lunes, 6 de febrero de 2023

Nuevos datos sobre el misterio de la tumba de Zugazoitia y Cruz Salido


La investigación histórica basada en la consulta de los documentos depositados en los archivos públicos es un trabajo lento, sobre todo cuando se solicita la copia de una documentación. Las recortadas plantillas de nuestros archivos apenas pueden afrontar el importante número de solicitudes que deben satisfacer. Tras trece meses de espera, he conseguido que el Archivo General de la Administración me remita el expediente personal como funcionaria del Ministerio de Trabajo de Florencia Emilia Marroquín de Pedro, una de las dos hermanas que pagaron en la inmediata posguerra las tumbas de los periodistas socialistas Julián Zugazagoitia y Francisco Cruz Salido.
La consulta no aporta grandes novedades al borrador del capítulo correspondiente de Las letras contra las armas, pero permite contar con la seguridad documental a la hora de presentar los datos básicos de la peculiar trayectoria de esta modesta funcionaria, que cuando fue procesada por los republicanos declaró ser militante de Izquierda Republicana y, cuando en 1939 fue depurada por los vencedores, declaró haber colaborado con la Quinta Columna en el Madrid de 1936 a 1939. Y, además, contó con avalistas que la consideraban afecta al régimen republicano y otros que al finalizar la guerra avalaron su militancia en el Glorioso Movimiento Nacional. 
La situación se repite en otros casos estudiados en el citado libro, donde algunas militancias o simpatías políticas varían en función de los intereses o la conveniencia del momento. La justificación suele estar vinculada con la necesidad de sobrevivir y, en menor medida, con alguna ambición. Probablemente, Florencia Emilia Marroquín de Pedro ni fue republicana ni franquista, sino solo una taquimeca enamorada de un compañero de trabajo fusilado en el Madrid de la guerra. Aquella relación le llevó a la checa de Fomento y, posteriormente, a la cárcel en dos ocasiones. Aunque resultó absuelta de los juicios como desafecta al régimen, la persecución se cebó en ella y acabó separada como funcionaria de la II República. Al menos, estas vicisitudes le permitieron ser una excautiva y, tras superar el proceso de depuración sin problemas, culminar en 1971 su trayectoria como modesta funcionaria del Ministerio de Trabajo. También combativa, pues recurrió al Tribunal Supremo para que finalmente le concedieran los trienios correspondientes a la etapa republicana como mecanógrafa en los Jurados Mixtos, antecedente de las Magistraturas de Trabajo.
A los setenta años, en 1971, Florencia Emilia se jubiló dejando en silencio un gesto insólito: su voluntad de que los periodistas citados contaran con una tumba a su nombre cuando el resto de los represaliados acababan en una fosa común. Nunca sabremos hasta qué punto fue una republicana o una franquista, pero el gesto de solidaridad con quienes le ayudaron durante la guerra le honra como persona y me alegro de haberlo dado a conocer con motivo de la investigación que ha culminado en Las armas contra las letras.

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