sábado, 11 de febrero de 2023

Modelo 77 (2022) y las caras oscuras de la Transición


 

Ofendidos y censores (Renacimiento-UA, 2022) incluye un amplio capítulo dedicado al consejo de guerra seguido contra Els Joglars por el estreno de La torna. La consiguiente investigación me permitió conocer el paso de Albert Boadella por la cárcel Modelo de Barcelona, una experiencia que aparece reflejada en sus memorias y en varias entrevistas concedidas por el intérprete y dramaturgo catalán.

El dato me hizo recordar la tétrica imagen de aquel recinto carcelario que, al igual que otros muchos repartidos por España, vistos desde fuera permitían imaginar al mismísimo conde de Montecristo penando en su interior. Edificios enormes, viejos, destartalados…, que ya por entonces parecían una ruinosa herencia de los estertores del franquismo. El interior era peor, incluso pavoroso, por múltiples razones que incluían unas lamentables condiciones higiénicas, el hacinamiento de los reclusos y la continuidad de los malos tratos, al margen de un sistema penitenciario cuya legislación respondía plenamente al franquismo.

En ese contexto de los inicios de la Transición la aparición de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha) era una cuestión de tiempo. Y con ella surgieron unas justificadas protestas capaces de derivar en motines que incluían considerables dosis de violencia por el comportamiento de los reclusos -llegaban a autolesionarse de forma brutal- y los responsables del orden público. La irrupción de los antidisturbios en los recintos carcelarios dejó de ser esporádica con toda la carga de violencia que suponía.

El siempre interesante Alberto Rodríguez da cuenta de esta cara oscura de la Transición en Modelo 77 (2022), una excelente película carcelaria dedicada a la explosión de violencia que estalló en la cárcel Modelo y otras de la geografía nacional. Verla a mi edad es retrotraerse a unos momentos de caos y desorientación cuyo relato oficial, tan deudor de la ficción, apenas se corresponde con las experiencias de quienes vivimos aquellos años y carecemos de la generalizada voluntad de idealizarlos.

Al igual que me sucediera cuando escribí Quinquis, maderos y picoletos (2014), cualquier acercamiento a la cara oscura de la Transición permite dudar acerca de un relato oficial que se resiste a ser sustituido por otro más veraz. La resistencia es notable, además de organizada desde un punto de vista político que cuenta con el apoyo generacional de numerosas personalidades de la época, pero poco a poco aparecen películas, libros, ensayos…capaces de recordarnos que en aquella España nadie estaba en el timón y, ni mucho menos, las actuaciones colectivas e individuales respondían a una especie de guion. La improvisación se impuso y milagro fue que el resultado obviara la catástrofe, tal y como explica Antonio Muñoz Molina en «Novela negra y esperpento de 1981» (El País, 10-II-2023).

Un consuelo personal: lo iniciado en medio de la más absoluta soledad académica con Quinquis, maderos y picoletos, un libro agotado desde hace años, ahora es una corriente creativa e historicista capaz de replantear una Transición cuyas aristas pronto fueron limadas para crear un relato tan oficial como consolador.

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