El
período final de Ignacio F. Iquino fue más sorprendente que el de Rafael Gil.
También algo novelesco, al menos por su vertiente picaresca. Nos encontramos
ante un singular personaje cuya trayectoria creativa, comercial e industrial
está reclamando una biografía, de compleja elaboración por depender de una
memoria oral a punto de extinguirse. Resultaría apasionante para quienes
pensamos que la historia de nuestro cine revela a menudo un componente
rocambolesco protagonizado por personajes insólitos. El director barcelonés fue
un emprendedor capaz de montar su propia productora, estudios de rodaje
incluidos, que con un sentido de la economía similar al del dómine Cabra
culminaba la elaboración de un considerable número de películas. IFISA hizo
todo lo imaginable en un cine del franquismo que alentó algunos subgéneros hoy
olvidados. No obstante, llama la atención que el Ignacio F. Iquino respetado
por películas como Brigada criminal (1950) y en sintonía con la
ortodoxia franquista en títulos de inequívoco significado: El tambor del
Bruch (1948), El Judas (1952), El niño de las monjas (1958), Trigo
limpio (1962) y Aborto criminal (1973), desde 1961 se dedicara a las
dobles versiones para el mercado extranjero y aprovechara la progresiva
apertura de la censura para jalonarla con un erotismo que siempre había estado
latente y ahora explotaba gracias a la moda del destape: Chicas de alquiler (1974),
La zorrita en bikini (1976), Los violadores del amanecer (1977), Las
que empiezan a los quince años (1978), ¿Podrías con cinco chicas a la
vez? (1979), La caliente niña Julieta (1980) -el mayor éxito popular
del cine S con una recaudación en taquilla de 98.449.949 pesetas-, Jóvenes
amiguitas buscan placer (1981) o Esas chicas tan pu… (1982). Algunas
de estas películas rodadas a un ritmo industrial y vendidas en lotes tuvieron
un notable éxito en el conjunto de las clasificadas S, que ahogó la producción
y la exhibición cinematográficas de aquellos años (quinientos veinticinco
títulos censados durante el período 1978-19829).
Ignacio
F. Iquino, en 1978, teorizaba acerca de la diferencia entre el erotismo y la
pornografía: «La barrera está en la manipulación de los sexos. Puede verse lo
que sea, pero cuando hay manipulación entramos en el porno. Yo nunca haré
pornografía. Soy antiporno. Además, en España no tendrá éxito la pornografía
porque los españoles somos cachondos, pero no somos unos puercos». Muchas otras
declaraciones de este tipo han quedado en las hemerotecas, a la espera de ser
analizadas por los porn studies de las universidades norteamericanas.
Mientras tanto, no conviene cebarse en las palabras de quienes jamás pensaron
ser escuchados en el futuro. Nadie, viendo aquellas películas sin manipulación,
pero abundantes en carnes femeninas en el más desatado celo, pensaría en un
anciano director que había rodado historias protagonizadas por santos, monjas y
niños ejemplares, aunque nunca renunciara -ni siquiera en su última etapa- a
una cínica moralina de aires rancios y carpetovetónicos. Otras producciones
suyas se perdieron en las programaciones dobles de los cines de barrio, donde
era posible ver las más insólitas combinaciones fruto de una época de desguace
donde todo parecía amontonado, sin orden ni concierto a la espera de una
relativa normalización que tardaría algunos años.
Nota:
Texto extraído del capítulo «Hubo un tiempo de chinos y minifaldas» incluido en La sonrisa del inútil. Imágenes de un pasado cercano (Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2007).
El citado libro se puede adquirir en:
https://publicaciones.ua.es/libro/la-sonrisa-del-inutil_128106/
El preprint del ensayo se puede consultar en:
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