Fernando Aramburu acaba de publicar Hijos de la fábula (Barcelona,
Tusquets, 2023), una novela cuyos protagonistas de nuevo están relacionados con
el terrorismo etarra y sus aledaños. La he leído con la previsible expectación
de quien ha disfrutado con otras novelas y cuentos del mismo autor en torno a
un tema en el que cabe concederle una autoridad. La novela es distraída y hasta
divertida en ocasiones. Hijos de la fábula invita a una lectura relajada
y gratificante, pero también decepcionante a la hora del balance.
Los dos protagonistas mantienen la aspiración de convertirse
en terroristas justo cuando ETA anuncia el final de la lucha armada. La paradójica situación invita a una reflexión compartida con el lector acerca del desenlace
de esta pesadilla de décadas, pero la misma resulta -en mi opinión- inviable
porque Asier y Joseba no solo son unos pobres diablos, sino también dos tontos
muy tontos. La estulticia queda perfectamente ejemplificada a la largo de la novela. A partir de semejante presupuesto y, como es lógico, las tonterías
que cometen para alcanzar su grotesco propósito se van encadenando como si asistiéramos a una película de El Gordo
y El Flaco.
Fernando Aramburu ha escrito excelentes obras. Patria tal vez sea la más conocida, pero esta
última me ha supuesto una decepción. Tampoco tiene demasiada importancia.
Quienes escribimos ensayos también sabemos que algunos debieran ser olvidados para no
sentir demasiada vergüenza. Cuando las trayectorias son largas comprendemos que no siempre hemos estado a la altura de las circunstancias.
No obstante, la enseñanza que acarrea esta lectura de Hijos de la fábula la procuro aplicar a mis ensayos de carácter histórico o cultural sobre el período republicano, el franquismo y la Transición. Sus protagonistas
pueden ser cualquier cosa, incluso las peores, menos tontos. Y, sobre todo, conviene evitar
considerar como tales a quienes por distintos motivos tenemos frente a
nosotros, en nuestras antípodas ideológicas o de otro tipo. El riesgo de caer
en esta tentación es escribir un libro facilón y ventajista, un ajuste de cuentas que puede resultar
tan distraído al lector como inútil a efectos de conocimiento. Los tontos no provocan preguntas sino hartazgo más allá de una aparición fugaz y más de trescientas páginas suponen un marco excesivo para quienes solo servirían como personajes anecdóticos.
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