martes, 15 de agosto de 2023

Ignacio F. Iquino, de la santidad a la pornografía (sin manipulación)


El período final de Ignacio F. Iquino fue más sorprendente que el de Rafael Gil. También algo novelesco, al menos por su vertiente picaresca. Nos encontramos ante un singular personaje cuya trayectoria creativa, comercial e industrial está reclamando una biografía, de compleja elaboración por depender de una memoria oral a punto de extinguirse. Resultaría apasionante para quienes pensamos que la historia de nuestro cine revela a menudo un componente rocambolesco protagonizado por personajes insólitos. El director barcelonés fue un emprendedor capaz de montar su propia productora, estudios de rodaje incluidos, que con un sentido de la economía similar al del dómine Cabra culminaba la elaboración de un considerable número de películas. IFISA hizo todo lo imaginable en un cine del franquismo que alentó algunos subgéneros hoy olvidados. No obstante, llama la atención que el Ignacio F. Iquino respetado por películas como Brigada criminal (1950) y en sintonía con la ortodoxia franquista en títulos de inequívoco significado: El tambor del Bruch (1948), El Judas (1952), El niño de las monjas (1958), Trigo limpio (1962) y Aborto criminal (1973), desde 1961 se dedicara a las dobles versiones para el mercado extranjero y aprovechara la progresiva apertura de la censura para jalonarla con un erotismo que siempre había estado latente y ahora explotaba gracias a la moda del destape: Chicas de alquiler (1974), La zorrita en bikini (1976), Los violadores del amanecer (1977), Las que empiezan a los quince años (1978), ¿Podrías con cinco chicas a la vez? (1979), La caliente niña Julieta (1980) -el mayor éxito popular del cine S con una recaudación en taquilla de 98.449.949 pesetas-, Jóvenes amiguitas buscan placer (1981) o Esas chicas tan pu… (1982). Algunas de estas películas rodadas a un ritmo industrial y vendidas en lotes tuvieron un notable éxito en el conjunto de las clasificadas S, que ahogó la producción y la exhibición cinematográficas de aquellos años (quinientos veinticinco títulos censados durante el período 1978-19829).




Ignacio F. Iquino, en 1978, teorizaba acerca de la diferencia entre el erotismo y la pornografía: «La barrera está en la manipulación de los sexos. Puede verse lo que sea, pero cuando hay manipulación entramos en el porno. Yo nunca haré pornografía. Soy antiporno. Además, en España no tendrá éxito la pornografía porque los españoles somos cachondos, pero no somos unos puercos». Muchas otras declaraciones de este tipo han quedado en las hemerotecas, a la espera de ser analizadas por los porn studies de las universidades norteamericanas. Mientras tanto, no conviene cebarse en las palabras de quienes jamás pensaron ser escuchados en el futuro. Nadie, viendo aquellas películas sin manipulación, pero abundantes en carnes femeninas en el más desatado celo, pensaría en un anciano director que había rodado historias protagonizadas por santos, monjas y niños ejemplares, aunque nunca renunciara -ni siquiera en su última etapa- a una cínica moralina de aires rancios y carpetovetónicos. Otras producciones suyas se perdieron en las programaciones dobles de los cines de barrio, donde era posible ver las más insólitas combinaciones fruto de una época de desguace donde todo parecía amontonado, sin orden ni concierto a la espera de una relativa normalización que tardaría algunos años.

Nota:

Texto extraído del capítulo «Hubo un tiempo de chinos y minifaldas» incluido en La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2007).

El citado libro se puede adquirir en:

https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/

El preprint del ensayo se puede consultar en:

http://hdl.handle.net/10045/136663

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