La consulta de los sumarios depositados en el Archivo General e Histórico de Defensa, de Madrid, a veces deja interrogantes de difícil respuesta. A lo largo de estas últimas semanas he analizado el sumario 123150 del citado archivo, donde se da cuenta de un rocambolesco proceso seguido contra una docena de represaliados del franquismo que, según la Brigada Político Social, en 1943 pretendía fundar un grupo de oposición radicado en el madrileño local de Fotografía Mendoza, un entresuelo de la céntrica calle del Carmen arrendado por el fotógrafo José M.ª Díez Casariego porque ya no podía publicar sus excelentes reportajes en la prensa nacional.
El trabajo aparecerá en el segundo volumen de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra contra periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa) y está prácticamente terminado. Sin embargo, algunas interrogantes necesitarán nuevas búsquedas o quedarán sin respuesta porque la documentación conservada no da cuenta de todo lo sucedido en aquella tertulia de represaliados donde dos fotógrafos, tres extras cinematográficos, un militar apartado por los vencedores, un estraperlista mujeriego, un corredor de embutidos y el dependiente de una carbonería conspiraban contra la dictadura porque debían estar preparados ante la inminente victoria de los aliados en la II Guerra Mundial. Y, tal vez, toda esa labor de subversión se llevó a cabo con la ayuda de «un tal Julito», dependiente de una tienda de ultramarinos y vendedor de tabaco rubio de contrabando. Por si faltara algo, en la historia recreada en el sumario intervienen un borracho de muy mal beber cuando regresaba a casa, una soprano harta de aguantar al viejo marido, una esposa engañada que sacaba adelante a sus hijos, una amante embarazada tras saber que los divorcios de la etapa republicana ya no eran válidos y «un tal Cuenca», que durante años consiguió burlar la persecución de la Brigada Político Social.
Uno de los misterios del sumario 123150 es el sentido del dibujo arriba reproducido. El mismo fue incautado por la Brigada Político Social en el local de Fotografía Mendoza y se encuentra en la quinta página de un bloc repleto de anotaciones contables del propietario, el fotógrafo José M.ª Díez Casariego. La calavera con un puñal clavado y la hoz y el martillo en el parietal izquierdo aparece junto a un texto: «Al ladrón y traidor de Santos Yubero en recuerdo de su representación gráfica de la Unión Soviética».
El fotógrafo Martín Santos Yubero (1903-1994) durante la Guerra Civil colaboró en destacados diarios republicanos de Madrid (ABC, Ahora, Crónica, La Libertad, La Voz y Mundo Gráfico) y fue nombrado secretario de la Unión de Informadores Gráficos de Prensa, a la que también pertenecía José M.ª Díez Casariego de acuerdo con la documentación incautada en su local. La diferencia es que este último fue un represaliado, a pesar de haber colaborado probablemente con la Quinta Columna, mientras que Martín Santos Yubero de forma sorpresiva pasó a ser uno de los fotógrafos oficiales del general Franco e, incluso, el fotógrafo de cabecera de Carmen Polo de Franco.
José M.ª Díez Casariego, según el testimonio de Diego San José, durante los últimos meses de la guerra buscó la manera de caer en blando ante la inminente derrota. Su comportamiento provocó el recelo de los colegas de Heraldo de Madrid y, además, fue el protagonista de anécdotas poco acordes con la ética de la coherencia. El represaliado que se inventó una condena a muerte no podía exigir demasiado en términos de coherencia, pero tal vez mostrara su indignación ante el comportamiento tornadizo del colega y hasta se vengara con un dibujo que parece ser una clara amenaza.
Al margen del todavía desconocido origen del enfrentamiento entre ambos colegas, el verdadero misterio radica en que ni la Brigada Político Social ni los instructores del consejo de guerra investigaron o preguntaron al respecto. La justificación dada por José M.ª Díez Casariego acerca de la procedencia del bloc incautado es inverosímil, pero quedó registrada sin que los citados añadieran preguntas o diligencias. Y, además, la prueba desapareció en el auto resumen remitido al plenario del consejo de guerra.
Nadie quiso indagar en los motivos por los cuales Martín Santos Yubero, su calavera, aparece en un inquietante dibujo con todas las apariencias de una venganza no exenta de amenaza. Si los policías y militares callaron al respecto, el historiador debe intentar averiguar los motivos de ese dibujo, aunque los mismos probablemente se relacionen con una época donde muchos intentaron caer en blando y otros lograron perdones insólitos. El «Camarada Matías», el empresario teatral Matías Colsada, no fue el único protagonista de estos milagros en unos tiempos de represión que, vistos con lupa, albergan historias capaces de matizar cualquier caracterización acerca de las víctimas y los victimarios.
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