compromiso asumido entonces fue que el segundo volumen de la trilogía estaría en las librerías al cabo de un año. El reto era complejo, pero ayer entregué a la editorial el original de Perder la guerra y la historia. La represión de periodistas y escritores, 1939-1945.

El cambio en el título se deriva del tipo de casos analizados en este volumen y el nuevo subtítulo intenta integrar lo sucedido en los consejos de guerra en un marco más amplio, el de la represión sufrida por los escritores y periodistas durante aquellos aciagos años.

Ahora quedan unos meses por delante donde hay que maquetar y revisar a conciencia el texto con ayuda de mis compañeros del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante y los amigos de la editorial Renacimiento. El trabajo es lento, pero si todo va bien a principios de 2025 tendremos el nuevo volumen en las librerías para ahondar en el conocimiento de lo sucedido en el Juzgado Militar de Prensa y otros órganos de la jurisdicción militar.

Mientras tanto, esta semana he empezado a redactar el tercer volumen a la espera de que me lleguen las decenas de sumarios solicitados al Archivo General e Histórico de Defensa. La elaboración de esta culminación de la trilogía será más lenta por el volumen de la documentación solicitada, pero espero tenerla lista a finales de 2026.

Os copio el índice de Perder la guerra y la historia:

 

ÍNDICE

-       Introducción

-       Fotografía Mendoza en el Madrid de 1943

-       El procesamiento del «novelista más guapo del mundo»

-       El proceso del capitán Saltatumbas

-       De la frivolidad al penal: la trayectoria de Santiago de la Cruz

-       Un consejo de guerra contra el ABC republicano

-       Antonio Buero Vallejo condenado a muerte

-       Joaquín Dicenta Alonso, «espíritu anarquizante e inmoral»

-       La peculiar trayectoria de Manuel García Bengoa

-       El consejo de guerra de Rosario del Olmo

-       La continuidad de la represión: Matilde Zapata, Rosario del Olmo y Amalia Carvia

-       La represión nunca olvida: Aurora Bertrana y M.ª Bueno Núñez de Prado

-       Antonio Agraz, anarquista y desesperado

-       Francisco Escola Besada en el punto de mira

-       El periodista Ricardo Flores murió en la cárcel

-       Los consejos de guerra de Ramiro Gómez Zurro

-       La «rebeldía» del masón Mateo Hernández Barroso

-       Un periodista de «moralidad intachable»: Antoni Pugués Guitart

-       La condena del conserje que fue periodista: Antonio Uriel

-       La petición de indulto de Vicente Ramón Esteban

-       Condenado a muerte y desconocido: Eduardo de Castro Escandell

-       El destino del comediógrafo César García Iniesta

-       La inocencia del «chequista» Enrique Peinador

-       Epílogo

-       Bibliografía