viernes, 27 de octubre de 2023

El periodista Francisco Escola Besada seguía en el punto de mira


 

Foto: coronel Enrique Eymar Fernández

Los represaliados del franquismo siempre estaban en el punto de mira de la represión, aunque ya hubieran pasado por las cárceles y procuraran vivir en silencio su derrota. El periodista gaditano Francisco Escola Besada ejemplifica esta circunstancia propia de una condición indeleble a partir de una Victoria donde se era vencedor o vencido, con todas las consecuencias y a perpetuidad, siempre que las habilidades personales no obraran milagros de difícil e indecorosa explicación. Los hubo; y con el añadido de no dejar huellas documentales más allá del asombro provocado, en algunas ocasiones, por sus resultados verdaderamente milagrosos.

Francisco Escola Besada fue redactor de La Libertad durante la Guerra Civil y censor de prensa nombrado por el ministro de Gobernación Ángel Galarza, según declarara el periodista en el sumario seguido contra los miembros de la Alianza Republicana (AGHD, 139.728). Ambas tareas las llevó a cabo en Madrid hasta la entrada de las tropas del general Franco. El militante de Izquierda Republicana que había sido gobernador civil de Castellón desde abril de 1931 hasta junio de 1933, además de masón entre 1909 y 1921, reunía todos los atributos para que las autoridades militares le instruyeran un sumarísimo de urgencia. Sus consecuencias serían preocupantes a la vista de lo sucedido con los compañeros de las cabeceras republicanas. Sin embargo, y por razones que ignoramos, Francisco Escola Besada se libró de sufrir ese destino común entre los dedicados a las hojas volanderas que definiera Ramón M.ª del Valle-Inclán en Luces de bohemia (1924).

La buena suerte durante la inmediata posguerra le haría confiado y discreto a sus casi sesenta años, cuando el periodista procuraría pasar desapercibido en su domicilio de la calle Infantas, 23, entresuelo derecho. Lo peor de la represión había quedado atrás, pero la casi olvidada presencia en la logia Progreso, de Madrid, dejaría alguna huella documental en Salamanca, que al cabo del tiempo reaparecería para desgracia del azañista. Francisco Escola Besada fue detenido en abril de 1943 y puesto a disposición del TERMC (CDMH, ficheros 70, 76 y 77), que acabó condenándole a veinticinco años de prisión. La amortización de la pena le habría llevado a fechas solo imaginables en un nonagenario. Sin embargo, por fortuna el 15 de enero de 1945 salió en libertad provisional o atenuada, con la obligación de presentarse mensualmente en la Dirección General de Seguridad. El periodista podía pasear por la calle, pero se sentiría controlado y, a su edad, las ganas de aventuras políticas eran tentaciones del pasado. Su concreción en un presente tan coercitivo suponía una quimera.

Los relatos de los sumarios despiertan la imaginación del historiador. Al salir de la cárcel, los represaliados debían tener un imán especial, casi inexorable, y terminaban encontrándose por las calles de Madrid. Además de recordar los tiempos pasados en la prisión a la búsqueda de la supervivencia, los camaradas o simpatizantes tomaban café y, de acuerdo con las declaraciones, incluso hablaban de la situación política. Eso sí, en términos genéricos y meramente reflexivos o teóricos. La Brigada Político Social no les solía creer y sospechaba que, cuando dos o tres de ellos tomaban demasiados cafés juntos, había un inicio de confabulación contra el régimen. La consiguiente actuación no se hacía esperar.

Francisco Escola Besada conocía al abogado Justo Feria Salvador, un republicano de cincuenta y dos años que a veces aparece como José en el extenso sumario. Ambos correligionarios habían coincidido en la cárcel, se encontraron casualmente en Madrid y, a partir de ese momento, cambiaron «impresiones sobre la situación política y sus esperanzas en que el triunfo de las Naciones Unidas redundara en beneficio de la causa republicana», según la declaración del 16 de febrero de 1947 ante los agentes de la Brigada Político Social. La fecha es sorprendente si olvidamos la reiterada voluntad de reconstruir los sumarios con una cronología ficticia y algo singular. De hecho, en la posterior declaración del periodista ante el coronel Enrique Eymar Fernández, responsable de la instrucción, aparece que Francisco Escola Besada fue detenido el 17 de febrero de 1947; es decir, un día después del interrogatorio al que le sometió la Brigada Político Social. Los reconstructores de los sumarios, o quienes los redactaban cuando ya estaban más o menos finalizados, nunca tuvieron excesivo cuidado en lo referente a la coherencia cronológica.

El problema para Francisco Escola Besada es que el amigo también en libertad provisional estaba siendo investigado porque su bufete era el centro de reunión de varios republicanos. El periodista acudió al mismo en reiteradas ocasiones «conversando siempre sobre sus aspiraciones e ideales políticos». Allí encontró a su colega Manuel Otero Seco y otros republicanos, pero el redactor de La Libertad dice desconocer la existencia de una clandestina Alianza Republicana, que estaría promoviendo Justo Feria Salvador para agrupar distintos colectivos políticos, sociales y culturales. Es más, el veterano periodista era pesimista con respecto a la futura reunificación de los republicanos y, por su edad, los promotores de esa alianza tampoco confiarían demasiado en sus posibilidades de contribuir al empeño. El antiguo masón lo reconoce; aunque sin lamentarlo, claro está.

