viernes, 5 de diciembre de 2025

Constantino Ruiz Carnero, represaliado después de ejecutado


 Constantino Ruiz Carnero. Fuente: Wikipedia

El marco represivo de la Victoria sigue la lógica de la eliminación del «enemigo», pero a veces la misma revela un ensañamiento difícil de entender más allá de abrumar, hasta el espanto, a quienes pudieran estar cerca de las víctimas. La posibilidad de iniciar un proceso judicial contra alguien ejecutado extrajudicialmente, tan solo para asegurarse de que no ha dejado bienes susceptibles de ser disfrutados por sus familiares, forma parte de ese ensañamiento sin límites protagonizado por represores de aquellos años.

El periodista y escritor Constantino Ruiz Carnero, aparte de buen amigo de Federico García Lorca, era el director de El Defensor de Granada cuando se produjo el golpe de Estado. Su posicionamiento favorable a la II República, así como sus frecuentes críticas a los sectores reaccionarios de la capital andaluza, le convirtieron en una víctima al triunfar los sublevados en una ciudad donde, de hecho, nunca hubo una guerra, pero sí una fuerte represión.



Constantino Ruiz Carnero con Federico García Lorca
Fuente: Universolorca.com

El 27 de julio los sublevados le detuvieron y, tras recibir maltratos, el 8 de agosto fue ejecutado sin que hubiera algún tipo de proceso judicial. Algunas fuentes indican que ni siquiera fue necesario llevarlo al pelotón de fusilamiento porque ya estaba muerto por entonces a consecuencia de un culatazo en la cara, que le rompió las gafas incrustándose los cristales en sus ojos. Así habría agonizado uno de los más brillantes periodistas de la época.

La biografía escrita por Francisco Viqueras, Granada, 1936. Muerte de un periodista (2015), gracias a los familiares del protagonista detalla y documenta lo sucedido durante aquellas trágicas semanas. Poco o nada se puede añadir a la labor de investigación realizada por quien también es periodista y escribe desde la admiración por el legado que dejó su colega y coterráneo.

Sin embargo, y aunque no sea algo completamente nuevo a tenor de los casos ya estudiados, me ha llamado la atención que a Constantino Ruiz Carnero le aplicaran retroactivamente la Ley de Responsabilidades Políticas aprobada el 9 de febrero de 1939. Esta circunstancia ya la había constatado varias veces en los casos de los periodistas y escritores sometidos a consejos de guerra. La historia de Matilde Zapata es ejemplar en este sentido, pero nunca lo había observado en un ejecutado extrajudicialmente, hasta el punto de que su fallecimiento ni siquiera consta en el Registro Civil de Granada.

Según cuenta Francisco Vigueras en su citado libro editado por Comares, el expediente lo iniciaron el 15 de septiembre de 1939, más de tres años después de la ejecución y siendo plenamente conscientes de la misma por la relevancia social de la víctima. En la documentación del expediente constan diversos informes donde se afirma que el periodista «se distinguió por su propaganda izquierdista y antipatriótica», hasta tal punto que «su actuación puede calificarse de desastrosa, antipatriótica y contraria a los postulados que encarna nuestro Glorioso Movimiento Nacional. Fue pasado por las armas y en esta capital no se le conocen bienes».

La ausencia de estos bienes, en una ley concebida para apropiarse de los mismos como vía complementaria de la represión, no desanimó a quienes rebuscaron para localizar lo que pudiera haber dejado este «invertido» amigo de Federico García Lorca. La sentencia era clara en este sentido: «condenamos a la sanción de pérdida total de bienes que existan o pudieran existir del inculpado, cuya remisión económica será efectiva en la forma prevista por la ley».

Al final, y como fruto de las diligencias ordenadas por el juzgado, el 17 de noviembre de 1941 localizaron en la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada una cuenta a nombre del ejecutado con un saldo de 7,85 pesetas. La cantidad sería remitida a las autoridades competentes por la forma prevista legalmente, no sin antes molestar en varias ocasiones a las dos hermanas del periodista.

El relato de Francisco Viqueras analiza la documentación y permite saber que la misma no fue archivada por la correspondiente Comisión Liquidadora hasta el 20 de febrero de 1958, cuando el nombre del periodista era el de un proscrito en la ciudad a la que tantas páginas dedicó. Los plazos de la burocracia represiva debieran ser tenidos en cuenta por quienes blanquean el franquismo más allá de la Victoria.

Constantino Ruiz Carnero no tuvo la posibilidad siquiera de pasar por un sumarísimo de urgencia y, por lo tanto, no aparecerá en mis libros dedicados a los consejos de guerra de periodistas y escritores. Apenas importa. La labor de recuperación de su memoria ya está realizada y, al mismo tiempo, sabemos que los represores se ensañaron con sus víctimas hasta extremos que permiten pensar en una diabólica lógica de la burocracia judicial, aquella que requisa las 7, 85 pesetas dejadas por quien murió porque escribió a favor de la convivencia democrática en un régimen republicano.

 


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