Foto: coronel Enrique Eymar Fernández
Los represaliados del franquismo siempre estaban en el punto de mira de la represión, aunque ya hubieran pasado por las cárceles y procuraran vivir en silencio su derrota. El periodista gaditano Francisco Escola Besada ejemplifica esta circunstancia propia de una condición indeleble a partir de una Victoria donde se era vencedor o vencido, con todas las consecuencias y a perpetuidad, siempre que las habilidades personales no obraran milagros de difícil e indecorosa explicación. Los hubo; y con el añadido de no dejar huellas documentales más allá del asombro provocado, en algunas ocasiones, por sus resultados verdaderamente milagrosos.
Francisco
Escola Besada fue redactor de La Libertad durante la Guerra Civil y
censor de prensa nombrado por el ministro de Gobernación Ángel Galarza, según
declarara el periodista en el sumario seguido contra los miembros de la Alianza
Republicana (AGHD, 139.728). Ambas tareas las llevó a cabo en Madrid hasta la
entrada de las tropas del general Franco. El militante de Izquierda Republicana
que había sido gobernador civil de Castellón desde abril de 1931 hasta junio de
1933, además de masón entre 1909 y 1921, reunía todos los atributos para que
las autoridades militares le instruyeran un sumarísimo de urgencia. Sus consecuencias serían preocupantes a la vista de lo sucedido con los compañeros
de las cabeceras republicanas. Sin embargo, y por razones que ignoramos,
Francisco Escola Besada se libró de sufrir ese destino común entre los
dedicados a las hojas volanderas que definiera Ramón M.ª del Valle-Inclán en Luces
de bohemia (1924).
La
buena suerte durante la inmediata posguerra le haría confiado y discreto a sus
casi sesenta años, cuando el periodista procuraría pasar desapercibido en su
domicilio de la calle Infantas, 23, entresuelo derecho. Lo peor de la represión
había quedado atrás, pero la casi olvidada presencia en la logia Progreso, de Madrid,
dejaría alguna huella documental en Salamanca, que al cabo del tiempo
reaparecería para desgracia del azañista. Francisco Escola Besada fue detenido
en abril de 1943 y puesto a disposición del TERMC (CDMH, ficheros 70, 76 y 77),
que acabó condenándole a veinticinco años de prisión. La amortización de la
pena le habría llevado a fechas solo imaginables en un nonagenario. Sin
embargo, por fortuna el 15 de enero de 1945 salió en libertad provisional o
atenuada, con la obligación de presentarse mensualmente en la Dirección General
de Seguridad. El periodista podía pasear por la calle, pero se sentiría
controlado y, a su edad, las ganas de aventuras políticas eran tentaciones del
pasado. Su concreción en un presente tan coercitivo suponía una quimera.
Los
relatos de los sumarios despiertan la imaginación del historiador. Al salir de la cárcel, los
represaliados debían tener un imán especial, casi inexorable, y terminaban
encontrándose por las calles de Madrid. Además de recordar los tiempos pasados
en la prisión a la búsqueda de la supervivencia, los camaradas o simpatizantes
tomaban café y, de acuerdo con las declaraciones, incluso hablaban de la
situación política. Eso sí, en términos genéricos y meramente reflexivos o
teóricos. La Brigada Político Social no les solía creer y sospechaba que,
cuando dos o tres de ellos tomaban demasiados cafés juntos, había un inicio de
confabulación contra el régimen. La consiguiente actuación no se hacía esperar.
Francisco
Escola Besada conocía al abogado Justo Feria Salvador, un republicano de
cincuenta y dos años que a veces aparece como José en el extenso sumario. Ambos
correligionarios habían coincidido en la cárcel, se encontraron casualmente en
Madrid y, a partir de ese momento, cambiaron «impresiones sobre la situación
política y sus esperanzas en que el triunfo de las Naciones Unidas redundara en
beneficio de la causa republicana», según la declaración del 16 de febrero de
1947 ante los agentes de la Brigada Político Social. La fecha es sorprendente
si olvidamos la reiterada voluntad de reconstruir los sumarios con una
cronología ficticia y algo singular. De hecho, en la posterior declaración del
periodista ante el coronel Enrique Eymar Fernández, responsable de la
instrucción, aparece que Francisco Escola Besada fue detenido el 17 de febrero
de 1947; es decir, un día después del interrogatorio al que le sometió la
Brigada Político Social. Los reconstructores de los sumarios, o quienes los
redactaban cuando ya estaban más o menos finalizados, nunca tuvieron excesivo
cuidado en lo referente a la coherencia cronológica.
El
problema para Francisco Escola Besada es que el amigo también en libertad
provisional estaba siendo investigado porque su bufete era el centro de reunión
de varios republicanos. El periodista acudió al mismo en reiteradas ocasiones
«conversando siempre sobre sus aspiraciones e ideales políticos». Allí encontró
a su colega Manuel Otero Seco y otros republicanos, pero el redactor de La
Libertad dice desconocer la existencia de una clandestina Alianza
Republicana, que estaría promoviendo Justo Feria Salvador para agrupar distintos
colectivos políticos, sociales y culturales. Es más, el veterano periodista era
pesimista con respecto a la futura reunificación de los republicanos y, por su
edad, los promotores de esa alianza tampoco confiarían demasiado en sus
posibilidades de contribuir al empeño. El antiguo masón lo reconoce; aunque sin
lamentarlo, claro está.
