La represión franquista, como cualquier otra, siempre tiene un componente dramático poco compatible con el humor. Los historiadores nunca debemos olvidar que estamos ante un conflicto entre victimarios y víctimas donde estas últimas sufren unas consecuencias a menudo trágicas. Sin embargo, el relato pormenorizado de los consejos de guerra permite observar momentos absurdos que provocarían la sonrisa de no mediar el citado componente dramático para las víctimas.
Uno de esos momentos es el consejo de guerra instruido contra la feminista, librepensadora, masona y periodista Amalia Carvía Bernal, que fue detenida en Valencia poco después de finalizar la Guerra Civil. La gaditana nació el 12 de mayo de 1861 y, por lo tanto, en el momento de su detención estaba a punto de cumplir los ochenta años. La viuda y maestra en 1934 había sido nombrada Caballero de la Orden de la República. El nombramiento no contemplaba por entonces la necesidad del lenguaje inclusivo, pero doña Amalia lo celebró con un banquete en Valencia y fue retratada según la vemos en la imagen de arriba, que se encuentra depositada en la Biblioteca Digital Valenciana y me ha sido facilitada por su biógrafo Manuel Almisas.
No hace falta recurrir a la imaginación para suponer que, cinco años después, la venerable viuda no luciría con más fiereza para hacer verosímil su participación en una rebelión militar. Lo absurdo de la acusación nunca fue admitido por el tribunal militar, que sobreseyó el caso, pero la remitió al Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Allí sería finalmente condenada a la «inhabilitación absoluta perpetua». Vista la edad y la situación de la procesada, la sentencia sería de improbables efectos prácticos, pues la viuda ya no pretendería ocupar un puesto en la gerencia o el consejo de administración de alguna empresa, sea pública o privada.
El absurdo del proceso y la posterior condena habría asombrado al mismísimo Pedro Muñoz Seca, asesinado por los republicanos y hombre de buen humor, que en La venganza de Don Mendo, acto II, nos regaló unos versos de obligado recuerdo cuando lo hiperbólico del lenguaje contrasta con la realidad tantas veces mixtificada por ese mismo lenguaje:
Siempre fuisteis enigmático
y epigramático y ático
y gramático y simbólico,
y aunque os escucho flemático
sabed que a mi lo hiperbólico
no me resulta simpático.
Lo dicho, a nosotros tampoco nos "resulta simpático" ese lenguaje dispuesto a justificar la violencia represiva, incluida aquella que cae en el ámbito de lo absurdo y hasta risible.
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