La preparación del segundo volumen de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 me ha permitido conocer la trayectoria de Santiago de la Cruz Touchard (1901-1968), del cual ya hemos hablado en este blog con motivo de sus colaboraciones en el diario Mundo Obrero, que junto a sus actividades como miliciano le llevaron al procesamiento en consejo de guerra y posterior condena.
Uno de los datos hasta cierto punto sorprendentes de su trayectoria es que, antes de la Guerra Civil, era letrista de canciones populares como «Gol del Madrid» o «¡Viva la mujer!», incluso de «El negro salió mandanga», que por sus títulos parecen poco acordes con su militancia comunista y colaboración en el citado órgano del PCE. El recuerdo del caso de José Luis Salado, el director de La Voz, nos permite suponer que esta dualidad entre lo frívolo y lo comprometido no era tan extraña en aquella época de cambios tan drásticos como acelerados.
A la búsqueda de esos antecedentes de quien pasó por las cárceles franquistas antes de marchar a México, he consultado el volumen Pecados que Dios perdona (1925), donde el debutante Santiago de la Cruz y Touchard -la aristocrática «y» desaparecería durante la guerra- recopila cinco narraciones breves de carácter galante y con una orientación cercana a la de Álvaro Retana, a quien el joven narrador dedica el libro.
El volumen prologado por Juan Ferragut, otro habitual de la prensa republicana durante la guerra, agrupa los relatos titulados La loca del cuarto de azul, Pecados que Dios perdona, ¡Bendita ilusión!, La quería él y La venganza, todos en la línea de una literatura galante bastante menos atrevida que la de Álvaro Retana
El mismo volumen anuncia otras novelas del autor cuya aparición sería sucesiva: De la vida canalla, A conquistar Madrid con once reales -novela autobiográfica-, La odiosa familia y Muñecos de bazar, calificada como «novela no recomendable» para suscitar el interés del lector aficionado a los relatos galantes. Asimismo, al final del volumen se anuncia la inmediata aparición de Lo que estaba escrito. Un drama de la vida canalla, presentada como una «novela de emoción, fina sensualidad y arte».
El catálogo de la Biblioteca Nacional de España no da cuenta de estas obras, que ni siquiera sabemos si acabaron publicándose. La circunstancia es habitual en las colecciones de narraciones breves de los años veinte. No obstante, haremos nuevas búsquedas por si podemos localizar alguna de ellas, en especial la presentada como novela autobiográfica, porque nos interesa conocer la trayectoria de quien en 1925 se fotografiaba como un joven elegante capaz de poner una aristocrática «y» entre sus apellidos y, apenas diez años después, llevaba el casi reglamentario mono azul de los milicianos. Su evolución, como la del citado José Luis Salado, rompe los moldes de una bibliografía solo atenta a los nombres consagrados por el canon. Y, por cierto, recordemos que el singular Álvaro Retana también acabó en las cárceles franquistas, donde la frivolidad y la sensualidad de la galantería serían un lejano recuerdo.
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