Así
declara Francisco Escola Besada ante la Brigada Político Social poco después de
haber vuelto a la prisión, que a su edad ya era un grave peligro para la salud
con independencia de la futura condena. El 24 de febrero de 1947, el abogado
Feria Salvador ratifica lo dicho por su amigo: «en las conversaciones
sostenidas con un tal Escola no ha existido más que comentarios y anécdotas del
tiempo viejo por ser un periodista del parlamento y buen conocedor de la
política antigua». El coronel Enrique Eymar Fernández interroga como instructor
al redactor de La Libertad al día siguiente. Francisco Escola Besada ratifica lo dicho en la
primera declaración, pero matiza un párrafo que le parecería comprometedor. En concreto, no era verdad que ambos amigos cifraran sus esperanzas
en «el triunfo de las Naciones Unidas», pues en sus amistosas reuniones «no se
habló más que de la cuestión política en general, sin tratar del beneficio para
la causa republicana del triunfo de las Naciones Unidas». Quien citara a Víctor
Ruiz Albéniz como avalista nunca pensó que el organismo internacional pudiera
alterar el discurrir político de la dictadura. Al menos, según una declaración
donde la presencia del coronel, aunque resultara intimidatoria, debió ser menos
coercitiva. La circunstancia se repite en otros muchos sumarios de la época.
Enrique
Eymar Fernández pensaría que, habiendo tantos comunistas dispuestos a la
subversión en las calles madrileñas, apenas merecía la pena insistir en el caso
de un anciano republicano que discutía solo en términos teóricos y sin salir de
su declarado pesimismo. El 1 de marzo de 1947, el coronel escribe al capitán
general de la región militar y le propone la libertad provisional del
periodista. La misma le llegaría trece días después, pero con la obligación de
presentarse mensualmente en la Dirección General de Seguridad. Vista la
cantidad de personas con esa obligación, suponemos que
la espera en aquellos pasillos debió ser un acto tan habitual como masificado. La
correspondiente foto no me consta, de la misma manera que no he encontrado
todavía otras que testimoniaran estos actos administrativos, jurídicos o
policiales. Ni siquiera en Redención, donde Martín Santos Yubero
prefería mostrar presos atentos a las sabias palabras de Amancio Tomé, el director de la cárcel de Porlier que les
arengaba para devolverlos a la buena senda.
La
voluminosa instrucción del caso de la Alianza Republicana, que afectó a más de
una docena de viejos republicanos, siguió adelante. En lo que respecta a
Francisco Escola Besada, la Guardia Civil redacta un informe el 26 de noviembre
de 1947. El mismo reitera circunstancias de filiación ya presentes en el
sumario y añade una conclusión: el represaliado «es persona de ideal
izquierdista y está considerado desafecto al Régimen». Cinco días después, la
Dirección General de Seguridad reitera los datos acerca del periodista, pero
añade que «observa buena conducta haciendo una vida retraída y se le considera
como desafecto al Régimen». Este último rasgo era, como es lógico, indeleble y
permitía encasillar al afectado como sospechoso habitual sin necesidad de pruebas.
El derecho de autor imperante durante el franquismo no precisaba de estas últimas.
Un sesentón republicano ya no suponía demasiado peligro cuando
había pasado una buena temporada en la cárcel y, además de pesimista, hacía
vida retraída. El 10 de enero de 1948, el auditor general Ramón de Orbe
ratifica la orden de libertad provisional dada por el juez instructor y
Francisco Escola Besada, junto a otros republicanos, se libró de ser procesado
en el consejo de guerra que presidiera el teniente coronel Domingo Martínez de
Pisón y Nebot el 12 de marzo de 1948. Ese día varios recalcitrantes, a los ojos
de los militares, fueron condenados a penas menores por su intento de organizar
una Alianza Republicana capaz de agrupar a quienes podrían verse beneficiados
por «el triunfo de las Naciones Unidas».
Las
condenas fueron desde los seis años del citado abogado hasta uno para algunos
de los correligionarios. Nada que ver con las dictadas
cuando los procesados eran comunistas o similares. La verdadera cuestión era
mantener controlada cualquier posibilidad de disidencia, por minoritaria o
moderada que pudiera resultar. Así ningún viejo republicano albergaría la
tentación de alterar su «vida retraída». El periodista Francisco Escola Besada
tomó buena nota y sus huellas se perdieron hasta el presente. Ni siquiera tuvo
la ocasión de justificar su pesimismo. El origen del mismo radicaría en la
condición de quien, cumplidos los sesenta, sabría de una derrota sin tiempo
para abrigar la esperanza, aunque fuera la remota de unas Naciones Unidas donde
nadie manifestó preocupación por estas historias tan menores como anónimas.
Ahora solo merecen la atención de quienes cultivamos la microhistoria
documentada porque el resto de las metodologías, en cierta medida, tiende a la especulación, que permite afirmaciones contundentes y hasta imaginativas.
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