La
trayectoria de la escritora Aurora Bertrana Salazar (1892-1974) cuenta con numerosos
alicientes para merecer una amplia bibliografía en los medios académicos. La
gerundense es hija de una figura destacada de las letras catalanas, pionera del
jazz interpretado por mujeres tras recibir una educación cosmopolita, feminista
moderada con una notable proyección pública, viajera desprejuiciada por mundos
exóticos, periodista políglota, activista cultural, diputada por ERC... y hasta
miembro de la masonería. Todas
estas facetas se acumulan a un ritmo intenso antes de la Guerra Civil, su
separación matrimonial y un exilio en Suiza desde junio de 1938 del que
volvería relativamente pronto, gracias a las gestiones de un familiar, para reencontrarse
con su madre y culminar la trayectoria literaria en su tierra natal. Entre
otros motivos, porque Aurora Bertrana Salazar era una mujer independiente
acostumbrada a salir adelante, necesitaba publicar para vivir y la pluma fue su
herramienta de trabajo.
La
biografía de esta mujer apasionante por las circunstancias que le tocó protagonizar
quedó reflejada en dos gruesos volúmenes de memorias -el segundo apareció con
carácter póstumo en 1975- y ha sido objeto de estudio en una amplia
bibliografía. He comenzado a consultarla con la esperanza de encontrar huellas
de la represión que durante el franquismo sufrió a manos del Tribunal Especial
para la Represión de la Masonería y el Comunismo. A falta todavía de algunos
títulos que no he podido localizar, la primera impresión es que este episodio
biográfico ha pasado desapercibido para la mayoría de quienes estudian su obra.
Tal vez porque su interés sea menor en comparación, por ejemplo, con el
exotismo de las crónicas viajeras por la Polinesia o la voluntad de abrirse
camino siendo una mujer independiente, incluso cuando estaba casada con un
ingeniero suizo que la acabó abandonando. En cualquier caso, la consulta de una
documentación que durante la posguerra reaparece de forma tan burocrática como
obsesiva hasta el absurdo resulta significativa, al menos para conocer el grado
de presión que podía ejercer la tupida red jurídica al servicio de la represión.
Incluso cuando la víctima, por la lógica de una trayectoria vital que la
condujo a un aislamiento con respecto a los círculos republicanos, había dejado
atrás una afiliación masónica que ni siquiera aparece probada en la
documentación actualmente depositada en el CDMH, de Salamanca.
A
partir de la documentación incautada por los franquistas y una vez resuelto el
problema de las dudas acerca de sus apellidos, pues la escritora a veces figura
con el de su esposo suizo y tuvo abiertos dos expedientes hasta su refundición
por orden del responsable de la Delegación Nacional de Servicios Documentales
fechada el 17 de octubre de 1955, parece probado que Aurora Bertrana Salazar manifestó
su voluntad de mantener una relación con la masonería desde febrero de 1934,
cuando mayor era su presencia pública en los medios republicanos de Cataluña. De
hecho, la autora publicaría en Barcelona dos meses después el volumen Peikea,
princesa caníbal i altres contes oceànics y, desde entonces, su nombre
quedó asociado al exotismo y los viajes a lugares cuya cultura suponía un
abierto contraste con la catalana. También fue un momento de protagonismo en
los medios intelectuales, periodísticos y hasta políticos, por lo que no debe
extrañar el deseo de Aurora Bertrana Salazar de integrarse en el mundo de la
masonería donde ya estaban algunas de sus mejores amistades.
El
8 de febrero solicitó el ingreso en la logia Democracia, n.º 14, de Barcelona
tras alegar como prueba de su liberalismo y mentalidad abierta la frecuente
presencia en el Ateneo, el Lyceum Club, el Club Marítimo, la universidad y el
Conferencia Club de la capital catalana. Aurora Bertrana Salazar era una mujer
tan culta como inquieta y contó con los avales favorables de masones amigos
encabezados por Nicolau d’Oliver, que en varias etapas biográficas fue su
confidente. La logia tramitó la petición y fijó el 12 de marzo de 1934 como la
fecha para la iniciación de «la profana» porque, según uno de los avalistas,
«posee tan sólida cultura que una conversación con ella es un recreo del
espíritu». A pesar de que la escritora también estuvo relacionada con la Gran
Logia Regional del Nordeste de España, todo parece indicar que la presencia en
la masonería fue un episodio más en su intensa biografía de aquellos años
revueltos. Al cabo del tiempo, solo quedaría el recuerdo más o menos vago, que
no pudo formar parte de un frustrado tercer volumen de sus memorias por el
fallecimiento de la catalana. Una lástima, pues nos quedamos sin conocer su
testimonio acerca del exilio interior.
El
pasado de activista de distintas causas quedó atrás por el imperativo de los
tiempos. Sin embargo, la represión franquista nunca olvidaba y los documentos
permanecían una vez incautados para justificar los correspondientes sumarios.
El 29 de mayo de 1944, la Dirección General de Seguridad pidió los antecedentes
de la escritora al delegado del Estado para la Recuperación de Documentos, que
tenía su sede en Salamanca. La iniciativa policial parte de una denuncia
presentada el 5 de mayo de 1940, en el marco de su retractación pública como
masón, por Ismael Mendoza Gómez, jefe de la policía local de Tánger.