Así declara Francisco Escola Besada ante la Brigada Político Social poco después de haber vuelto a la prisión, que a su edad ya era un grave peligro para la salud con independencia de la futura condena. El 24 de febrero de 1947, el abogado Feria Salvador ratifica lo dicho por su amigo: «en las conversaciones sostenidas con un tal Escola no ha existido más que comentarios y anécdotas del tiempo viejo por ser un periodista del parlamento y buen conocedor de la política antigua». El coronel Enrique Eymar Fernández interroga como instructor al redactor de La Libertad al día siguiente. Francisco Escola Besada ratifica lo dicho en la primera declaración, pero matiza un párrafo que le parecería comprometedor. En concreto, no era verdad que ambos amigos cifraran sus esperanzas en «el triunfo de las Naciones Unidas», pues en sus amistosas reuniones «no se habló más que de la cuestión política en general, sin tratar del beneficio para la causa republicana del triunfo de las Naciones Unidas». Quien citara a Víctor Ruiz Albéniz como avalista nunca pensó que el organismo internacional pudiera alterar el discurrir político de la dictadura. Al menos, según una declaración donde la presencia del coronel, aunque resultara intimidatoria, debió ser menos coercitiva. La circunstancia se repite en otros muchos sumarios de la época.

Enrique Eymar Fernández pensaría que, habiendo tantos comunistas dispuestos a la subversión en las calles madrileñas, apenas merecía la pena insistir en el caso de un anciano republicano que discutía solo en términos teóricos y sin salir de su declarado pesimismo. El 1 de marzo de 1947, el coronel escribe al capitán general de la región militar y le propone la libertad provisional del periodista. La misma le llegaría trece días después, pero con la obligación de presentarse mensualmente en la Dirección General de Seguridad. Vista la cantidad de personas con esa obligación, suponemos que la espera en aquellos pasillos debió ser un acto tan habitual como masificado. La correspondiente foto no me consta, de la misma manera que no he encontrado todavía otras que testimoniaran estos actos administrativos, jurídicos o policiales. Ni siquiera en Redención, donde Martín Santos Yubero prefería mostrar presos atentos a las sabias palabras de Amancio Tomé, el director de la cárcel de Porlier que les arengaba para devolverlos a la buena senda.

La voluminosa instrucción del caso de la Alianza Republicana, que afectó a más de una docena de viejos republicanos, siguió adelante. En lo que respecta a Francisco Escola Besada, la Guardia Civil redacta un informe el 26 de noviembre de 1947. El mismo reitera circunstancias de filiación ya presentes en el sumario y añade una conclusión: el represaliado «es persona de ideal izquierdista y está considerado desafecto al Régimen». Cinco días después, la Dirección General de Seguridad reitera los datos acerca del periodista, pero añade que «observa buena conducta haciendo una vida retraída y se le considera como desafecto al Régimen». Este último rasgo era, como es lógico, indeleble y permitía encasillar al afectado como sospechoso habitual sin necesidad de pruebas. El derecho de autor imperante durante el franquismo no precisaba de estas últimas.

Un sesentón republicano ya no suponía demasiado peligro cuando había pasado una buena temporada en la cárcel y, además de pesimista, hacía vida retraída. El 10 de enero de 1948, el auditor general Ramón de Orbe ratifica la orden de libertad provisional dada por el juez instructor y Francisco Escola Besada, junto a otros republicanos, se libró de ser procesado en el consejo de guerra que presidiera el teniente coronel Domingo Martínez de Pisón y Nebot el 12 de marzo de 1948. Ese día varios recalcitrantes, a los ojos de los militares, fueron condenados a penas menores por su intento de organizar una Alianza Republicana capaz de agrupar a quienes podrían verse beneficiados por «el triunfo de las Naciones Unidas».

Las condenas fueron desde los seis años del citado abogado hasta uno para algunos de los correligionarios. Nada que ver con las dictadas cuando los procesados eran comunistas o similares. La verdadera cuestión era mantener controlada cualquier posibilidad de disidencia, por minoritaria o moderada que pudiera resultar. Así ningún viejo republicano albergaría la tentación de alterar su «vida retraída». El periodista Francisco Escola Besada tomó buena nota y sus huellas se perdieron hasta el presente. Ni siquiera tuvo la ocasión de justificar su pesimismo. El origen del mismo radicaría en la condición de quien, cumplidos los sesenta, sabría de una derrota sin tiempo para abrigar la esperanza, aunque fuera la remota de unas Naciones Unidas donde nadie manifestó preocupación por estas historias tan menores como anónimas. Ahora solo merecen la atención de quienes cultivamos la microhistoria documentada porque el resto de las metodologías, en cierta medida, tiende a la especulación, que permite afirmaciones contundentes y hasta imaginativas.

 

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