domingo, 25 de junio de 2023

En recuerdo de Nuccio Ordine y otros ausentes


El pasado día 10 falleció Nuccio Ordine. El paso de los años encallece un tanto la sensibilidad ante la muerte, una presencia que poco a poco se normaliza con sus finales abruptos a veces, presentidos en otras ocasiones y siempre lamentables cuando afectan a personas que forman parte de tus referencias vitales o culturales. El profesor y ensayista italiano lo era para mí desde 2017, cuando leí con entusiasmo su obra más conocida: La utilidad de lo inútil.
Desde que publiqué La sonrisa de lo inútil (2008), el concepto de lo inútil me ronda por la cabeza como una necesidad cada vez más acuciante a la vista de nuestra realidad y, claro está, por el paso de los años, los mismos que había cumplido Nuccio Ordine. Las necrológicas me indican que yo era algo mayor que él, apenas tres semanas, pero que no solo coincidíamos en nuestra profesión, sino que también la cultivábamos desde la misma mirada generacional. Me pasa a menudo, los autores convertidos en referencias suelen tener mi edad o algo más. Procuro mantenerme despierto ante los más jóvenes, pero el camino inevitablemente lo sigo en compañía de quienes marcan mi mismo paso o van un poco por delante, como abriendo camino sin perderlos nunca de vista porque están cerca en todos los sentidos.
Nuccio conocía como pocos a los clásicos y sabía de sobra que la vida no es justa. Ni siquiera pretende serlo. Por eso la muerte se lo llevó demasiado pronto, cuando tantos reconocimientos estaban a la espera tras una fértil trayectoria biográfica. A los pocos días, falleció uno de esos «jóvenes» a los que siempre he sentido en la misma órbita: Mauricio Vicent, el periodista que me enseñó a enamorarme de La Habana sin querer visitarla, como una referencia hermosa e ideal que no merece ser manchada con la impronta de la realidad concreta. Su padre, Manuel Vicent, dejó escrita una de sus más hermosas y sentidas columnas, repleta del dolor de quien ve partir un hijo y no comprende el sentido de su permanencia en la vida. Y, para colmo, esta semana he perdido a una amiga de cuarenta y cinco años con la que, hace un tiempo, compartí el deseo común de trasladarnos todos a esa ciudad, La Habana, que estaba en nuestra imaginación y no queríamos estropear con nuestra presencia de turistas.
Nuccio, Mauricio, mi amiga... se agolpan en una mala racha que también incluye otras personas del mundo del espectáculo, como Tina Turner, que me han hecho felices. Las recuerdo a todas ellas, leo sus obras, veo sus vídeos y comparto una de las siempre interesantes reflexiones del profesor italiano que debo a la memoria de Ángel Sánchez Harguinday: «No me gustan los traficantes de horóscopos y certezas. Al contrario: la incertidumbre hace que la vida sea aún más bella. Pero si supiera que tendría que vivir el último día, haría exactamente lo que hago todos los días: perseguir mis pasiones».
Las pasiones son leer, escribir y compartir con los míos la memoria de quienes nos han dejado y todavía nos muestran el camino, como el inolvidable Compay Segundo, que nos enseñó a ir chan chan hasta Marcané y Mayarí, dos lugares que desconozco, pero que serán maravillosos en la compañía de quienes hemos amado con el deseo de vernos algún día en una Habana donde la realidad nos deje en paz.



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