El
abulense natural de Riofrío conocería a la catalana cuando la intrépida viajera
efectuó un recorrido por Marruecos para escribir un libro testimonial, El
Marroc sensual i fanàtic, cuya autoría femenina fue un nuevo motivo de
escándalo en los medios conservadores de Cataluña. La información que aporta el
policía arrepentido y delator es imprecisa, pero suficiente para abrir
diligencias por si fuera necesario incoar un sumario: «En 1934 o 1935 por
iniciativa propia se llevó a cabo [la vigilancia] de una catalana, pero de
nacionalidad suiza, adquirida por nacimiento, llamada Aurora Choffat, comunista
y masona». Sin más datos o pruebas fruto de una investigación, la Dirección
General de Seguridad informa al TERMC acerca de la autora catalana: «de ideas
francamente izquierdistas, que con anterioridad al Glorioso Movimiento Nacional
hizo gran propaganda de sus ideales». De hecho, «la reseñada manifestó que su
viaje por aquellas tierras [de Marruecos] obedecía a recopilar datos para
reflejarlos en sus crónicas, pero, al parecer, debía ser un agente de
información al servicio de una potencia extranjera o un enlace o correo de la
masonería».
Aurora
Bertrana Salazar nunca militó en las filas del comunismo y la posibilidad de
ser un agente de una potencia extranjera forma parte de las coartadas
novelescas utilizadas por quienes vigilaban cualquier asomo de disidencia. No
obstante, la catalana estaría hasta cierto punto vinculada con la masonería
cuando tuvo la iniciativa de viajar a Marruecos poco antes de la Guerra Civil.
La intención era escribir un nuevo libro de viajes para consolidar el éxito
obtenido con el volumen dedicado a los meses pasados en la Polinesia. Alguien
no la creyó y sus pasos, que incluyeron visitas a un harén y lugares
habitualmente vetados para una señora, fueron vigilados por la policía, ya que los
responsables de la misma en Tánger la consideraban «un agente de información al
servicio de una potencia extranjera o un enlace o correo de la masonería», que
para eso era una sociedad oculta. La sospecha despierta la imaginación, máxime
cuando el objetivo es una mujer tan independiente como agraciada en su madurez
que se muestra dispuesta a superar las barreras de los prejuicios.
El
testimonio de aquellas pesquisas de la policía derivó en una denuncia que llegó
a manos del TERMC, donde el 31 de octubre de 1946 sus responsables le incoaron
un sumario cuya sentencia, dada la ausencia de quien todavía permanecía en el
exilio, está fechada el 28 de junio de 1947 con un resultado negativo. Por
entonces, el tribunal decretó el archivo ante la imposibilidad de comprobar la
condición de la escritora como miembro efectivo de la masonería. Las
autoridades franquistas nunca fueron ejemplo de una investigación sagaz,
tampoco disponían de medios para realizarla, y solo sabían de las pretensiones
de «la profana» en febrero de 1934. El resto, incluyendo el resultado de la
petición de ingreso, lo desconocían. Nadie pudo aportar información sobre la
hipotética presencia de Aurora Bertrana Salazar en las citadas logias
catalanas. Entre otras razones, porque nunca hubo un verdadero intento de
investigar un episodio solo presente en el TERMC por la rutinaria voluntad de
controlar hasta el más mínimo resquicio de disidencia en nombre de la masonería
y el comunismo.
En
la documentación conservada en el CDMH, de Salamanca, no consta que la
escritora fuera localizada en Barcelona y llamada a declarar tras su temprana
vuelta del exilio en Suiza. Nadie se molestó en este sentido. Tampoco lo
considerarían motivo de preocupación. Sin embargo, la documentación relacionada
con la catalana siguió dando tumbos burocráticos en espiral hasta 1955. De hecho,
tanto el 6 de junio de 1946 como el 13 de octubre de 1954, el TERMC constata
que la escritora no había presentado la preceptiva declaración de retractación
por su pasado masónico. Tal vez Aurora Betrana Salazar ni siquiera fuera
consciente de la necesidad de realizarla una vez vuelta del exilio y tras haber
sido puesta en búsqueda y captura por la Dirección General de Seguridad el 29
de enero de 1947. No obstante, parece más lógico pensar que alguna noticia le
llegaría hasta su modesto domicilio en Cataluña. Al menos, como evidencia de
una dictadura que conocía parte de sus antecedentes y nunca mostró la más
mínima pretensión de olvidarlos o contrastarlos con su posterior evolución.
La
escritora gerundense, como tantos otros compañeros de los tiempos republicanos,
sabía que su libertad en la España del general Franco solo era «condicional o
atenuada». Gracias a la bibliografía cuya consulta tengo pendiente, intentaré
aclarar el verdadero alcance de esta potencial represión donde la petición de una
«profana» podía ir dando tumbos durante décadas. Aunque solo fuera para
demostrar que los represores franquistas nunca olvidaban. De hecho, el 28 de
junio de 1947 el general Enrique Cánovas firmó el archivo de la causa seguida
contra la escritora y, siete años después, volvió a preguntar por ella sin
necesidad de que nadie hubiera aportado la más mínima novedad. Lo importante para
estos oficiales en funciones de juristas era permanecer vigilante, por si acaso
una señora de sesenta años pudiera reverdecer sus tiempos de inquietudes.
Nota: el retrato de Aurora Bertrana Salazar, a sus cuarenta y un años, se encuentra depositado en el CDMH (Masonería_A_FOTO_141).
No hay comentarios:
Publicar un comentario