jueves, 5 de octubre de 2023

Santiago de la Cruz, periodista condenado a muerte


 

Santiago de la Cruz Touchard (1901-1968) es el letrista de canciones como «Gol del Madrid» o «¡Viva la mujer!», incluso de «El negro salió mandanga», que nos remiten a un autor tan popular como ocurrente en el mundo de las variedades. La relación de estos y otros muchos títulos similares no cuadra con la imagen habitual de un literato comprometido, pero el madrileño también era un militante comunista que alcanzó el grado de Mayor Jefe de la 1ª Brigada de Caballería, según consta en la documentación del CDMH, y escribió en Mundo Obrero desde septiembre de 1936 hasta enero de 1937. En la página cinco del número correspondiente al 12 de septiembre de 1936 le vemos fotografiado mientras entrevista al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el comunista Jesús Hernández (p. 5), a quien volvería a entrevistar el 26 del mismo mes para reclamar «¡Escuelas, muchas escuelas!». Santiago de la Cruz Touchard también se desplazó a Toledo para dar el 9 de septiembre la última hora del asedio al Alcázar y entrevistó en Madrid al teniente coronel Emilio Herrera, un «sabio» que publicaba artículos sobre aeronáutica en la prensa soviética (15-IX-1936). Más adelante, quien compartía la cabecera con César Arconada escribió sobre la necesidad de militarizar las milicias (14-X-1936) y defendió la creación de la Guardia Nacional Republicana como alternativa democrática a la Guardia Civil (3-XI-1936). La trayectoria de Santiago de la Cruz Touchard como periodista de Mundo Obrero fue tan intensa como fugaz, pues el letrista de canciones frívolas resultó movilizado y pasó a combatir el fascismo con las armas.

Al finalizar la guerra, su militancia antifascista tan alejada de los parámetros habituales en la investigación académica le llevó a dos sumarísimos de urgencia y el 16 de enero de 1940 fue condenado a muerte por un tribunal militar. A diferencia de lo sucedido con Manuel Navarro Ballesteros, su compañero de redacción, el general Franco no lo incluyó entre los destinados al paredón y Santiago de la Cruz Touchard vería conmutada la pena por otra de treinta años que luego pasó a ser de veinte. Finalmente, después de cinco años de cárcel en cárcel, el periodista, dramaturgo y letrista salió en libertad condicional o «atenuada» el 19 de mayo de 1944. La vida debía comenzar de nuevo a los cuarenta y cuatro años y, el 12 de octubre de 1946, Día de la Raza, el represaliado solicita el indulto al capitán general de la I Región Militar.

La documentación del sumario 38819 del AGHD está repartida en dos entradas del catálogo por un error en la transcripción del segundo apellido, Tuuchard. El citado no incluye la instrucción y la sentencia del consejo de guerra. Los archiveros han subsanado el problema y en adelante el sumario podrá ser consultado en su totalidad. A la espera de la correspondiente copia, suponemos que la instrucción correría a cargo del Juzgado Militar de Prensa encabezado por Manuel Martínez Gargallo. La producción periodística del encausado es notable por la filiación política del medio donde apareció y estos casos solían ser competencia de la especialización del citado juez y sus secretarios, que por fortuna tuvieron dificultades para acceder a los fondos de Mundo Obrero y realizar los correspondientes informes sobre unos artículos convertidos en pruebas de cargo.

Tampoco conocemos todavía la composición del tribunal que lo condenó a muerte por el delito de rebelión militar, pero es fácil adivinar que los militares no tendrían demasiadas dudas al respecto sabiendo la filiación política del letrista de «Mi carioca» y, además, su participación como oficial en el ejército republicano. Santiago de la Cruz Touchard sería condenado por el delito de rebelión militar, que se utilizó por entonces a modo de comodín de imposible justificación histórica. Los cinco años pasados en aquellas cárceles -siendo uno de los trece presos que protagonizaron un acto de protesta en el temible penal de Valdemoceda (Burgos) en el invierno de 1941- le dejarían sin el humor necesario para volver a escribir «¡Tira p’a Jeré! ¡Arre, caballito!», la zambra con música del popular maestro Quiroga que le daría días de gloria cuando en colaboración con Serafín Adame estrenó ¡Yo soy un señorito! en octubre de 1938 (véase la entrada del pasado 28 de septiembre). De hecho, a resultas de aquel acto de rebeldía contra el adoctrinamiento jesuítico en el penal burgalés fue trasladado, junto al historiador del arte Juan Antonio Gaya Nuño (AGHD, 3560), a Las Palmas, donde estaba localizado uno de los penales con fama de aniquilar cuerpos y almas.

