Ofendidos y censores (Renacimiento-UA,
2022) incluye un amplio capítulo dedicado al consejo de guerra seguido contra
Els Joglars por el estreno de La torna. La consiguiente investigación me
permitió conocer el paso de Albert Boadella por la cárcel Modelo de Barcelona,
una experiencia que aparece reflejada en sus memorias y en varias entrevistas
concedidas por el intérprete y dramaturgo catalán.
El dato me hizo recordar la
tétrica imagen de aquel recinto carcelario que, al igual que otros muchos
repartidos por España, vistos desde fuera permitían imaginar al mismísimo conde
de Montecristo penando en su interior. Edificios enormes, viejos,
destartalados…, que ya por entonces parecían una ruinosa herencia de los
estertores del franquismo. El interior era peor, incluso pavoroso, por
múltiples razones que incluían unas lamentables condiciones higiénicas, el
hacinamiento de los reclusos y la continuidad de los malos tratos, al margen de
un sistema penitenciario cuya legislación respondía plenamente al franquismo.
En ese contexto de los inicios
de la Transición la aparición de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha) era
una cuestión de tiempo. Y con ella surgieron unas justificadas protestas capaces
de derivar en motines que incluían considerables dosis de violencia por el
comportamiento de los reclusos -llegaban a autolesionarse de forma brutal- y
los responsables del orden público. La irrupción de los antidisturbios en los
recintos carcelarios dejó de ser esporádica con toda la carga de violencia que
suponía.
El siempre interesante Alberto
Rodríguez da cuenta de esta cara oscura de la Transición en Modelo 77 (2022),
una excelente película carcelaria dedicada a la explosión de violencia que
estalló en la cárcel Modelo y otras de la geografía nacional. Verla a mi edad es
retrotraerse a unos momentos de caos y desorientación cuyo relato oficial, tan
deudor de la ficción, apenas se corresponde con las experiencias de quienes
vivimos aquellos años y carecemos de la generalizada voluntad de idealizarlos.
Al igual que me sucediera
cuando escribí Quinquis, maderos y picoletos (2014), cualquier
acercamiento a la cara oscura de la Transición permite dudar acerca de un
relato oficial que se resiste a ser sustituido por otro más veraz. La
resistencia es notable, además de organizada desde un punto de vista político
que cuenta con el apoyo generacional de numerosas personalidades de la época,
pero poco a poco aparecen películas, libros, ensayos…capaces de recordarnos que
en aquella España nadie estaba en el timón y, ni mucho menos, las actuaciones
colectivas e individuales respondían a una especie de guion. La improvisación
se impuso y milagro fue que el resultado obviara la catástrofe, tal y como
explica Antonio Muñoz Molina en «Novela negra y esperpento de 1981» (El
País, 10-II-2023).
Un consuelo personal: lo
iniciado en medio de la más absoluta soledad académica con Quinquis, maderos
y picoletos, un libro agotado desde hace años, ahora es una corriente
creativa e historicista capaz de replantear una Transición cuyas aristas pronto
fueron limadas para crear un relato tan oficial como consolador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario