miércoles, 9 de octubre de 2024

Vida y maravillas, de Manuel Gutiérrez Aragón


 

Las memorias, a diferencia de las autobiografías, suelen ser un espacio de libertad para quienes las escriben. Afrontar con el debido rigor la redacción de una autobiografía supone un empeño cuyo relato no debe obviar cualquier información relevante. En caso contrario, el implícito contrato con el lector sería incumplido. Sin embargo, en las memorias ese contrato tácito queda reducido a un acuerdo entre amigos donde la libertad, a la hora de seleccionar motivos de interés, es refrendada por la complicidad de quien acude a esas páginas.

Las memorias de Fernando Fernán Gómez, El tiempo amarillo, son un excelente ejemplo de esa libertad para abordar unos temas y obviar otros, aunque sean relevantes. Algunos lectores quedaron defraudados porque, por ejemplo, nada se decía sobre los hijos del actor o alguna de sus parejas. Supongo que no leyeron el contrato. El mismo no garantizaba información sobre toda la trayectoria vital del autor, sino que la mirada del mismo recrearía experiencias personales al tiempo que aportaría comentarios y reflexiones sobre el entorno.

La escritura siempre ha estado presente en la trayectoria creativa de Manuel Gutiérrez Aragón, que ya fue guionista antes que director cinematográfico. Retirado de esta última faceta y tras publicar varias novelas bien acogidas por la crítica, el cineasta considera llegado el momento de redactar unas memorias, que requieren edad avanzada, experiencia contrastada y voluntad de compartir un balance vital.

El memorialista interesa más cuando cuenta con la amistad de los lectores. La misma se basa en una trayectoria seguida, aunque sea desde la distancia, con admiración o interés. Al cabo de los años, quienes en este caso hemos disfrutado con las películas de Manuel Gutiérrez Aragón desde la Transición tenemos ese vínculo con el director y deseamos conocer su balance, al tiempo que nos enseña aspectos de la trastienda de lo visto en las pantallas y los motivos que le llevaron por esa senda creativa.

Vida y maravillas tiene el sabor de una buena conversación con el lector. El autor selecciona recuerdos, los desgrana con pericia narrativa y termina compartiéndolos tras darles la posibilidad del relato. Así nos trasladamos a su infancia de niño enfermo, su juventud en Madrid a la búsqueda de un hueco en el cine y terminamos de rodaje en rodaje sin menoscabo de algunos viajes repletos de anécdotas.

La lectura se convierte en una forma de escucha presidida por la curiosidad y, a veces, la sorpresa por el dato desconocido o la película olvidada. Puestos a seleccionar, me quedo con los capítulos dedicados a la infancia en Cantabria y la juventud del estudiante que compaginaba la militancia antifranquista con el deseo de abrirse camino en el cine. Este discurrir desde la niñez a la madurez da para un relato más compacto y completo, incluso para una novela, pero también interesan y mucho los recuerdos de tantos rodajes.

Tal vez la solución habría sido redactar dos volúmenes de memorias, como hiciera en su momento Fernando Fernán Gómez. Un primero dedicado al aprendizaje de la vida en la España todavía franquista y un segundo más apegado a la tarea del cineasta profesional, pero también es cierto que Manuel Gutiérrez Aragón ya ha dedicado numerosas páginas y reflexiones a esta última.

Al cerrar el libro y recordar los buenos momentos de conversación tácita con el autor, solo queda un motivo de preocupación. Las películas rodadas en los setenta y ochenta las disfruté en su momento, pero las recuerdo vagamente y no me atrevería a escribir sobre ellas. El problema tiene fácil solución: volverlas a ver. Lo haré con el estímulo de las memorias, pero también permanece la sensación de que la juventud queda lejana, que nos cuesta perfilar lo admirado en su momento y hasta es posible el olvido. Justo para evitarla viene bien entablar la conversación con quien hace uso de la memoria porque la suya, claro está, también es la nuestra y el estímulo de lo compartido funciona contra cualquier olvido que amenace con ser definitivo.




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