Vista la oportunidad de cerrar este capítulo de palizas carcelarias, batallones de trabajo y penales similares a un campo de concentración nazi, Santiago de la Cruz Touchard pidió el indulto, pero el fiscal lo informó desfavorablemente el 29 de abril de 1947. Y, además, añadió una nota poco habitual en estos documentos que prueba la especial inquina contra el comunista del mundo de las variedades: «Otrosí digo: caso de ser indultado el rematado, dados sus antecedentes, debe previamente acreditarse si ha presentado a su debido tiempo la declaración retractación a que le obliga el art. 7 de la Ley de 1 de marzo de 1940 (BO, n.º 62) y, caso afirmativo, que se un testimonio de la resolución dictada por el Tribunal de la Masonería y el Comunismo». El objetivo resulta evidente: el rojo en cuestión no debía quedar en paz en su domicilio de la calle García Morato, n.º 107 y el TERMC completaría la labor represiva iniciada con el consejo de guerra.

Lo incompleto del sumario citado, a la espera de analizar también el 54703 del AGHD, impide conocer el desarrollo del consejo de guerra, pero al menos hay copia de lo que fue considerado como hechos probados para condenar a Santiago de la Cruz Touchard por rebelión militar: «Al estallar el Glorioso Movimiento Nacional colaboró como redactor de Mundo Obrero, dejándolo en octubre de 1936 [el dato es erróneo] por enrolarse como voluntario en el V Regimiento, donde le hicieron comandante de Caballería y, más tarde, jefe de la Brigada de Caballería, así como también desempeñó el cargo de jefe de una Escuela de Capacitación. Exaltado izquierdista, fue un elemento preponderante en el PC. Su labor como redactor de Mundo Obrero consistió en el servicio de información en departamentos oficiales». Los datos son parcialmente erróneos, pero es indudable que el instructor y el fiscal actuaron conociendo la trayectoria del antifascista. De acuerdo con el catálogo de la BNE, en 1925 había publicado la novelita Pecados que Dios perdona con la probable sonrisa de un paternalismo comprensivo en materia tan venial como pecaminosa. Los vencedores dijeron actuar en nombre del Altísimo, pero Santiago de la Cruz Touchard comprobaría que puestos a perdonar fueron menos magnánimos.

A pesar de estos antecedentes del «rematado» que en Valdemoceda permaneció de pie frente al Santísimo en el transcurso de una solemne misa, el auditor general le declaró indultado el 5 de mayo de 1947, aunque lo pone a disposición del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Allí continuaron sus penas como tantos otros represaliados de unos tribunales casi superpuestos para evitar cualquier escapatoria. No obstante, por lo pronto el capitán general de la I Región Militar firmó la concesión del indulto el 17 de mayo de 1947.

La citada fecha marcaría el inicio de una nueva etapa de su vida que requería el silencio con respecto al pasado de la militancia antifascista, incluso en el ámbito familiar. Gracias al coraje y el trabajo de su compañera, la familia de Santiago de la Cruz superó los años más duros de la represión. No obstante, cuando pudieron marcharon a Méjico en busca de un futuro que en España se le había negado. Allí el letrista estableció contactos que resultarían decisivos para encontrar un hueco en la vida laboral. Según su amigo del mundo teatral Fernando Collado (pp. 621-2), Santiago de la Cruz Touchard volvería a reanudar sus quehaceres profesionales como corresponsal en Madrid de periódicos mejicanos y empresas publicitarias. Asimismo, su simpatía y calidad humana le llevaron a ser jefe de relaciones públicas de diversas agencias internacionales. Estas actividades le permitirían salir adelante hasta 1968, cuando falleció en Madrid, pero es probable que en su fuero interno recordara los tiempos de la II República y hasta se sintiera orgulloso de que Rafael Alberti le dedicara, según su citado amigo, el conocido poema Galope, aquel popularizado por Paco Ibáñez y tantas veces cantado en los mítines o recitales del antifascismo: «¡A galopar,/ a galopar,/ hasta enterrarles en el mar!». Tal vez Santiago de la Cruz Touchard recordara los conocidos versos, pero los llevaría en el exclusivo bagaje de los recuerdos íntimos, que ni siquiera podría compartir con los amigos del buen humor encabezados por el crítico cinematográfico Alfonso Sánchez.

Ahora solo queda investigar en profundidad este caso para que sea incluido en el segundo tomo, o la ampliación, de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa).

 


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