La obligación de estar al día de la bibliografía sobre los temas que investigamos no siempre es compatible con nuestra disponibilidad de tiempo. Algunas lecturas se quedan pendientes y conviene aprovechar la relativa calma del verano para ponerse al día. Así ha sucedido con el espléndido ensayo del profesor Javier Sánchez Zapatero, de la Universidad de Salamanca, que por fin he podido leer y disfrutar, aparte de haberme facilitado una información valiosa sobre distintos aspectos de la narrativa relacionada con la Guerra Civil.
El libro ha tenido su merecido eco en el mundo académico y poco puedo añadir al respecto, salvo la satisfacción de encontrar un colega joven con quien coincido plenamente en la interpretación y la valoración de las diferentes corrientes literarias que se pueden establecer en ese marco de la narrativa y la Guerra Civil.
Sus lúcidas páginas me han permitido recordar lecturas realizadas hace tiempo, pero del conjunto de sensaciones o valoraciones derivadas de Arde Madrid yo me quedaría con una estrechamente relacionada con el tema de Las armas contra las letras, el ensayo que actualmente tengo en prensa. El extenso capítulo dedicado a «la narrativa de la victoria», según la acertada definición de M.ª Ángeles Nadal, me ha hecho reflexionar sobre una percepción que siempre he tenido a la hora de leer alguna de las obras incluidas en esa literatura de aluvión que se dio entre los vencedores durante la inmediata posguerra: la sensación de un odio cainita incompatible con el mínimo asomo de espíritu de reconciliación.
El problema es que esa percepción tras la lectura de una obra aislada aumenta considerablemente cuando repasamos las publicadas por Alfonso de Ascanio, Francisco Camba, Emilio Carrere, Concepción Carro, Francisco Ferreri Filloch, Antonio Hernández Gil, Leopoldo Huidobro, Guillermo Asensio de Izaga, José Vicente Puente, Samuel Ros, Víctor Ruiz Albéniz, José María Carretero, Tomás Borrás, Alfonso de Cossío, Carmen Icaza, Alfredo Marqueríe, Edgar Neville, Wenceslao Fernández Flores y otros que se sumaron al aluvión con un entusiasmo digno de mejor causa.
Por supuesto que hay diferencias y matices cuando valoramos las obras de esta nómina de autores, pero prevalece la sensación común de una absoluta falta de voluntad encaminada a la reconciliación tras la Guerra Civil. Al contrario, la misma seguía de plena actualidad como de hecho, desde un punto de vista legal, permanecía vigente el estado de guerra. La consecuencia es obvia: estos autores seguían actuando en un plano bélico, a menudo vinculado con el ajuste de cuentas y la deshumanización del enemigo en un esquema maniqueo de plena actualidad tras el 1 de abril de 1939.
Mi citado ensayo estudia la actuación de los militares contra los escritores, periodistas y dibujantes. De ahí el título de Las armas contra las letras. No obstante, tras la lectura de ese magnífico capítulo del libro de Javier Sánchez Zapatero tengo la sensación de que podría añadir un nuevo capítulo dedicado a las letras contra las letras.
Los militares protagonizaron la represión, pero durante la Victoria distaban de ser los únicos dispuestos a ejercerla. Los citados y otros escritores contribuyeron a esa misma represión creando un estado de opinión donde la posibilidad de encontrar algún motivo de esperanza relacionada con la reconciliación casi es una quimera. El capítulo lo podría haber añadido, pero baste con la lectura del excelente ensayo del profesor de la Universidad de Salamanca. Su trabajo no lo podría superar y Arde Madrid se ha convertido en un título de referencia para quienes nos ocupamos de la literatura de aquella trágica época.
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