sábado, 12 de agosto de 2023

Las memorias del periodista Alfredo Cabanilles


 

La memoria y la mentira son dos conceptos indisolubles en los testimonios de numerosas víctimas. La consiguiente tergiversación de la realidad histórica, aquella verificable con unos mínimos de seguridad gracias a la consulta de fuentes documentales, supone una constante bien conocida por los historiadores. La obligación de los mismos es cuestionar esos testimonios al margen de la condena moral o ética. Lo fundamental es conocer las razones de la presencia de una mentira, una falsedad o un silencio consciente. Gracias a las mismas, también aprendemos sobre las conductas de los protagonistas, el papel de la memoria y, por supuesto, acerca de una historia siempre compleja y necesitada de acercamientos tan complementarios como contrapuestos.

La redacción de Las armas contra las letras. Los consejos de guerra de periodistas y escritores, 1939-1945 (Sevilla, Renacimiento-Publicaciones de la Universidad de Alicante, en prensa) me ha permitido comprobar numerosas mentiras en los testimonios de quienes fueron las víctimas de la represión franquista. La condición de víctima no debe presuponer la de héroe y, por supuesto, estos periodistas, escritores y dibujantes tuvieron motivos de sobra para mentir, sobre todo cuando se jugaban la vida en los consejos de guerra.

El problema es más peliagudo cuando nos referimos a los testimonios de estas mismas víctimas escritos varias décadas después, cuando el peligro estaba superado y el objetivo solía ser dejar constancia de una juventud o una madurez pasada en tiempos de represión. Las excusas en estos casos suelen estar justificadas, desde las dificultades para el acceso a la documentación en el momento de la escritura de esos testimonios hasta la ignorancia de cuestiones históricas que ahora cuentan con abundante bibliografía. También el olvido asociado a la vejez, que no siempre es el mejor momento para afrontar la escritura de las memorias. La negación de estas razones sería absurda, pero tampoco cabe descartar la mentira consciente, el olvido deliberado y, sobre todo, la voluntad de dejar un testimonio positivo de la trayectoria propia cuando el final es inminente.

La condena moral o ética es absurda en estos casos. No obstante, la labor del historiador pasa por confrontar la memoria de los testimonios con las fuentes documentales a la búsqueda de la veracidad o, lo igualmente frecuente, la tergiversación con una motivación de amplio espectro. La labor es tan compleja como ingrata, pues a veces los descendientes del protagonista muestran su malestar cuando la imagen del mismo, lejos de la idealización, revela aspectos tan complejos como indecorosos, que pasan por la mentira, la ocultación y la tergiversación del pasado.

En mi citado libro aparecerán algunos casos ejemplares encabezados por el de Regina García, pero hubo otros bastante notables. Uno es el del periodista Alfredo Cabanilles (1895-1979) que, cumplidos los ochenta años y en la España de la Transición, afrontó la escritura de sus memorias poco antes de fallecer. El objetivo de las mismas es pasar a la historia y hacerlo, claro está, con la imagen más positiva. El periodista, al fin y al cabo, es un nuevo ejemplo de lo ya anunciado en el siglo XVIII por Diego de Torres Villarroel. El salmantino sabía de su polémico pasado y, antes de que otros lo recordaran con resultado incierto, decidió afrontarlo para acomodarlo a sus propios intereses, que en buena medida pasaban por una inmortalidad donde lo negativo de la imagen personal quedara eclipsado o directamente ignorado.

Alfredo Cabanilles protagonizó como destacado periodista momentos graves y decisivos de la historia de España. Esta circunstancia es incompatible con un comportamiento rectilíneo cuya justificación atribuye exclusivamente a su profundo y desinteresado catolicismo. La realidad del mismo es innegable, pero esa condición también cabe extenderla a otras justificaciones a menudo obviadas por las memorias de Alfredo Cabanilles.

Si nos circunscribimos al período de la Guerra Civil y los posteriores consejos de guerra, el tema del citado libro en prensa, las afirmaciones de Alfredo Cabanilles cabe considerarlas como singulares en el mejor de los casos. El periodista asegura sin prueba alguna haber sido condenado a muerte por los franquistas, los comunistas y los anarquistas. Nunca sabemos ni cuándo ni cómo, pero se supone que tamaña persecución estaría relacionada con sus actividades como director de El Heraldo desde el inicio de la guerra hasta mediados de 1937, cuando decidió salir de España hacia un exilio nada voluntario, pues desde que estuviera en Marsella intentó infructuosamente incorporarse a la zona nacional.

Tampoco tiene sentido la afirmación de Alfredo Cabanilles acerca de un supuesto indulto recibido en 1964, cuando regresó a España tras casi tres décadas en Argentina. Los indultos de los sumarísimos relacionados con la Guerra Civil se dieron veinte años antes y, por supuesto, cuando se celebraban los XXV Años de Paz ya no había condenados por lo sucedido entre 1936 y 1939 que estuvieran pendientes de indultos desde la posguerra.

La relación de Alfredo Cabanilles con el general Ungría, responsable del SIM franquista al que denomina «hermano espiritual», no pasa por la visión idílica o caballerosa relatada en las memorias del periodista. Tampoco fueron excesivamente decorosas, a efectos de explicitarlas en unas memorias escritas durante la Transición, algunas de las actividades desarrolladas por el periodista en Buenos Aires, cuando a veces se convirtió en un defensor del Glorioso Movimiento Nacional.

Y, por último, sus actividades en el Madrid de la guerra están en una línea donde resulta complejo separar lo propio de una solidaridad cristiana con los perseguidos, la muchas veces evocada por el periodista, de lo no menos propio de la Quinta Columna, a la que tanto ayudó su denominado «hermano espiritual». El tema resulta polémico y, aunque Alfredo Cabanilles ocupa un lugar secundario en mi citado libro, lo he procurado afrontar de manera que la memoria deje paso a la historia.

En cualquier caso, lo recomendable es tomar los testimonios de los protagonistas con sumo cuidado y, en el caso de editarlos, someterlos a un escrutinio riguroso que pasa por el contraste de lo afirmado con las posibles pruebas al alcance del historiador. El objetivo no es la condena de la mentira o el olvido consciente, uno de los derechos de quienes hacen uso de la memoria, sino la comprensión de las posibles razones de su aparición en unos testimonios que, a menudo, derivan en la inevitable ficción sin la conciencia de la misma como articulación de la memoria para su transmisión. De hecho, las memorias de Alfredo Cabanilles se leen con interés gracias a la ficción, pero su presencia relativiza el valor histórico del testimonio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario