viernes, 10 de febrero de 2023

Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu, o de la tontería


 

Fernando Aramburu acaba de publicar Hijos de la fábula (Barcelona, Tusquets, 2023), una novela cuyos protagonistas de nuevo están relacionados con el terrorismo etarra y sus aledaños. La he leído con la previsible expectación de quien ha disfrutado con otras novelas y cuentos del mismo autor en torno a un tema en el que cabe concederle una autoridad. La novela es distraída y hasta divertida en ocasiones. Hijos de la fábula invita a una lectura relajada y gratificante, pero también decepcionante a la hora del balance.

Los dos protagonistas mantienen la aspiración de convertirse en terroristas justo cuando ETA anuncia el final de la lucha armada. La paradójica situación invita a una reflexión compartida con el lector acerca del desenlace de esta pesadilla de décadas, pero la misma resulta -en mi opinión- inviable porque Asier y Joseba no solo son unos pobres diablos, sino también dos tontos muy tontos. La estulticia queda perfectamente ejemplificada a la largo de la novela. A partir de semejante presupuesto y, como es lógico, las tonterías que cometen para alcanzar su grotesco propósito se van encadenando como si asistiéramos a una película de El Gordo y El Flaco.

Fernando Aramburu ha escrito excelentes obras. Patria tal vez sea la más conocida, pero esta última me ha supuesto una decepción. Tampoco tiene demasiada importancia. Quienes escribimos ensayos también sabemos que algunos debieran ser olvidados para no sentir demasiada vergüenza. Cuando las trayectorias son largas comprendemos que no siempre hemos estado a la altura de las circunstancias.

No obstante, la enseñanza que acarrea esta lectura de Hijos de la fábula la procuro aplicar a mis ensayos de carácter histórico o cultural sobre el período republicano, el franquismo y la Transición. Sus protagonistas pueden ser cualquier cosa, incluso las peores, menos tontos. Y, sobre todo, conviene evitar considerar como tales a quienes por distintos motivos tenemos frente a nosotros, en nuestras antípodas ideológicas o de otro tipo. El riesgo de caer en esta tentación es escribir un libro facilón y ventajista, un ajuste de cuentas que puede resultar tan distraído al lector como inútil a efectos de conocimiento. Los tontos no provocan preguntas sino hartazgo más allá de una aparición fugaz y más de trescientas páginas suponen un marco excesivo para quienes solo servirían como personajes anecdóticos.


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