miércoles, 14 de junio de 2023

José Bergamín y Miguel de Unamuno


La lectura de la prensa republicana publicada durante la Guerra Civil es un motivo de asombro que, a veces, se convierte en un motivo de espanto. La mesura y el raciocinio son rasgos infrecuentes por las circunstancias de un conflicto que exacerbó los ánimos hasta extremos insospechados. Si esta obviedad es palmaria en los temas políticos y militares, también lo es frecuentemente en los culturales. Muchos de los escritores e intelectuales del momento se vieron arrastrados por un radicalismo tal que, en ocasiones, los historiadores obviamos algunas de sus manifestaciones porque las consideramos poco representativas de las obras de quienes padecieron la enajenación colectiva derivada de la guerra.
No obstante, esa enajenación dejó huella y debe ser constatada con las debidas precauciones. Un ejemplo lo encontramos en el ABC republicano publicado el 29 de septiembre de 1936. El suelto se titula «Un acto de la Alianza de Intelectuales. Bergamín habla del 'fusilamiento' de Unamuno» y lo reproduzco a continuación:
«A las once y media de la mañana del domingo, se celebró en el teatro de la Zarzuela, completamente ocupado por un auditorio entusiasta, el grandioso acto de afirmación cultural de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.
Presidió José Bergamín, que fue el primero en hablar, por la Alianza. Dedicó un recuerdo al poeta García Lorca, diciendo que no podía creer en su muerte y que, en cambio, creía en el fusilamiento de Unamuno, a quien los fascistas habían vaciado las entrañas, el cerebro y el corazón, rellenándolo después de paja y de aserrín, para que fuese el espectro de D. Miguel de Unamuno que no había existido jamás. Pidió un minuto de silencio en memoria de Federico, y el público, en pie, levantó los puños emocionado».
Mi opinión sobre el último Unamuno tal vez sea más dura que la mantenida, con más rigor, por la mayoría de mis colegas especializados en su obra. Apenas importa, porque al leer esta breve nota y al imaginar el ambiente del acto siento un cierto estremecimiento ante la barbaridad soltada por José Bergamín, que tal vez pasó del catolicismo al marxismo con demasiado entusiasmo. Algunas de sus actuaciones durante la guerra así lo evidencian y en el exilio hizo gala de un radicalismo ya exacerbado en sus últimos años, cuando volvió a España y quedó, esa es mi impresión, un tanto desubicado. Una lástima, como también lo es la lectura de unas intervenciones solo comprensibles en el fragor de una guerra que arrastró cualquier mesura o ponderación en el juicio.

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